11/23/2006

TAUROMAQUIA

Si los mexicanos fueran un pueblo verdaderamente tradicional, obrando según ese carácter y modo de ser, conservarían algunas tradiciones que, irremediablemente, han dejado perderse. Lo mismo podríamos decir de los hondureños, de los guatemaltecos, y posiblemente de los peruanos. Es una verdadera lástima que se haya perdido algo tan hermoso, solemne, trágico y ancestral como los sacrificios humanos. Según cuentan los antropólogos, era un magnífico espectáculo, emotivo y apasionado a más no poder, grandioso. Pero llegó la civilización, otra diferente, otro modo de ver las cosas, una sensibilidad pacata y poco recia, poco tradicional, y consiguió que esa tradición se perdiera.

Si nos remontamos algo más atrás en el tiempo, ¿no era también una fundada tradición la de comerse, crudos o someramente cocinados, a los enemigos que se capturaban en “legítima” guerra? Fue una verdadera pérdida cultural el que cierta evolución, quizás ligada a una mayor astucia del vencedor, convirtiera a los enemigos en esclavos en vez de convertirlos en menú. A la sórdida superstición de creer que comiéndole los higadillos uno se apoderaba de la fuerza del enemigo, la sustituyó otra más racional, que uno podía apoderarse mucho mejor de su fuerza si lo ponía a trabajar. Un paso evolutivo que hizo que se perdiera otra ancestral tradición.

Comprenderá quien esto lea, cuando salga de su perplejidad, que quien escribe no es partidaria en absoluto ni de los sacrificios humanos ni del canibalismo, y que en todo lo dicho anteriormente subyace en realidad una amarga ironía. Y no precisamente esa amargura es porque se pierdan ciertas sangrientas tradiciones, sino por todo lo contrario, es decir, por la conservación de algunas de ellas que, pese a no sacrificar seres humanos, siguen siendo bárbaras y crueles.

Aparte la violencia ejercida contra las personas, que es mucha, variada y extendida por prácticamente toda la faz de la tierra, “disfrutamos” de otras tradiciones violentas: las que se fundan en el sufrimiento de los animales. Es cierto que una larga tradición religiosa pone para buena parte de la humanidad a los animales como utilidades concedidas al hombre por la divinidad, pero creo recordar que en ningún caso esas utilidades se extendían a la diversión o al abuso. Vamos a dejar a un lado, que ya tendrá su hora de reflexión, la acendrada costumbre de comernos los animales o de hacerles trabajar para nosotros innoblemente, porque más grave aún es la diversión pública, consentida por todas las leyes y bendecida por la tradición, que tiene por objeto el sufrimiento de un animal para lucimiento de unos hombres y la diversión de otros. Un grado avanzado de civilización, una sociedad culta y sensible, no puede permitirse semejantes acciones. Pero se permiten. Y se animan, y se exaltan, y los periódicos le dedican secciones.

Los que defienden la tauromaquia alegan razones de tres clases para su mantenimiento: la razón estética, la conservación de una especie –la del toro de lidia, que es una especie de creación humana, artificial– y la sacrosanta tradición. Ninguna de las tres razones tiene un verdadero fundamento, y puede sospecharse que las tres son racionalizaciones de mala fe para justificar un gusto por el dolor ajeno y la violencia. Ninguna de ellas hace legítima éticamente la tauromaquia en cualquiera de sus formas, sea en una plaza, sea en fiestas de pueblo, como los toros de fuego de Soria u otras variantes igualmente crueles.

La razón estética no legitima nada, porque la belleza –si esta mal llamada fiesta la tiene, que eso es cosa de gustos y no de justos– no puede de ningún modo justificar la crueldad, el regodeo salvaje en la tortura ritualizada de un pobre animal, un mamífero superior, con cerebro y sistema nervioso, con las únicas defensas que le da la naturaleza, su instinto, sus cuernos y su fuerza, frente a la inteligencia y las malas artes del hombre.

La segunda razón, la conservacionista, es pura hipocresía. A quienes les gusta semejante espectáculo, por lo general, les importa bien poco la conservación de la fauna, y sí solamente la de esa especie en concreto. Es más, podría caber la sospecha de que estos aficionados sean también partidarios de la caza deportiva, de zorros o de otras especies, que se cazan sin necesidad ninguna, y, más aún, que también consideren la guerra una actividad necesaria para el hombre, lo cual les hace ser bastante indiferentes a la conservación de las especies, incluida la humana.

La tercera razón no tiene ninguna defensa ni razonamiento posible; se cae por sí sola cuando consideramos ciertas tradiciones perdidas, por fortuna, como los sacrificios humanos y el canibalismo. De una tradición como la esclavitud no me atrevo a decir que sea una tradición perdida, más que nada porque miro para el lado de los proxenetas y de los patronos sin escrúpulos.

Como en otras cuestiones, cambiar la sensibilidad social respecto a la crueldad contra los animales, cuya expresión pública máxima es la tauromaquia, no es cosa de unos años ni de una ley. Al menos una o dos generaciones, siendo muy optimistas y poniendo todos los esfuerzos, podría constar su erradicación, como enfermedad social que es. Harían falta leyes, sí, pero no sólo leyes, sino también educación y difusión social de campañas que crearan la sensibilidad y la conciencia necesaria. Y además buscarles otros negocios igualmente lucrativos a los empresarios taurinos, a los criadores de toros y a los nuevos gladiadores, los toreros y sus cuadrillas. ¿O es que nos vamos a caer a estas alturas de un guindo con la cuestión económica que subyace bajo todo planteamiento estético y pseudo–ético? Que se lo digan a Rumsfeld.

9/13/2006

Ley y violencia patriarcal

Es rara la semana, casi podríamos decir ya el día, en que no vemos en los medios de comunicación la noticia de que una mujer, sea cual sea su edad, su clase social o su nacionalidad, ha muerto a manos de un hombre. En la mayoría de los casos se repite la situación: estaban separados, en trámites de separación o ella le había comunicado su intención de romper la relación. El hombre mata a la mujer por un extraño sentimiento de posesión o de orgullo herido, o quizás de venganza. A veces, se lleva también por delante a una o dos criaturas, incluso a sus propias criaturas. El mito de Medea, que era mito por lo excepcional, se traslada a la masculinidad últimamente. Este año además se incrementan los suicidios de los asesinos o, al menos, los intentos. La violencia machista no cesa y lleva camino de alcanzar cifras máximas. Es cierto que la sociedad, más que nunca, está afectada y preocupada, que crece la conciencia ciudadana de lo inadmisible de esta situación; uno por uno, cualquier hombre juzga muy duramente a sus congéneres maltratadotes. La mayoría de hombres y, desde luego, de mujeres, se declara abiertamente favorable a la Ley de Violencia de Género, al endurecimiento de las penas, aunque con ciertas reservas jurídicas, y a la ayuda institucional a las mujeres maltratadas. Pero sabemos que una ley no arregla un problema. Ayuda, pero no es la solución. Ayuda en cuanto que crea conciencia social por el debate que suscita; también porque propicia la protección de las víctimas, aunque las víctimas tienen justificadas quejas sobre su aplicación y sobre las actitudes de jueces y juezas. Ayuda porque en principio tendría que anular la impunidad de los maltratadotes, aunque no ocurra así en todos los casos. La violencia psicológica, que precede siempre a la física y al asesinato, y que en cualquier caso crea el mismo infierno privado que la violencia física, queda por lo general impune. Una ley es sólo una ley, un código para la interpretación de la realidad que señala como delito punible aquello que la sociedad considera así; en términos freudianos, la ley es el super ego social. Sabemos que subyacen otros niveles: la mentalidad de fondo es aún patriarcal, porque la sociedad lo es, y el patriarcado es violento por naturaleza, pues el sometimiento de media humanidad no se puede hacer sin violencia. Los cambios sociales avanzan muy lentamente, con una gran tensión entre fuerzas de resistencia y de progreso, pero avanzan, y las mujeres están viviendo esa tensión más que nunca, pagándola con sus propias vidas. No podemos negar que también ciertos hombres están viviendo trágicamente esta situación: los que se suicidan son la muestra de ello. Los intentos frustrados sin embargo pueden parecer simplemente un intento de justificación victimista. Ante todo ello, no nos quedan más que estos caminos para acabar con la violencia: un cambio radical de todas las estructuras sociales patriarcales, lo cual está muy lejos de conseguirse, puesto que no se trata sólo de la mujer, sino también de todo lo que signifique, desde el punto de vista patriarcal, marginalidad. Añadamos que el patriarcado va unido íntimamente al capitalismo y a ciertas instituciones de poder y dominación –léase iglesia o ejército– y ya vemos que un cambio a corto plazo es imposible. Sólo queda la lenta evolución. Pero será aún más lenta o se detendrá y habrá retroceso si nos sentamos a esperarla. Acelerarla un poco, ayudar a que se realice y no pueda recobrar posiciones el patriarcado, depende de que se trabaje socialmente por un cambio de mentalidad general. En este punto es donde las leyes entran en juego: medios de comunicación, instituciones, leyes específicas y leyes de educación son los puntales desde los que se pueden realizar ambiciosas campañas que aceleren la evolución hacia un mundo sin violencia machista.

5/22/2006

La violencia más antigua del mundo


Cuando se dice que el oficio más antiguo del mundo es la prostitución hay una verdad en ello; es muy antiguo, en efecto, pero no es un oficio[1]. Es tan antiguo como el sistema patriarcal, por lo tanto milenario. No es un oficio por razones obvias, pues a nadie se le ocurriría igualarlo con la alfarería o cualquier otro oficio ancestral o moderno. Para considerar el fenómeno en toda su dimensión, tendremos que buscar en sus orígenes, descubrir a qué se debe su presencia en este mundo. Ya hemos dicho que se trata de una situación en un sistema, el patriarcal. Este sistema de dominio del varón sobre la mujer divide a las mujeres en dos grupos. El grupo más numeroso de mujeres se destina a la reproducción, tanto la reproducción biológica como la perpetuación del propio sistema, mediante las tareas básicas de mantenimiento y la transmisión de sus principios, a cuyos efectos se mantiene a la mujer recluida, vigilada, alejada del espacio público y, sobre todo, ignorante y cerrada a todo pensamiento crítico. En todos los casos juega un papel sumamente importante la represión sexual de las mujeres, la medicalización y demonización de su cuerpo y de sus instintos (la mujer es una enferma crónica o es débil y su cuerpo es el origen de todo el mal), lo que da lugar a una serie de estrategias femeninas que constituyen el alimento fundamental de la misoginia. Así se acusa a las mujeres de una serie de defectos, desde el punto de vista masculino, que no son sino estrategias de supervivencia y consecuencia de la ignorancia en la que se trata de mantenerlas.

Un grupo más reducido de mujeres se destinan a la libre disposición de la comunidad masculina, por lo que se les llama “mujeres públicas”, o sea, de libre disposición. Si bien la violación y la esclavitud es el primer movimiento hacia ellas, se da un pacto sexual posterior por el cual el varón paga su placer mediante un estipendio acordado.

Como en el sistema patriarcal la mujer es una posesión del varón, que pasa del padre o equivalente al marido, las mujeres dedicadas a la prostitución no son propiedad de nadie. Son las hijas de nadie, mujeres no filiadas, aquellas sobre cuya propiedad ningún varón puede reclamar. Naturalmente, estas mujeres tienen que proceder de situaciones de desamparo masculino: esclavas, extranjeras, prisioneras de guerra y raptadas, huérfanas, extremadamente pobres y marginales, y aquellas cuyo comportamiento social no corresponda a su rol femenino reproductor, o sea, las que se rebelan, han sido violadas o han cometido cualquier acto de carácter sexual no legítimo. En cualquier caso, su situación es de humillación. Como objetos, su cuerpo es comprado y vendido, traficado. Los varones que les ofrecen protección se convierten en sus explotadores. Ellas son entes pasivos con los cuales se puede usar la violencia extrema. Aunque la violencia contra las mujeres en la sociedad patriarcal es estructural, en los cuerpos objetualizados de las prostitutas se concentra toda, por parte de los clientes prostituidores y por parte de los proxenetas que las explotan.

Pues bien, parecería que estamos hablando de tiempos antiguos, ancestrales, porque hemos buscado en los orígenes. Pero no es así, porque, con las variantes que correspondan, estos rasgos son aplicables a la situación del siglo XXI, con agravantes propios de nuestro mundo actual, como la mercantilización de toda actividad humana y la globalización, que desarraiga a las personas para una mejor explotación.

La prostitución, forma extrema de la violencia machista patriarcal, se ha convertido en los países ricos en un próspero negocio. Y no sólo para los proxenetas; también para los medios de comunicación, para ciertos industriales y para algunos sectores de la hostelería. Por otra parte, la aportación de mujeres, como siempre, se produce entre los grupos de mujeres no filiadas, las hijas, las hermanas, las esposas, de nadie.

Actualmente los datos son inciertos, pero de un modo aproximado, del casi medio millón de prostitutas que puede haber en España, un ochenta y siete por ciento serían extranjeras, africanas, sudamericanas y procedentes de países del Este. Muchas han sido engañadas por supuestas “agencias” de empleo, muchas han sido raptadas, todas sometidas a violencia y extorsión, muchas de ellas convertidas en esclavas sexuales, amenazadas por las mafias. Muchas, muchísimas, son indocumentadas, sin permiso de residencia y trabajo en España. En este turbio negocio posiblemente se está explotando también a menores de edad. El comercio sexual se ha potenciado y se supone que diariamente un millón de varones solicitan los servicios de una prostituta. Los ingresos ocultos generados son exorbitantes. Y en medio de estos intereses económicos y de toda esta miseria femenina, se abre en la sociedad el debate sobre la prostitución: la propuesta es la regulación de una actividad mercantil, como si se tratara de un sector económico cualquiera. No es casualidad. Los grandes proxenetas, asociados convenientemente, e hipócritamente cubiertos por unas cuantas expresiones falsamente normalizadoras (alterne, club, trabajadoras del sexo, control sanitario, etc.), han montado una campaña mediática en la que prometen dignidad y seguridad para las prostitutas, tranquilidad para el cliente prostituidor, impuestos para el Estado, alejamiento de los centros urbanos de la actividad, grandes beneficios en publicidad, entre otras cosas. Todo es cierto, excepto la dignidad y la seguridad para las mujeres prostituidas. Pero que sean ciertas algunas cosas no justifica la violación permanente de los derechos humanos que se produce en el comercio de la prostitución.

A esta regulación se opone un número reducido de personas que ven claramente, que en nombre de la libertad sexual –la del prostituidor, varón, con poder adquisitivo, nunca la de la mujer, aunque se diga que ellas están ahí voluntariamente– se va a perpetuar una injusticia milenaria. En España no es ilegal la actividad en sí, sino el proxenetismo. Esta parte es la que se quiere regular y consagrar socialmente. Lo que se quiere regular es el beneficio y la explotación de mujeres por los dominadores de siempre. Las mujeres son simplemente el ganado, que se puede conseguir de muchas maneras, no todas lícitas. Ellas serán las controladas, nunca el prostituidor. La seguridad no será para ellas, será para el prostituidor y el proxeneta. No se acabará con las mafias, sino que crecerán al cobijo de la ley. No terminará la violencia, se perpetuará.

Las personas abolicionistas no están en contra de la libertad sexual; están en contra de que esa libertad sea sólo privativa de los varones que pueden, a su antojo y fantasía, comprar el cuerpo de una mujer a la que convierten en objeto, aprovechando la necesidad extrema o la violencia que se ha ejercido sobre ellas. Hay una prueba contundente: ningún hombre, ningún proxeneta, querría que sus hijas, hermanas, esposas, ejercieran la prostitución. A nadie se le ocurre que la regulación suponga la consideración de oficio digno para la prostitución: no se establecen ciclos formativos ni carreras institucionales para ejercerla. Sencillamente, porque eso no tiene formación ninguna. A nadie se le puede enseñar a ser objeto.

La cuestión está en qué modelo de sociedad queremos para el futuro. ¿Queremos decirles a nuestros hijos, a los jóvenes, que la mujer es objeto de compraventa? ¿Queremos decirles a nuestras hijas que pueden venderse en la calle o en un club si tienen un apuro económico? ¿Queremos enviarles el mensaje de insolidaridad de que las hijas de otros son mercancía, pero nunca las nuestras? ¿Queremos consolidar la violencia contra las mujeres, contra las más pobres, las más precarias, las extranjeras, para que sean el chivo expiatorio de una sociedad que no ha sabido resolver el problema de la igualdad entre hombres y mujeres y la violencia consecuente?

No se trata de un problema de libertad sexual, ni de moral sexual. Se trata, simplemente de un problema de justicia, libertad y moral social.



[1] Ver artículos “¿Un trabajo cualquiera?” y “¿Por qué le llaman sexo si es poder?”, así como “Violencia contra las mujeres”, de la autora de este artículo, en http://kaolinarticulos.blogspot.com

4/23/2006

Mirar al otro

Este breve artículo, apenas desarrollado, pues era el guión de una exposición oral, lo escribí para la presentación de un libro de la editorial Kailas, "Inmenso estrecho", una colección de relatos sobre la inmigración. El acto lo organizaba "Murcia Acoge" y la Universidad de Murcia. Lo más interesante en él es que expone mi postura acerca del compromiso social de la narración.


La literatura, en cualquiera de sus géneros, puede ser juego o puede ser indagación. En un libro sapiencial se dice que hay un tiempo para todo, y yo les digo que hay un tiempo para la creación lúdica y hay un tiempo para la investigación y la seriedad. Ambas cosas pueden ser sincrónicas y ninguna de las dos inútiles para el desarrollo del ser humano. Pero hay un género que no puede ser sólo juego, porque su vertiente fundamental es la indagación sobre la realidad y la vida. Este género es la narración. Fundamentalmente, la narración es indagación sobre la realidad, y más aún, indagación sobre el otro. El otro es siempre lo que no soy yo: ese es el gran límite que la narración quiere superar. Así que cualquier narrador es un observador del otro, de la alteridad.

Lo que no soy yo necesariamente produce dos efectos: extrañeza, con toda su cohorte de curiosidad, asombro, incluso rechazo –que es algo ancestral y, por tanto, humano– y otro efecto más esperanzador, la identificación. Identificar al otro como un igual, por encima de sus diferencias circunstanciales o congénitas es uno de los grandes fines de la narración. No podemos evitar la extrañeza. Es consustancial al ser humano. Me asombra siempre que los padres impidan a los niños que miren con curiosidad a un ser humano de otro raza o a un discapacitado, porque ello entraña una gran hipocresía social, aparte de la posible intención de enseñarle una norma de cortesía, la de no ser impertinente con la mirada. Pero más bien lo que tratamos de enseñarles es a no evidenciar una diferencia contra la que tenemos ciertas tendencias de rechazo. Para identificar la igualdad hay que hacer notar las diferencias, una vez que se identifica al otro, hay que amarlo y para amarlo hay que mirarlo. Es la cadena de la solidaridad humana.

De los dos efectos dichos sobre la mirada al otro, surgen también dos tendencias literarias: el exotismo y la identificación. En el exotismo se considera al otro un adorno excéntrico de la naturaleza, una extravagancia social, moral y cultural. Puede interpretarse como adorno simplemente, con la superficialidad alegre del decadentista, o puede interpretarse como amenaza oculta bajo una apariencia atractiva. La identificación reconoce la extrañeza, pero por encima de ella, reconoce la igualdad y asimila la diferencia como modos de diversidad ante las mismas situaciones. Señores, la Ilustración tuvo hijos no deseados. Cuando borraba las diferencias humanas por linaje, borró también cualquier otra diferencia, pero esas consecuencias no gustaron tanto al género dominante: no podían ser iguales también ni las mujeres –el gran otro de toda gran literatura– ni los llamados indígenas, es decir, aquellos que ni eran occidentales ni eran blancos ni eran cristianos. No pueden ser iguales, se dice todavía, aquellos que vienen de más allá de cualquier parte, del otro lado del Estrecho, que nunca fue más estrecho ni paradójicamente más extenso, o del otro lado de Europa, o del otro lado del gran Océano. Queremos que duerman en una caja de herramientas mientras no sean útiles, queremos negarles su humanidad. Incluso, en los casos más extremos y desde perspectivas obtusas, desearíamos que no hubieran venido nunca. No podemos explicar por qué, sería largo, pero el caso es que están aquí, son ahora nuestros otros, y creo que merecen todo, como cualquier hijo de vecino, incluso esa indagación creativa que decía al principio.

Pues bien, este libro trata de estas cosas, de la extrañeza y de la identificación. Raramente se ha cedido al encanto de lo exótico. Lo narrado es siempre una mirada indagadora sobre el otro, sobre el extraño, sobre el que viene. Y es una denuncia de una sociedad que ha transformado el exotismo en rechazo abierto. También es una muestra de que muchos creadores, profesionales de la literatura o de otras artes, han renunciado al juego y han entrado en el terreno de la indagación sobre el otro. Que la literatura comprometida, tan denostada en ciertos círculos, sigue ahí y debe seguir, porque eso precisamente es literatura, un compromiso con la realidad. Si no es así, que le llamen juego, que ya lo dice el Eclesiastés, que hay un tiempo para todo.


4/16/2006

Todos estos anuncios


Análisis informal de la publicidad en un semanal–



Cuando las mujeres concienciadas nos quejamos de los estragos de los medios de comunicación, y en concreto de la publicidad, sobre la imagen social de nuestro sexo, tenemos por lo general muchas razones y mucha razón para hacerlo. Particularmente, creo que los hombres también deberían quejarse, pero no lo hacen; deben de estar conformes con la imagen que de ellos se da. Sin embargo, hay que plantearse que los publicitarios trabajan sobre el imaginario colectivo. Su única intención es vender el producto cuya campaña publicitaria se les ha encomendado; no se trata de información, como inocente o perversamente se ha dicho algunas veces; se trata de persuasión, y no de una persuasión basada en el razonamiento o el consejo sensato, sino en la persuasión de bajo nivel, es decir, alcanzando los centros afectivos de la personalidad del mayor número posible de gente. El sexo, la salud, el amor, la familia, el poder, y otras realidades humanas son tratadas, no desde el punto de vista del análisis, sino desde la afectividad, de las compulsiones y de los instintos; discurso mínimo y, a ser posible, para idiotas. Todo ello muy hábilmente trabajado según la capa de población a la que se dirija la campaña.

Últimamente, por presión social o porque ya existe una masa relativa de gente que no admite reclamos poco respetuosos o políticamente incorrectos, se esmeran algunos publicistas en dar lo que esa masa algo más consciente desea. Los anuncios en general se han adaptado a una población diferente, a una ciudadanía con mayor poder adquisitivo y con cierta conciencia social. Por ejemplo, nadie podría hacer hoy en día un anuncio de un coñac que se anunciaba en mi juventud como “cosa de hombres”. No se podría hacer algo tan explícito, pero se puede hacer lo mismo de un modo más sutil y refinado, y, en cualquier caso, halagar los estereotipos y etiquetas con las cuales cualquiera sin reflexionar dos veces se siente conforme. Racismo, xenofobia, clasismo descarado, exaltación de la violencia, y sexismo sin tapujos no pueden aparecer hoy en día en la publicidad sin levantar cierta alarma social. Pero de un modo subliminal, refinado, oculto tras el aparente mensaje, siguen apareciendo, sobre todo los contenidos relativos a la imagen de la mujer y al cuerpo femenino como objeto, mientras que el estereotipo masculino de fuerza, potencia, protección, se mantiene del mismo modo. La publicidad sigue siendo sexista y ofreciendo imágenes de la mujer que alimentan el imaginario colectivo en unos determinados estereotipos. Como sabemos que los publicistas no hacen nada que no esté ya presente en la sociedad, pensamos que esto es un círculo vicioso: los estereotipos existen en el imaginario colectivo, la publicidad los aprovecha y con ello consagra las imágenes, que a su vez alimentan el imaginario colectivo, y así de eso no salimos nunca. Pueden cambiar las leyes, pero las mentalidades tardan siglos en cambiar. Es un proceso lento. Denuncias y boicot son la única forma de ir cambiando, muy lentamente, desde luego, la publicidad de este tipo, así como determinados comportamientos poco éticos de las empresas; leyes que puedan apoyar esas denuncias, también. Pero como parece que hay una ceguera inconsciente o incluso voluntaria en nuestros políticos –a veces también en nuestras políticas–, para estos asuntos, toca a la población más consciente seguir en la brecha de la denuncia y, si es posible, del boicot de las empresas que hagan publicidad de sus productos en esta línea.

Anuncios neutros

Para ilustrar estas ideas, basta con tomar una publicación de carácter nacional, lo que muchos españoles y españolas leen un domingo cualquiera. Yo, por comodidad, he tomado el suplemento semanal de “El País” del domingo 9 de abril de este año 2006.

He agrupado los anuncios por la neutralidad en cuanto al género o por su uso descarado de la imagen de la mujer.

Tenemos en primer lugar un grupo de anuncios institucionales: de turismo en la Comunidad de Madrid, del Ministerio de Medio Ambiente y de la Dirección General de Tráfico. En los tres casos, los anuncios son absolutamente neutros. Creo que ha habido incluso una intención de mantener esa neutralidad en cuanto al género, puesto que va dirigido a todas las personas: hombres y mujeres pueden fumar al volante, ambos sexos pueden ahorrar energía y proteger el medio ambiente, ambos sexos son turistas potenciales en Madrid. No es necesario ni conveniente hacer distingos. Cuando en el anuncio de Medio Ambiente se habla de “En todos está invertir este proceso”, consideramos que el “todos” es verdaderamente un genérico en este caso, aunque esté en masculino, quizás por el plural que lo generaliza. Pero esto del lenguaje es otro asunto. Sería poco eficaz el doblete o un genérico; sin embargo, si algo no se hace al respecto es porque no se quiere, ya que inventiva e imaginación no es lo que les falta a los publicistas.

Neutros también parecen ser otros anuncios de empresas privadas: el de ron Brugal (“A veces es fácil elegir”), con un fondo idílico caribeño y los pies de un ser humano ––Posiblemente mujer, y esto es interesante a la hora de elegir… un ron– descansando en un chinchorro. Ni una alusión al sexo. Neutro también el de zapatos Tod’s. Presentación de los zapatos, cara y suela, y no hay más que decir. O el de Bang and Olufsen, en cuanto a las imágenes, no en cuanto al lenguaje sexista, con una única referencia en masculino. Quizás porque la mujer que tenga poder adquisitivo para comprar los aparatos de esta marca se identifique absolutamente con el poder masculino, guste de esos ambientes refinados y minimalistas, se sienta parte de un grupo en el que da igual quedarse “fascinado” que “fascinada”, pues lo que importa es otra cosa. Sin embargo, podría haberse hablado de “fascinación” y todo arreglado.

Curioso que aparezca como neutro absoluto un anuncio de cremas hidratantes regeneradoras: unos simples botes de crema entre gotas refrescantes, en colores fríos. Ni una alusión al sexo al que va dirigido, ni en la imagen ni en el lenguaje. Consciente quizás la empresa de que hoy en día el hombre de poder adquisitivo suficiente para usar esa marca también se cuida la piel, lo han dejado en la generalidad. Es un juicio de intenciones, pero no parece que las grandes empresas de cosmética sean precisamente muy cuidadosas con la ética de la imagen; simplemente saben quién puede ser su público. Del mismo modo, el anuncio de una tarjeta de crédito el de una gasolinera, el de productos lácteos, el de frutos secos y el de los coches Mercedes coupé son neutros en cuanto al género. Son todos productos que entre potenciales consumidores o consumidoras no tienen por qué distinguir. No hay que quitarles mérito, sin embargo, porque lo mismo podrían haber usado las imágenes consagradas de hombres y mujeres: pasividad–acción, cuidado–justicia, belleza–fortaleza, etc., para promocionar el producto. No lo han hecho. Quizás más por astucia que por ética, pero no lo han hecho. Si pensamos que ellos anuncian de modo que el producto se venda, tenemos que concluir que una tal cantidad de anuncios neutros, salvando los institucionales, que no tienen por menos, da una idea de que hay una buena cantidad de mujeres con poder adquisitivo, preocupadas por la salud o por el dinero, que conducen y llevan zapatos cómodos y deportivos, sin importarles demasiado la estética en determinadas ocasiones. Y que hay algunos hombres que se incorporan al cuidado personal y a la salud, prefiriendo no parecerse a un oso, por hermoso que sea en su fealdad.

Defectos y problemas físicos

Pero ahora vamos a la contrapartida. Hay productos y actividades que son soluciones a problemas o defectos físicos. Concretamente hay dos anuncios de este tipo: en un caso quien tiene el problema es una mujer, en el otro la mujer detecta el problema. Uno es una operación láser de miopía No se sabe muy bien por qué la muchacha que la anuncia se quiere operar, porque va muy guapa con las gafas, de hecho es muy guapa, pero no se puede permitir semejante defecto físico. Se tiene que operar. En todo lo demás, el anuncio es de los llamados “informativos”.

El otro es una mujer que anuncia a alguien invisible que“tiene algo en los dientes”. Tiene lo que cualquier ser humano: placa de sarro, y eso, al parecer, sólo se quita con el cepillo que se anuncia. Es una mujer la que, con su mejor sonrisa, te destapa ese defecto insoportable. Al principio se cree que la que dice esto lo dice por propia experiencia y, como luce una hermosa dentadura, ya lo ha solucionado, pero luego, en letra muy pequeña, leemos que es farmacéutica, o sea, que es el consejo de una profesional. Llama la atención, antes de saber que es farmacéutica, que no se trata de una modelo bellísima, como suelen ser, sino de una mujer “normal”. Cuando descubres que lo que se busca es la seguridad que da alguien profesional, lo entiendes todo: si es farmacéutica no necesita ser extremadamente guapa. Una mujer que lo fuera no nos daría confianza como profesional. O sea, que aquí tenemos la brecha. Si eres guapa, esa es tu profesión. Si no lo eres, tienes que ser farmacéutica, por lo menos. Y no es que esta mujer sea fea, es una mujer agradable, pero no una modelo.

Hombres con mujeres

Vamos ahora a ver de qué modo y con qué mensajes ocultos o explícitos se presenta la imagen de hombres y mujeres. Entramos en el cogollo de los mensajes sexistas.

Los hombres aparecen solos o acompañados de mujeres; por lo tanto, lo mismo debería ocurrir con las mujeres. Pero no ocurre, aunque parezca una obviedad que se tendrían que dar los dos casos. Los hombres aparecen con mujeres, como objeto de su bondad o de su amor. Las mujeres, por mucho protagonismo que tengan, tienen sólo un protagonismo relativo: son pasivas, son amadas o son protegidas. Veremos por qué. Sólo hay dos anuncios de este tipo: uno es particularmente llamativo, porque artísticamente es muy bueno y como llamada de atención es superior, porque trae una perfecta envoltura ética. Se trata del anuncio de una marca de zapatos y la escena representada viene en formato apaisado, lo cual le resta inmediatez de visión, pues hay que darle la vuelta a la revista para verlo bien, jugando entonces con el atractivo que tiene todo el anuncio, que es mucho. Quieren gente capaz de volver una revista para ver una magnífica foto: un motero, la cabeza afeitada, con piercings y tatuajes, lleva en sus fuertes brazos a una mujer y a un bebé que acaban de tener un accidente. El eslogan: “lo natural es ser bueno”. Bueno, éticamente, se supone, es el hombretón de la moto que se ha parado a salvar a esas personas; buenos, suponemos que de calidad como producto, son los zapatos anunciados, con lo cual ya se ha establecido una relación perversa entre lo ético y lo mercantil basada en las acepciones diferentes de una palabra. La segunda perversión es el juego con los temores de la gente: un personaje de esas características sorprende que “sea bueno”, o sea, que cargue con los heridos del accidente; es que él en el fondo tiene una naturaleza buena, pese a su aspecto fiero y su desafío social. Fuera prejuicios; todos somos buenos, porque es lo natural. Y lo último, el hombre aparece como salvador de la mujer y de su hijo. La mujer la lleva a la espalda, lo que se dice a sus costillas, el bebé bien protegido por el fuerte brazo, cogido por la cintura; la mujer, sucia, pero no herida, intenta coger la mano del bebé, tratando quizás de comprobar que está bien. Si vemos la foto despacio, todo el escenario resulta absolutamente absurdo; no hay otros accidentados, el coche de donde parecen haber salido la mujer y el niño no tiene daños; el otro coche, con el morro aplastado, está abandonado, y no sabemos a dónde lleva este hombre a la madre y al hijo, pero todo esto no viene al caso. Lo impactante es el centro de la foto: el medio salvaje tatuado con la debilidad a cuestas. La imagen no puede ser más significativa: él, el macho, es la protección, la bondad, la entrega a los demás, pero cuidado, sólo en este aspecto, en caso de calamidad. El resto, a correr con su moto y a tatuarse. La mujer, una simple víctima rescatada, así como el niño, que no es más que una extensión suya.

En el otro anuncio en el que aparecen un hombre y una mujer, encontramos otra sugerencia idílica, un barco o un embarcadero, el mar tropical de fondo, luz de atardecer. Tommy Hilfiger viste al hombre del modo más neutro y soso que encuentra: un vaquero y una camisa de rayas, una pulserita de cuentas o de cuerda, algo muy común entre los chicos pijos últimamente, y un sombrerito merengue. Ella no, ella debe ser el centro del anuncio y es la que luce la ropa de la marca. Una chica preciosa, sentada en la borda o en la barandilla del embarcadero y tomada por la cintura por el anodino maromo que la mira embelesado; ella, sin embargo, mira el mar, pero sonríe porque sabe que él la mira a ella y la sostiene en el borde con firmeza. Ni una palabra, excepto la marca. Se sabe lo que anuncia; que sólo con ropa de esa marca una mujer será tan hermosa como para poder tener una fuerte sujeción con un hombre anodino, al menos de aspecto, pero con tanta “vida interior” y tan capaz de mantenerla y de llevarla a esos paraísos. Es una de las historias posibles. Mirándola bien, me inclino a pensar que se trata de un camarote de barco: hay una cuerda que cruza longitudinalmente un costado de la foto y todo tiene un cierto aire inestable, de balanceo.
De hombres con mujeres no hay más.

Hombres solos

Los hombres solos son otra cosa. Uno está absolutamente despersonalizado. Se anuncia finamente una marca de zapatos deportivos. El hombre se ve de espaldas, con un pantalón corto y una chaqueta de chándal, corriendo entre las rocas bajas de una playa. Se nota la tensión y el esfuerzo en todas las fibras de sus piernas musculosas. Hasta ahora es la única persona, quitando al salvador de accidentadas, que hace algo con esfuerzo. Las mujeres que han aparecido son simples imágenes o sólo dicen una frase. Pero ahora vamos a ver a un chico que sí que hace, y mucho. Se trata de un anuncio fálico donde los haya. Los hombres, cuanto más chorro, mejor, cuanto más grande mejor. Y todo esto para anunciar una cerveza sin alcohol. Aprovecha el tirón publicitario de un deportista, de Fernando Alonso, pero el montaje es espectacular. Este chico va vestido de caballero medieval, con una pesada armadura. Sobre un fondo de cortinas azules, ha destapado una enorme botella de cerveza Buckler 0,0 y el líquido sale a toda presión. Naturalmente, como la sujeta a la altura de la cintura, la imagen de enorme falo eyaculante viene asociada sin mucho esfuerzo. Un grupo de vikingos, de espaldas al espectador, lo vitorean levantando sus cuernos transparentes llenos de cerveza. Un escudo soporta la marca y todo el anuncio viene encabezado por una frase: “el poder del sabor”. Todo muy masculino. ¿Qué pretenden? Quitarle a la cerveza sin alcohol la fama de floja. Y nada como un caballero moderno, un héroe, para decir que el alcohol nada tiene que ver con ser más o menos macho; para conducir un coche de carreras uno no debe estar borracho, y no estarlo te convertirá en héroe y caballero. Teniendo en cuenta que los jóvenes no suelen hojear estas revistas, el anuncio debe ir dirigido a hombres adultos o mujeres y para ambos sexos vale esa botella fálica con un chorro a presión. Nada como asociar los ideales caballerescos con los bajos instintos.

Mujeres solas

Si bien a hombres y mujeres de cierto nivel les preocupa la hidratación de su piel, a las mujeres en particular la hidratación parece darles igual; a ellas lo que les preocupa de verdad es el envejecimiento. Por eso, un anuncio destinado explícitamente a ellas tiene que tener esa referencia. Lo curioso es que las mujeres que anuncian este tipo de productos no parecen necesitarlos: chicas bellísimas en la flor de la edad, como el anuncio de un producto de Lancôme que corrige las arrugas “a velocidad láser”. Lo que promete a las mujeres es piel más lisa, tono luminoso, piel más tersa, piel más firme, arrugas completamente alisadas y manchas oscuras atenuadas, progresivamente claro. Lo que no valora es ese “más”. Todo viene asegurado por test in vitro y ensayos clínicos sobre cincuenta mujeres, ¿de qué edad?

La misma técnica de muchacha de deslumbrante belleza muy joven, pero ahora sin ninguna base científica, se usa para anunciar una máscara de pestañas. Increíblemente largas las pone este producto, tanto que resultan “surrealist”, se califica a la máscara como de “longitud provocadora” y cae bajo el “arte de la desmesura”. Eso dice Helena Rubinstein. Del nivel al que se dirige este anuncio, habla la magnífica pulsera de brillantes, de corte modernista, que lleva la modelo. El maquillaje de la modelo, no podía ser menos, es perfecto, pero resulta absolutamente innecesario en una tal belleza. Si cualquier mujer “normal” se pone esa máscara resultaría ridícula, extraña cuando menos. No en vano se llama máscara.

Hay anuncios donde la mujer no es sino un simple soporte, bien de lo anunciado, bien del propio anuncio. Uno de este tipo último es el de un coche, Micra C+C, donde una chica que no tiene manos ni rostro es la portadora de una camiseta, ombligo con piercing al aire, donde en el eslogan “I love Rio”, el verbo “love” se ha sustituido por el cochecito mini deportivo; debajo, en letra pequeña, “las ciudades están hechas para Micra”. La chica no es más que una piel morena y la insinuación de sus atributos femeninos, un cartel de carne. En el otro, de Ralph Laurent, es una modelo impersonal, como tantas otras, muy guapa, pero sin personalidad ninguna, que porta la ropa y los complementos de la marca. Lo único que destaca es su melena al viento y el ademán de caminar con energía: todo un modelo de mujer moderna, femenina y decidida, perfectamente arreglada hasta el último detalle. Simplemente una percha para la ropa.

Vamos a ver uno donde la mujer como tal tiene protagonismo. Es el anuncio de una marca de colchones. La campaña no se limita a este anuncio, así que hay otros que pueden compensarlo. “El sueño de Patrizia” es el título del anuncio. ¿Con qué sueña esta chica, con los ojos cerrados? Sueña con una rana coronada que tiene en las manos, y con una cama con dosel con seis colchones. La alusión está clara: sueña con ser una princesa delicada y con que esa rana se convierta en su príncipe azul, para acostarse con él sobre los seis colchones, previa retirada del molesto guisante. He visto el resto de la campaña y sólo en un caso hay una mujer que sueña algo impropio de su género: una que quiere ser paracaidista, o sea, una estrambótica.

Pero el colmo del descaro en cuanto a estereotipos es el anuncio de un ron, donde el uso del cuerpo femenino, de la mujer en sí, la lleva a una identificación total con un producto de consumo, se supone que masculino. Una muchacha muy hermosa y muy joven, una lolita en realidad, cubierta solo en parte por un mantón, a través de cuyos flecos se adivina el abultamiento del sexo –nadie puede dudar que está desnuda debajo de ese mantón, puesto que ella misma lo sujeta en cierto ademán pudoroso contra su pecho– esta muchacha, decimos, está situada tras dos botellas de ron magnificadas en su tamaño. Tras ella, una puesta de sol tropical sobre una playa arenosa, unas hojas de palmera, la marca del ron (Barceló) y un subtítulo que remata la identificación: “Oscuro objeto de deseo”, aprovechando al mismísimo Buñuel. Todo un récord. Este anuncio sólo puede ir dirigido a hombres, y además a determinado tipo de hombre. Este ron, aunque no lo diga, es “cosa de hombres”.

Si tuviéramos que sacar una conclusión sobre las mujeres actuales a través de los anuncios, pensaríamos que o están sumamente preocupadas de la vejez –lo que tiene su parte filosófica y todo– o de lo largas que tienen las pestañas, o que no son nada ni nadie, sino simples perchas y objetos. Tampoco es que la imagen de los hombres sea muy halagadora a tenor de los anuncios, pero al menos hacen algo: admiran, ganan carreras, hacen deporte. Las mujeres o son bellas o son farmacéuticas. Punto final.

3/27/2006

¿Por qué le llaman sexo si es poder?

Siempre que se habla de prostitución, sin detenerse demasiado en reflexionar, cualquiera cree que estamos hablando de sexo.

Por ejemplo, a las personas que estamos por la abolición de semejante práctica patriarcal se nos tacha de “estrechas”, personas llenas de complejos ante el sexo o de miedo, pacatas y moralistas. Y si a todo eso antecede la palabra feminista, pues ya tenemos el cuadro completo de rechazo. Es una “feminista abolicionista” parece ya lo peor que se puede decir de una mujer, como si en esas dos palabras se resumiera algo muy rancio y muy neurótico, y se nos pinta entonces con el sombrerito y el paraguas, como unas sufragistas victorianas desfilando contra el vicio. Y, desde luego, no es así. No hay un rechazo al sexo en el abolicionismo. Incluso diríamos que la mayoría de las abolicionistas de hoy fueron las que hicieron la revolución sexual de ayer, cuyos beneficios de libertad y desenfado disfrutan muchas mujeres que hoy se avergonzarían de decir que son feministas y se proclaman regulacionistas en el tema de la prostitución.

No hay un rechazo al sexo, repito. Hay precisamente todo lo contrario: la celebración del sexo como una actividad libre, abierta, no mediatizada por pulsiones ni por intereses, como juego o como placer, por amor o sin amor, sólo comprometida en la afectividad permanente a una persona, porque así se desea para un desarrollo personal o para la creación de un núcleo familiar. Como un elemento de crecimiento vital que sabemos ocupa toda la vida sin comprometerla.

Mientras es así, el sexo es un valor. Como forma de poder, es una enfermedad social. Es enfermizo cuando una mujer lo usa para su ascenso social. Es enfermizo cuando un hombre no es educado para un manejo social y aceptable de sus pulsiones. Parecería por las declaraciones de ciertos hombres que todos ellos lleven una fiera dentro a la cual habría que calmar con sacrificios humanos. Yo, sencillamente, no lo creo. Creo que es una construcción de su género como la sumisión lo es del género femenino. De ese imaginario masculino viene la perversa idea de que las prostitutas nos salvan a las demás mujeres del salvajismo masculino, o sea, de la violación. Con prostitución o sin ella, las violaciones son una estrategia de dominación masculina que no se evitan porque haya prostitutas para calmar a las fieras. Las fieras son sólo fantasías masculinas. De adolescentes saben muy bien cómo calmarla. No es necesario que haya unas víctimas propiciatorias, depósito de todas las bajezas, que libren a las demás de la violación.

Por otra parte, se alega la necesidad de ciertos hombres solitarios, ancianos o enfermos. Digo lo mismo que anteriormente. De adolescentes sabían lo que tenían que hacer. Bien que lo pagaron en los confesionarios. Hoy ni siquiera tienen que ir a confesarse. Y si lo que buscan en los servicios de una prostituta es afecto, amor, cercanía, están siendo víctimas de un engaño. No lo encontrarán, porque no es eso lo que una prostituta da en ningún caso, sino un cuerpo convertido en objeto que puede ser comprado por el que puede pagarlo. Lo que vende la prostituta no es afecto, pero tampoco es sexo. Lo que vende es poder. En el servicio prestado es la pasividad, la sumisión, el poder hacer sin trabas y sin respetos, lo que el hombre paga. En ello hay una humillación inconsciente –a veces bien consciente– a la mujer que se encarna en el cuerpo objeto de la mujer comprada. Es el poder máximo lo que se compra y lo que se vende.

Me decía una amiga lesbiana que ella era regulacionista, porque también había mujeres y hombres homosexuales que compraban sexo de otros hombres o mujeres, y eso le quitaba la carga patriarcal al asunto. Yo sigo diciendo que ellos y ellas hacen lo mismo que el varón que paga a una prostituta: compran poder absoluto sobre un cuerpo objeto y ejercen la ilusión de poseerlo por completo y sin trabas, lejos del respeto al otro.

3/26/2006

BURKAS Y ABLACIONES



En portada, la presidenta del Parlamento europeo, Madame Fontaine, una mujer en edad madura, discreta, elegante, sonriente, saluda a dos bultos azulados de tela. Si no estuviéramos en antecedentes, la foto resultaría absurda. Cualquiera que la viera sin estar al tanto, creería que la gran noticia de primera plana era que la dicha mandataria europea había perdido el juicio y había invitado al foro que preside a dos fantasmas. Pues no. La noticia no era esa. Era mucho más dramática, porque aquellos dos bultos eran, en realidad, dos mujeres, según nos dicen. Otros datos de identidad no los tenemos; a decir verdad, tales datos no existen. Eran dos mujeres afganas cubiertas con el terrible burka. En su país llevarlo es una obligación cuya trasgresión mínima puede costarles la vida; en Europa es una protección cuya omisión puede costarles la vida a sus familiares en Afganistán. Habían venido a Europa después de una arriesgada huída de su país para pedir ayuda, es de suponer que ayuda internacional, para quitarse de encima aquellos pesados ropones que caen sobre su humanidad ocultándola toda; también para quitársela a todas las mujeres que allí quedan y a todo el pueblo afgano. A las muertas y a los muertos ya no los puede recuperar ninguna ayuda por internacional que sea. Estas mujeres llegan aterrorizadas por el destino de sus familias a merced de locos fanáticos nada arbitrarios, sino guiados claramente por un signo fatal. También por ellas mismas: el brazo justiciero de Alá es largo e inmisericorde. Ellas son el grito patético de socorro sofocado por el miedo. No van a conseguir la ayuda que piden. Las feministas claman por ellas, porque centran su interés en la situación de esas mujeres anuladas, violadas, machacadas. Pero ellas son un síntoma más, el más candente. Los hombres también están padeciendo el terror, porque no hay nada que afecte a la mujer que no sufra también el hombre de diferentes modos. También ellos son anulados, violados y machacados en el gran mortero de Alá inmisericorde. Los talibanes, sin embargo, separan cuidadosamente, la pulpa sanguinolenta masculina de la femenina para evitar el pecado en su ofrenda. Y no recibirán la ayuda que piden ni unos ni otras. No hay intereses en la zona, o los hay de un cariz diferente a los que movieron otras intervenciones militares del llamado “mundo civilizado”. Lo más a que pueden aspirar es a un poco de ayuda humanitaria, migajas limosneras, dificultada o incluso robada por sus propios verdugos.

Pues también en la prensa nos encontramos otra estela de humillaciones y agresiones. Los africanos que vienen a España no dejan en el Continente misterioso sus prácticas ancestrales con las mujeres. Médicos aragoneses han dado la voz de alarma: en España se practican ablaciones de clítoris, infibulaciones y otras mutilaciones genitales a niñas de corta edad. Han tenido la valentía de denunciarlo y de intervenir judicialmente para evitarlo. Se han encontrado con hechos consumados en muchos casos. Algunos de ellos se han producido en viajes de vacaciones al país de origen; otros sin mediar viaje, lo que demuestra que se han llevado a cabo aquí mismo. Nos podemos imaginar el estado de ánimo de estos pediatras, su sentimiento ante un cuerpo infantil mutilado salvajemente. Los padres alegan que es costumbre cultural. ¿Cultural? Cultural es la música, vamos. Esto es simplemente salvajismo. Y aún más, cualquier costumbre, por “cultural” que sea, que atente contra los derechos fundamentales de la humanidad debe ser atajada con la mayor energía. Sin consideraciones. Nuestros profesionales de la sanidad, de la educación y de la política deben entrar sin miedo en este terreno de defensa de los derechos primeros de todo ser humano. Se nos están planteando los primeros problemas de la multiculturalidad; otros países ya los han tenido y han pasado el análisis de las soluciones, hasta dónde se puede ceder y qué es inadmisible.

Nosotros acabamos de empezar. Las personas inmigrantes vienen a nuestra tierra buscando una vida más digna; nuestros políticos les imponen unas duras condiciones, lo que hace su vida más indigna aún aunque ganen el salario de la ilegalidad. Siguen en la clandestinidad con sus prácticas ancestrales: es nuestro deber impedirlo, desde luego, pero su integración y el abandono de prácticas contra los derechos humanos pasan necesariamente por concederles a nuestra vez sus derechos fundamentales. En los casos concretos, cuando se descubra el hecho o la intención de mutilar a una niña, debe procederse con la mayor contundencia, pero está claro que a largo plazo lo que lo evitaría por completo sería que estas personas tuvieran en nuestro país una vida verdaderamente digna, condiciones de vida humanas, educación, sanidad y atención a su integración dentro del respeto a lo que de verdad constituye su cultura.

Tampoco en este caso recibirán ayuda. Los intereses de este llamado “mundo civilizado” van por otros derroteros. A lo más a que pueden aspirar actualmente las niñas africanas es a la mirada indignada del pediatra, con un poco de suerte a que se consiga evitar en su caso que se lleve a cabo la mutilación. O sea, un poco de ayuda humanitaria puntual. Que en este caso y por el momento, no es poco.

Este artículo apareció en Escuela Hoy, revista sindical del STERM, en mayo de 2001, a propósito de los sucesos que se desarrollaban en Afganistán en aquellos días y de los primeros casos de mutilaciones genitales de niñas africanas descubiertas en nuestro país. Desde entonces, nada ha mejorado ni para las mujeres afganas ni para las niñas africanas.

3/17/2006

La señora Mernissi en la Frontera

Mi amiga Aixa Bulaich me enseñó quién era Fatema Mernissi. Yo andaba cruzando la frontera. La pasaba con un pasaporte ceutí en la mano casi todos los días. Y la pasaba también sin pasaporte, de la mano de Aixa y de otras personas que ocasionalmente me guiaban por las muchas fronteras entre su mundo y el mío.

No fue casual que fuera ella quien me descubriera a la señora Mernissi -que no hay casualidad, sino destino, o como queramos llamar a las felices coincidencias, es lo primero que aprendí en la frontera- y no lo fue porque Aixina, como su propio nombre familiar indica, era también un ser fronterizo, la persona perfecta para guiarme hacia la gran Frontera de la señora Mernissi.

Un día fuimos a Tánger, ella me guió a la librería de las Columnas y allí me hice con un tesoro: un libro llamado “Sultanas olvidadas”. Más hermoso aún, más tesoro, porque no estaba en español, sino en francés. No es un enorme trabajo para mí leer en francés, pero el hecho de extender sobre el texto el velo de una lengua que, aunque bien conocida y querida, no es la propia, añadía el sentimiento de tener un tesoro misterioso ante los ojos. Y aquí tienen ustedes a una española, leyendo en francés a una marroquí, rodeada de personas que hablaban español, árabe, hindi e inglés, e incluso berebere del Norte, en una ciudad minúscula, hermosa y dura, cuyo contorno es una pura frontera: fronteras humanas y fronteras de la naturaleza. Leyendo a una marroquí fronteriza, como mi querida Aixina. Fueron unas horas mágicas y, en este caso, no es una palabra vana: si algo tiene la escritura de la señora Mernissi, y tiene mucho, es precisamente magia. Lo que muchas mujeres marroquíes hacen con fórmulas y procedimientos de fascinación popular, lo hace ella con la palabra, en lo cual tiene nobles antecedentes; la princesa persa que salvó su vida y la de otras muchas mujeres, no usó la magia amorosa para ello, sino simplemente la palabra. Así que, buena heredera de aquella princesa, la señora Mernissi me embrujó, me fascinó con su palabra. Pasados los mágicos efectos, de los cuales hay primero que disfrutar libremente, vino la reflexión sobre aquello que me decía tras las historias de mujeres bellas y poderosas del mundo islámico. Lo que ella quería demostrar, creo haberlo entendido bien, era que en el Islam, a pesar de la prohibición de que una mujer sea califa y, por tanto, que sea mandataria o gobernanta, se había burlado la norma en múltiples ocasiones. Bien, la vida es la vida, las necesidades aprietan y las ocasiones históricas están muchas veces por encima de vetos y fronteras. La comparación con el mundo occidental de las mismas épocas históricas no estaba explícita, pero cuando quien lee es un ser a punto de pasar fronteras, la comparación siempre subyace al texto. Le iba diciendo yo en mi interior, mientras la leía, que Occidente no se distanciaba mucho de esto mismo. No había en tiempos una prohibición en nuestro mundo, pero la situación era parecida y nosotras también podíamos rescatar reinas y dignatarias de la historia occidental, que también habían accedido al poder por circunstancias o necesidades o que habían influido en política a través de los hombres que las amaban. Ciertamente, apartar a la mujer al espacio privado, al harén, no era una norma exclusiva del mundo oriental. Digamos que en Oriente fue un hecho explícito y mucho más severo y en Occidente fue algo tácito y aceptado sin darle publicidad, pero con muy parecidas consecuencias. Y aún hoy, pese a las cuotas y a la pretendida paridad, que ocasionalmente se respeta en política, existe para muchos espacios públicos lo que las analistas han denominado “el techo de cristal”.

La otra parte que, en “Sultanas olvidadas”, era objeto de reflexión para mí era la siguiente: en un mundo en el que las opiniones y las ideas, incluidos los prejuicios y las falsedades, son de las pocas cosas en las que no hay fronteras, la señora Mernissi quería lograr dos objetivos, cada uno a un lado de la gran Frontera: para este lado, deshacer la idea monolítica de un Islam oriental de puro harén y prohibición; para el otro lado, otorgar confianza y seguridad en sí mismas y en su pasado a las mujeres de países musulmanes y orientales que en este siglo y en el anterior se incorporan, por otra parte, como nosotras, a la lucha por la igualdad, la autonomía personal, la ocupación del espacio público y la educación.

No otro sentido hallé a los sucesivos libros de la señora Mernissi que fui incorporando a mi biblioteca de pequeños tesoros. Todo cuanto leía me confirmaba en los tres principios: la señora Mernissi como poseedora de la palabra fascinante, la señora Mernissi como frontera entre dos mundos –recordando que las fronteras están para franquearlas y pasarlas, y que la peor es la que se lleva impresa en la mente-, la señora Mernissi ayudando a las mujeres magrebíes –árabes en general- a reconsiderar su situación, a tomar el poder, como ya lo tuvieron en algunas ocasiones, a no aminorarse ante Occidente, porque Occidente tuvo también su harén, y aún lo tiene, aunque a su modo particular. Así leí con sumo gusto “Marruecos a través de sus mujeres”, que no hacía sino deshacer la idea de la Mujer en el Islam, idea que expreso con mayúsculas porque con mayúsculas se destaca lo falsamente mítico, como si en el mundo árabe e islámico la mujer tuviera un único modelo, un patrón fijo, primer engaño de cualquier patriarcado. A propósito del harén, de la fantasía orientalista occidental, el libro “El harén en Occidente”, incidiendo en las ideas ya expuestas, escrito desde una perspectiva de mujer, íntima, personal, es una verdadera delicia. Hay un tono en ciertos libros que nos invita a soñar con que alguna vez la voz femenina en la escritura dejará de valerse del patrón masculino. La señora Mernissi es de esas voces precursoras. Cuando Virginia Woolf escribía que la mujer debía encontrar sus frases, sus construcciones, creo que no se refería tanto a la gramática y su uso, aunque también seguramente, como al tono y a la expresión que la mujer debería encontrar en su camino hacia la creación propia, lejos de las imposiciones culturales del patriarcado. La costumbre de traspasar fronteras ha dado a Fatema Mernissi esa libertad personal para encontrar sus propios recursos. Y si se quiere saber dónde está la primera frontera vivida por la escritora, leer “Sueños en el umbral” es imprescindible. Allí, además de un encantadora novela autobiográfica, en la que entraremos en lugares prohibidos, encontraremos las razones y los orígenes de todos los pasos fronterizos: entre la niñez y la adolescencia, entre la independencia y la colonización, entre la desunión y la conciencia de pueblo, entre lo árabe y lo occidental, entre hombres y mujeres, allí y aquí, entonces y ahora. No han cambiado las cosas tanto.

A todo esto, yo no había visto nunca el rostro de Fatema Mernissi. Cuando obtuvo el premio Príncipe de Asturias tuve, como cualquier persona en este país, esa oportunidad. Es un rostro hermosísimo, lleno de vida, abierto, expansivo. Un verdadero pasaporte personal para pasar alegremente toda frontera.

3/15/2006

Por las mismas fechas que escribí el artículo "Lisístrata y los empresarios", escribí este otro sobre las fundaciones, círculos y conventículos generadores de ideas de la derecha ultraconservadora. Se puede encontrar en la red en el mismo enlace que el anterior.


Los Think y los Tank

Fuensanta Muñoz Clares

De pronto, no se sabe por qué conjunción astral o tal vez debido a misteriosas fuerzas o intereses, empieza la gente a encontrarse en los medios de comunicación una expresión, una locución, muy repetida, traída y llevada. Su significado se intuye vagamente. En esa vaguedad intuitiva queda flotando la expresión, a no ser que la semilla caiga en una mente obsesiva. Un cierto grado de obsesión debe formar parte del análisis crítico. Asegura que esas expresiones, a veces islotes emergentes de tierras sumergidas, no se vayan a perder en la nada etérea, sino que pasen a ser indagadas y situadas en su verdadero contexto.

Así, algunos ciudadanos y ciudadanas de este país hemos leído últimamente varias veces una expresión anglosajona que antes no conocíamos: THINK-TANK. Leemos también que el gobierno formado por Bush en EEUU cuenta con miembros de prestigiosos "think-tank". Aquí empiezan nuestras suspicacias. Como sabemos de qué color se le pone la mano a Bush de tanto firmar ejecuciones, y qué idea tiene de la política exterior, y también de las políticas interiores, ya vamos pensando que esto del "think-tank", aunque suene a juego infantil, a campanillas o a juego de palabras de la Alicia de Carrol, no puede ser nada bueno.

Luego nos enteramos de que el Círculo de Empresarios, tan celebrado últimamente en los medios por sus ideas acerca de la natalidad y las contribuciones económicas de las trabajadoras, además de por otras perlas negras que casi han pasado desapercibidas, dado lo llamativo de esa declaración que acaparó la atención general, es también un "think-tank".

Quien tenga unas nociones de inglés y sea algo obsesivo, en vez de quedarse en la vaguedad de una definición primera (depósito de ideas o algo parecido), busca más información en un buen diccionario, en el cual encuentra dos acepciones de la palabra TANK:

1. "A large container for holding liquid or gas"

2. "A military vehicle covered with armour and equipped whith wheapons which moves along an metal tracks fitted over the wheels"

Esto va bien, o sea, mal. Bien para unos pocos, mal para el inmenso resto. Aparece en la primera acepción la palabras "liquid" o "gas". Aparece la milicia en la segunda acepción. Según ella, un "tank" es un tanque en nuestra lengua. Todos sabemos lo que son los tanques y para qué sirven: los vimos en Checoslovaquia, en la plaza china de Tiannamen, en nuestras calles en el 23-F, y recordamos que cierto político, hoy respetable presidente de una comunidad autónoma, amenazaba frecuentemente con sacarlos a la calle. Sabemos a quién y para qué sirven: arrollan, chafan, destruyen, aterrorizan. Respecto a los líquidos o los gases, pueden ser cosas buenas o malas, según de qué estén hechos y según para qué se usen. Para calentar nuestros alimentos o para gasear gentes inocentes. Para beber o para contaminar. Pero mucho nos tememos que en este caso, unido a "think" y viniendo de quien viene, tengamos que inclinarnos por las opciones menos tranquilizadoras.

Unida esta palabra, bien como gas o líquido, bien como arma destructora, a "think", arroja un resultado inquietante. El pensamiento, la más alta cualidad humana, se une a la destrucción. "Tanque de pensamiento", un tanque formado por ideas para arrollar, chafar, destruir, aterrorizar. O bien, un montón de ideas pestilentes y letales, en forma líquida o gaseosa, contenidas y comprimidas en un enorme tanque. De esto último puede resultar o bien una terrible explosión (sería el totalitarismo mercantilista ultraliberal, con sus antecedentes y secuelas de miseria humana), o una insidiosa espita que va dejando escapar el "gas de las ideas" poco a poco, con mesura, sin anuncios ni declaraciones previas, sin alarmar a las víctimas, aunque el resultado final sería el mismo: el totalitarismo mercantilista ultraliberal. Ellos le llaman globalización. Parece más exacto llamarle totalitarismo. Eso es, a eso tiende.

Pero todo esto son elucubraciones. Quizás la obsesión, saludable para la crítica, se convierte sin advertirlo en paranoia. Lo mejor sería dejar a un lado este agorero discurso y seguir con la investigación.

El mismo diccionario de inglés, como buen diccionario, también contempla en sus entradas las palabras compuestas y las locuciones. Aparece, por tanto, la expresión completa "think-tank" con su sentido nuevo y figurado: "A group of experts who are gathered together by a organization, especially by a governement, in order to consider various problems and try and work out to solve them". Con esto se deshace la ingenuidad primera que podría tener alguien en que parecería que un "think-tank" es algo así como un club privado de golf intelectual sin demasiado peso, que los asociados pensaban para entretenerse, como en una divertida lluvia de ideas a ver qué pasa y qué sale. Ahora, sin embargo, empezamos a hilar. Aquí los paisanos y paisanas creíamos que las maravillosas ideas políticas y sociales de nuestro gobierno eran propias, que emanaban y pasaban a la práctica desde esos cráneos privilegiados a los que tantísimos españoles votaron en su momento. Pues no es así. Los cráneos privilegiados, la materia gris, está en ese club de golfistas intelectuales. Los señores del gobierno son los simples ejecutores de las jugadas que planean los del Círculo de Empresarios, el "think-tank" español. Esta última expresión, "think-tank" español, parece un oxymoron fatal: la alianza de las tendencias ultraliberales y globalizadoras con la casposidad y espesura carpetovetónica. Los resultados, a medio y largo plazo, siniestros. Dicen algunos eruditos que Calderón de la Barca perteneció a un grupo de teólogos e intelectuales que apoyaban y proporcionaban ideas a la política de Felipe IV. También los resultados fueron siniestros, y dicha siniestralidad está reflejada claramente en los dramas y autos sacramentales del tantas veces ideológicamente perdonado autor.

Aparte el inciso literario último, todo esto viene a confirmarlo un esclarecedor artículo, publicado en un periódico nacional, por uno de los socios fundadores del dicho Círculo, un señor con un nombre tan largo -lujos genealógicos de la aristocracia mercantil- que se puede caer en el error de pensar que son dos los firmantes. Además, cualquiera de cierta edad o preocupado por la historia de este país nuestro, cuando lea uno de los apellidos le encontrará resonancias franquistas. López de Letona. ¿Les suena?

Con la intención de defenderse y excusarse de aquel gas o líquido maloliente que se les escapó sin querer y antes de tiempo (demasiado modernos para este país anticuado), según ellos, y que afectaba a la política de natalidad y a los derechos de las mujeres trabajadoras, dando explicaciones lo pone aún peor. Como ya dijo don Quijote, estas cosas escatológicas mejor no menearlas. En el artículo, seguramente con cinismo, no con la inocencia del cínico, y desde luego, sin ninguna inocencia a secas, declara responsable - algunos diríamos culpable- al Círculo de Empresarios de los siguientes bienes y mejoras sociales para nuestro pueblo: el desmantelamiento al baratillo del sector público, las privatizaciones del patrimonio industrial, quizás también cultural y educativo, de todos los españoles, el desastre del mercado laboral, rozando ya en la empresa privada los límites de la esclavitud, la neutralización de los Sindicatos, y, finalmente, la voladura programada del Estado del Bienestar.

Todo esto tiene mucho de "think" convertido en "tank". Es decir, sacando conclusiones, que el Círculo diseña los planos y el Gobierno construye la máquina destructiva. El Círculo de Empresarios almacena y el Gobierno de la Nación va soltando la espita. "Ustedes planifiquen y piensen, que nosotros, previo globo sonda o a la chita callando, haremos realidad sus magníficas ideas". Y cada día somos más pobres, cada días somos más precarios, incluso intelectualmente. Nos atropellan, nos arrollan, nos chafan, y no nos aterrorizan porque lo hacen con mesura, poco a poco, sin alarmar a las víctimas. Los tanques, sin embargo, están en reserva, por si acaso.

Mientras tanto, Javier Tussell, eminente historiador y politólogo, denuncia públicamente esta generación continua de "buenas ideas", perlas insuperables cuyo conocimiento tenemos que agradecerle, pero no relaciona una cosa con la otra. Es decir, no relaciona los "think" con los "tank", los que generan las ideas con los que las llevan a la práctica cotidiana, y valora positivamente a miembros de ese gobierno que parecen obtener su mejor plan político de los cachorros del viejo régimen.

Los ciudadanos y ciudadanas ignoran lo que se les viene encima, aunque noten los efectos como una pequeña enfermedad molesta, sin verdadera conciencia del mal que se desarrolla a sus espaldas. No lo notarán en toda su crudeza hasta que todo esté hecho, todo consumado. ¿Tenía mistress Thatcher un tink-tank detrás de sus actuaciones políticas? Posiblemente sí. Los ingleses aún se están reconstruyendo después de aquel período político y posiblemente no lo conseguirán del todo, ni tal vez aproximadamente.

Así puede ser que en las próximas elecciones los ciudadanos y ciudadanas de este país, si todavía para entonces pueden ser llamados así, vuelvan a votar a los think y a los tanks, porque la espita está bien regulada, y si lo creen oportuno están en su derecho. Y cuando algún deslenguado se vaya de entusiasmo y proponga lo ya insoportable, hasta queden bien con sus declaraciones contradiciendo lo dicho, tanto unos como otros.

No faltará, sin embargo, gente obsesiva que se ponga al análisis de todo, deteniéndose quizás en el peligroso borde de la paranoia. Amargos y doloridos, mirando las víctimas ya caídas en torno, recordamos que nunca hubo quien escuchara los augurios de los obsesivos. Siguen siendo los mismos los que analizan. Siguen siendo los mismos los que no escuchan. Siguen siendo los mismos los que pagan los desaguisados. Y ellos, los "think-tank", también siguen siendo los mismos.


3/11/2006

El verdadero enlace donde se puede encontrar este artículo, Lisístrata y los empresarios, en la Red es

http://www.filosofia.net/materiales/ensa/ensa34.htm
Este artículo lo escribí en el 2001, con motivo de que el Círculo de Empresarios propuso que las mujeres trabajadoras se pagaran el permiso de maternidad. Se publicó en la revista impresa Escuela Hoy del sindicato STERM, en Cuadernos de Materiales ( www.letra.org ) y en la revista electrónica de AMYDEP (defensa de la enseñanza pública), además de ser utilizado ypublicado por otras asociaciones y colectivos. Creo que sigue teniendo interés por su contenido.



Lisístrata y los empresarios

Fuensanta Muñoz Clares

En "Lisístrata" de Aristófanes, cuando los hombres quieren entrar en guerra, las mujeres, conducidas por la protagonista de la comedia, se retiran de la ciudad, a un templo inaccesible para sus compañeros en la que parece ser la primera y última huelga doméstica de la Historia, que, bien mirado, ni siquiera se sitúa en la Historia, sino en el mundo de la ficción cómica. No obstante su carácter ficticio, podemos seguir su argumento como si no lo fuera; a saber de las historias de la Historia cuántas serán ficticias, y de las historias de ficción cuántas no contendrán más realidad que las que tenemos por reales.

Así que volvamos a lo que íbamos con la decidida líder de las mujeres de Aristófanes. Bien, las mujeres se retiran y los hombres, sencillamente, no se lo creen del todo. Luego lo toman a risa. Intentan la persuasión, el chantaje afectivo, la amenaza, todos los recursos del que ve perderse su poder y no desea ceder en absoluto. No consiguen que sus mujeres vuelvan, porque esta vez ellas se han pertrechado de firmeza y de argumentos. Tienen con ellas la razón. Finalmente, los varones tienen que dialogar y ceder a lo razonable de las exigencias femeninas. Como desarrollo de un conflicto entre varones y mujeres, de un enfrentamiento entre lo masculino y lo femenino, es ejemplar. Ya sabemos quiénes eran los griegos, aparte ciertas prácticas y leyes sociales y políticas que habrá que disculpar pensando en la mentalidad de la época y en que difícilmente podríamos juzgarlos con nuestros presupuestos.

No quiero centrarme, sin embargo, en ese diálogo final en el que todo se resuelve, sino en la causa principal por la que los hombres deciden dialogar con las mujeres, que no es otra sino que las necesitan. Comprenden que ellos no son nada ni nadie sin ellas.

Esta necesidad no es de tipo sentimental. Aristófanes tampoco la funda en el abandono de lo doméstico, como la limpieza, el fuego, el agua, la elaboración de alimentos... No. Aristófanes, por vía de la comicidad de unos hombres inflamados sin posibilidad de satisfacción, señala, entre cínico y divertido, que es el sexo la falta que acucia a los varones y les empuja a negociar con las mujeres. El autor griego indica un arma, ampliamente utilizada por las mujeres en tiempos, pero que hoy en día ninguna mujer con sentido ético utilizaría para una negociación de poderes y decisiones; antes bien, tal arma es apartada con repugnancia de la vida pública y privada. La negociación no cae en territorios de la necesidad inmediata, sino que debe encontrar y encuentra su ámbito en otros escenarios y es forzada, cuando no hay voluntad por la otra parte, por otro tipo de presiones.

Pero en el mundo antiguo, sexualidad era equivalente a reproducción. Así que lo que Lisístrata y sus compañeras estaban negando a sus hombres no era sólo la satisfacción del deseo sexual inmediato, sino la posibilidad de reproducirse. Y más aún, el cuidado de la prole, pues las mujeres no se habían retirado con sus criaturas en brazos, sino que, muy astutamente, aunque a su pesar, las habían dejado a los hombres. Sin ellas, comprenden los hombres, no hay reemplazo. Ellos solos se acaban en sí mismos. Ellas también, pero deciden jugársela esta vez. Por eso, después de utilizar todas las armas pacíficas y violentas, siempre limitadas a lo verbal, pues se trata de una comedia, los varones negocian y ceden.

Dirá quien esto lea que a qué cuento viene Lisístrata a estas alturas de Humanidad, en el mundo occidental, con el feminismo, la liberación de la mujer, la disociación de sexualidad y reproducción, la incorporación de las mujeres al mercado laboral y a la vida pública, y tantas otras joyas sociales y políticas que las mujeres hemos conquistados unas veces, y otras se nos ha regalado obsequiosamente con una sonrisa de galantería y sin saber muy bien a quién convenía. Para ser bien pensadas, consideraremos que esas segundas ocasiones eran pactos tácitos y nada más. Pues sí viene a cuento, viene muy a cuento precisamente en el día, señoras y señores, treinta del penúltimo mes del año dos mil, en que un Círculo de Empresarios se retrata en su verdadero ser, aunque tal vez envalentonados por un gobierno que se podría poner algo más allá de una derecha europea a medio civilizar, por más que se enmascare de centro y pretenda mantener un discurso sibilino que contiene rasgos de modernidad y consentimiento con las cuestiones sociales, entre ellas el feminismo. Bien sabemos que el discurso no es, precisamente, progresista, pero al menos lo maquillan o intentan hacerlo. Lo malo es que todos sus seguidores y beneficiarios o no tienen la misma competencia lingüística o no han entendido la consigna, y de vez en cuando se retratan sin arreglar o les explota en la boca lo que llevan dentro sin poder remediarlo. Según ellos, no ha sido para tanto, o era un globo sonda, que ya somos mayores para que nos entretengan con globitos, o no se quiso decir lo que se dijo, sino que, ahora sí, se intercala el discurso maquillado.

Así hoy a este Círculo de Empresarios les ha salido del alma que las trabajadoras se paguen ellas mismas con el sudor de su frente sus embarazos, partos y bajas maternales. Pensarán ellos que esto de que la masa trabajadora se reproduzca es un asunto feo, costoso y, en cualquier caso, privado, por lo que, si no tienen por qué pagarle a sus trabajadores unas entradas para el cine, tampoco tienen por qué pagarles a sus trabajadoras el para ellos dudoso placer de traer niños y niñas como ellas y sus hombres a este mundo, el cual sería un edén si sólo hubiera empresarios, mujeres de empresarios y niños y niñas de empresarios.

Las alternativas que este Círculo empresarial deja a las mujeres de este país, las cuales en gran mayoría no son mujeres de empresarios, sino trabajadoras de empresarios, son pocas. La primera, la que ellos proponen, o sea, que cualquier mujer con el atrevimiento de lanzarse al mundo laboral vaya con un seguro de embarazo a todo riesgo, como si fuera un peligro público, para no producir daños a terceros, es decir, a los terceros que son los pobres empresarios, que ya tienen bastante con sobrellevar los contratos basura, los despidos de saldo, los irrisorios gastos sociales, sus especulaciones y sus inocentes trampas legales, basadas siempre en el fantasma del paro y del despido.

La segunda alternativa, que posiblemente tampoco estaría mal para ellos, sería que todas las mujeres en edad fértil se retiraran del mercado laboral. Si alguna vez volvieran, una vez salvaguardados los sacrosantos bolsillos empresariales, y habiendo cumplido con su obligación "natural", constituirían una clase trabajadora de segunda, sin pretensiones, sin experiencia y sin costosas jubilaciones.

La tercera alternativa es Lisístrata. En parte, las mujeres jóvenes de este país son cada vez más parecidas a Lisístrata y a sus compañeras de reivindicación, sólo que esta vez, estando disociada sexualidad y reproducción, no tienen por qué privarse ni privar a sus compañeros en las penas laborales, de la satisfacción del deseo sexual, lo cual es también un alivio para los empresarios, porque esto quita mucha tensión en los lugares de trabajo. Pero de hijos, poco o casi nada: medio para cada una. Más justos que Salomón. Lo que aquel rey no consiguió lo está consiguiendo la clase empresarial de este país. Y más difícil todavía, antes de poner en práctica lo del seguro de embarazo para trabajadoras. Es fruto de una sabia combinación entre economía moderna y protección social subdesarrollada. El de nuestro país es un modelo fascinante que no ha sido todavía bien valorado en el extranjero.

Ahora bien, ¿servirá esto de Lisístrata para forzar a una nueva negociación con los varones? Mucho podemos temernos que no, porque la negociación no sería con nuestros iguales a los que amenazaríamos con no reproducirse, sino con el Círculo de Empresarios, los cuales se pueden reproducir cuanto quieran por razones obvias. Para las masas que necesitan en sus fábricas y en sus oficinas, posiblemente estén pensando en gente de fuera, mucho más dócil, más barata, sin pretensiones, sin derechos o con muchos menos derechos, con mujeres llenas de ignorancia y virtudes domésticas que no necesiten baja por maternidad.

Y volvemos a empezar. Pero ya no tendremos, posiblemente, a Lisístrata.


3/09/2006

Las hermanas

Este es el texto básico de una charla para jóvenes de Secundaria con motivo de la conmemoración del 8 de marzo. Se impartirá el día 9 de marzo en el IES Ingeniero de la Cierva de Murcia. Si es posible irá ilustrado con imágenes y ejemplos musicales.

LAS HERMANAS

Quisiera ser amable, no dar la idea de un resentimiento secular que se encarna en mí y puede amargarme la vida y la de los demás. Quiero ser amable y no pensar en el pasado, simplemente para que no tenga nadie una mala impresión de mi persona y, también, para que el pasado no sea un lastre en mi labor creativa. Vuelvo a insistir, quiero ser suave, tierna, conciliadora, como me han enseñado que deben ser las mujeres.

Pero, sinceramente, no puedo serlo cuando pienso en la cantidad de mujeres apartadas, condenadas, sometidas a toda clase de violencia, tratadas como esa especie diferente que sólo sirvió a los hombres para su reproducción. Así que no me voy a cortar nada y voy a ser tremendamente antipática. Para ello contaré algo muy desagradable.

La sociedad patriarcal, que todavía domina nuestra sociedad occidental, y, por supuesto, todas las no occidentales con mayor y más cruel virulencia, ha considerado a las mujeres meros vehículos reproductivos, de los varones y del propio sistema. Las mujeres, como es sabido, se dividían –se dividen aún– en reproductivas y recreativas. Las reproductivas eran encerradas y vigiladas para la transmisión de los genes del varón; las recreativas eran estigmatizadas y apartadas. En ambos casos había algo que se negaba a ambos grupos: la educación y la cultura. Excepciones, claro que las hubo: las hetairas griegas, grandes damas de la política, mujeres antiguas y modernas que escaparon a la imposición masculina por circunstancias diversas. La mujer tenía claramente su papel marcado y la que osaba salir de él era duramente castigada. Los hombres se arrogaban el principio de la creación y la cultura; ellos eran la cultura, simplemente. Las mujeres eran la naturaleza y como naturaleza su creación era inconsciente, limitada al mantenimiento de la vida. Los hombres ocupaban el espacio público, las mujeres el privado. Sin fisuras, sin quiebras. Ambos mundos, absolutamente separados en sus intereses y ocupaciones. En esa construcción social una mujer no podía, no debía, no podía querer dedicarse a una labor creativa, fuera del tipo que fuera. Le estaba prohibido, parecía un absoluto absurdo que tan siquiera lo intentara, se las denigraba y ridiculizaba, y eran motivo de escándalo o befa porque contravenían todo el orden creado por el varón. No obstante, hubo mujeres creadoras en todos los tiempos, con más o menos fortuna, con más o menos sufrimiento y lucha. Podemos recordar a Safo de Lesbos en la Antigüedad o a Christine de Pizan en la Edad Media, ellas entre otras muchas que fueron ocultadas y convertidas en leyenda más o menos deformada por la cultura masculina.

Pero ocurría algo extraordinario: todas aquellas mujeres eran hijas, madres, esposas, hermanas, de hombres de valor. Muchos de estos hombres quisieron para ellas una educación diferente a la común de su época. Tener una cultura va bien para una buena madre y esposa, pero sólo hasta ahí, ni un paso más. Nunca la mujer ha sido una verdadera hermana para el hombre; nunca ningún hombre ha reconocido su mismo talento en una hermana suya. Ni en una hija, ni en una madre. Ni hablar de las esposas.

A propósito de esto, puedo leer un poema, cercano a la prosa, en el que reflejo este asunto del que nos ocupamos:

TULIA

Él era un hombre muy ocupado. Dictaba a la vez a varios secretarios,

e incluso uno, griego e ingenioso, había inventado una extraña escritura

para tomar veloz, sin detenerlo, los brillantes discursos de su amo.

Era un hombre importante y admirado.

Él, a veces, emprendía largos viajes a provincias remotas, por razones de estado o de sabiduría.

Era un hombre poderoso y sensible.

Él había sufrido el exilio y había dejado atrás su casa y su amplia familia. Por poco tiempo, desde luego. Ante el poder hablaba claro y fuerte, sin olvidar jamás aquello en que creía. Siempre fue un republicano convencido. Su amor a la verdad y a la justicia eran ya parte de las frases hechas.

Era un hombre honrado y coherente.

También era un buen padre de familia. En su única hija, la inteligente, la prudente Tulia, empleó su saber, su poder, su coherencia. La educó como a tal padre tocaba.

A veces la miraba con tristeza,

a esa muchacha alta, silenciosa,

de ojos claros y grandes,

que todo lo entendía sin esfuerzo.

A veces la miraba y pensaba

cuánta mala fortuna, nacer

con esa mente y ser mujer.

Sólo le consolaba que sería

una excelente madre para la República.

Madre de hombres, ocupados, importantes,

poderosos, sensibles, coherentes.

Cuando estaba de viaje por remotas provincias, por poder, sensibilidad o coherencia, siempre escribía a Tulia, su hijita bienamada, largas y tiernas cartas. Cartas familiares.
Tulia las recibía, las leía mil veces, las besaba, las guardaba cuidadosamente, y siempre contestaba a su padre lejano y bienamado.

Conservamos todas las cartas que Marco escribió a Tulia.

Ni una sola de aquellas que Tulia escribió a Marco.

Marco Tulio Cicerón fue un importante jurista, político, orador y filósofo romano. Tuvo una única hija, Tulia, con la que mantuvo toda su vida una fluida correspondencia cuando estaba lejos de Roma. Se sabe que la educó muy bien y por encima de lo habitual para las mujeres en su época. Pero de todas las cartas que se intercambiaron, sólo conservamos las de él, porque ella las guardó. ¿Qué hizo Marco con las cartas de su hija, de la que se decía que escribía tan bien como su padre?

Esto lo pongo de ejemplo para ilustrar lo que venimos diciendo respecto al valor atribuido a las creaciones de las mujeres. Ninguno.

Con el tiempo, las mujeres, las más atrevidas, se pusieron a escribir. Al fin y al cabo, para ello sólo es necesario tener un poco de papel, una pluma y un poco de tiempo. Publicar, darlo a conocer, naturalmente, era otra cosa. Para eso hacía, y hace, falta una estructura social y económica que sostuviera la creación. Y además, tiempo libre de cargas familiares. Para ello, utilizaron una institución que se distinguía por su misoginia: la Iglesia. Muchas mujeres escritoras se refugiaron en conventos para su creación. Se exponían a una dura persecución si sobrepasaban los límites y aprendieron a caminar sobre la cuerda floja. Tenemos el ejemplo de Juana Inés de la Cruz, cuyas décimas de reproche a los hombres son de una sensatez, sentimiento y belleza increíbles. Tuvo que jurar en su momento que no escribiría más; a ello la obligaron sus superiores. Tenemos a Teresa de Ávila, cuya santidad no le impidió ser una magnífica escritora, y que también anduvo en los papeles inquisitoriales. En la vida secular, ya en el siglo XVII, tenemos a María de Zayas, seguidora de Lope y escritora, si no brillante, sí muy digna y divertida. Seguramente olvido a muchas, a otras no las conozco, se me han ocultado, pero a mayor olvido las ha sometido la historia. Iremos recuperándolas una a una las mujeres que ahora queremos saber quiénes fueron nuestras madres, de quienes somos las herederas.

En el siglo XIX empiezan a aparecer escritoras con más frecuencia. Recordemos a Jane Austen, que escribía en el salón familiar repleto de gente y ruido, y a partir de cuyo ejemplo Virginia Wolf reclama una habitación propia para las mujeres escritoras. Algunas tuvieron a bien, para librarse de los prejuicios de la época, tomar seudónimo masculino, como Aurora Dupin–Georges Sand o Cecila Bölh de Faber–Fernán Caballero. Otras, sin tanta precaución de nombres y seudónimos, como Emilia Pardo Bazán.

En el siglo XX nace la que todas las mujeres escritoras que se precien y luchen por su tarea reconocemos como la madre, la progenitora literaria por excelencia: Virginia Wolf. En el libro “Una habitación propia”, entre otras muchas cosas interesantes que habrían de cambiar la postura femenina ante la creación literaria y daría seguridad en sí mismas a las futuras escritoras, trae un asunto que enlazamos con el principio de este artículo: la hermana de Shakespeare, una hipotética hermana del genio que quizás podría haber tenido el mismo talento, mayor o menor incluso, pero talento al fin, y que por el hecho de ser mujer no hubiera podido desarrollarlo, incluso con la posibilidad de que su talento la hubiera llevado a la irremediable desdicha.

No dejo de pensar en las mujeres afganas, cuando leo estas cosas: dentro de su sociedad trabajaban y eran personas hasta que dejaron de serlo. Incluso Meena, una poetisa de la asociación de mujeres Rawa, asesinada por los talibanes; le prohibieron escribir, cantar, trabajar, salir de su casa, ir a cara descubierta y, en definitiva, ser persona. Tenemos que recordar que nosotros también hemos tenido talibanes. Este es un poema de Meena que leo como homenaje a todas las mujeres sacrificadas por su lucha:

NUNCA VOLVERÉ


Soy la mujer que ha despertado.

Me he levantado y convertido en tempestad entre las cenizas de mis criaturas abrasadas.

Mis ruinosas y quemadas aldeas me llenan de rabia hacia el enemigo

Oh compatriota, no me veas más como débil e incapaz,

Mi voz se entremezcla con miles de mujeres en pie

Para romper todas juntas todos esos sufrimientos, todos esos grilletes.

Soy la mujer que ha despertado, He encontrado mi camino y nunca jamás retrocederé.

Esto es lo que no debemos olvidar. Que somos las mujeres que hemos despertado y que no podemos dejar que nos hagan retroceder.

Y hasta ahora hemos hablado de literatura y hemos recordado algunas mujeres que escribieron o trataron de hacerlo, que fueron ocultadas y, a veces sacrificadas, algunas en la misma hoguera, otras como Meena, no tan lejos ni en el tiempo ni en el espacio, que se tuvieron que retirar, renunciar a todo, para seguir su impulso creativo natural. Pero no hemos hablado de pintura o escultura, por ejemplo, donde la dificultad es mayor, porque los materiales y los espacios no son tan cotidianos, ni tan baratos, ni se puede crear alegremente, hay que vender lo que se hace, hay que entrar en círculos destinados sólo a hombres. Mujeres en las artes plásticas ha habido, claro que sí, pero yo sólo quiero recordar a una en este día: a Mary Cassatt, de la que pocos han oído hablar siquiera. Amiga de Renoir y de los impresionistas franceses, su obra pasa a un segundo plano por ser mujer; la calidad artística no le faltó, más bien anduvo sobrada de ella. Tenemos que hablar de Camille Claudel, la joven escultora a la que vampirizó y ocultó el gran escultor Rodin, que murió loca en un asilo después de la muerte de su amigo y amante. En fin, son anécdotas personales muy significativas de la forma en que la mujer ha sido ocultada en el mundo de la cultura antes de nuestros días, en los que parece, pero sólo parece por el momento, que la mujer empieza a ser visible.

Pero hay un mundo cerrado y fuertemente masculinizado en el que la mujer ha tardado mucho más en entrar como creadora. Me refiero a la música. He pensado a menudo en esto: ¿por qué la mujer que intentó crear en otros ámbitos no lo consiguió en el de la música? Hay representaciones de mujeres como intérpretes de instrumentos y como cantantes desde muy lejanos tiempos, pero nunca nos ha llegado la memoria de mujeres compositoras. Dejando aparte la Antigüedad, de la que tampoco nos llegan nombres de varones compositores, por el estatus particular de la música en esos tiempos, la música estuvo durante toda la Edad Media y en adelante, hasta el siglo XIX dominada por la Iglesia, y sabemos que los focos misóginos más importantes parten de esta institución que ejerce su influencia sobre cortes y universidades. Del mismo modo que se aparta a la mujer de los oficios religiosos y del culto, se le aparta de la música sacra y como derivación de toda la música, excepto en los palacios como intérprete y en el mundo popular como transmisora oral de las músicas propias de cada colectividad. Entonces, verdaderamente sentí curiosidad por el asunto y me puse a buscar a las músicas por todas partes. Efectivamente, eran invisibilizadas, estaban sin investigar, nadie conocía sus nombres, pero existían, en todas las épocas, en toda Europa. Y a las primeras que descubrí fue a tres mujeres del siglo XIX, quizás porque son las primeras investigadas y recuperadas. Volví a recordar a la hermana de Shakespeare, de la que no sabemos nada, pero existió. Ellas eran dos esposas y una hermana: Clara Wieck (Schumann), Alma Mahler y Fanny Mendelssohn. Las dos primeras fueron mujeres muy dotadas para la creación musical; Clara tuvo ocho hijos, un marido genial y enfermo mental. A pesar de eso, dejó obra musical que se va recuperando poco a poco. Alma antes de casarse recibió una carta de su pretendiente Gustav Mahler: en ella le decía claramente “el rol de compositor, el mundo del trabajo” le correspondía a él, mientras que a ella le tocaba hacer el “papel de compañera amante y pareja comprensiva”. Alma eligió y dejó de componer. El caso más dramático, sin embargo, es el de Fanny Mendelssohn, pues es la hermana a la que se refiere Virginia Wolf por excelencia. Con idéntico talento que su hermano, educada en la música desde niña, nunca su vocación fue aceptada. Su hermano, que la adoraba, y que la siguió en la muerte sólo unos meses después de morir ella, mantuvo toda su vida una actitud ambigua respecto a la creación de su hermana. Algunas de las canciones que publicó bajo su nombre se sabe ahora que eran en realidad de Fanny. Ella sólo tuvo en este aspecto el apoyo de su marido, el pintor Hensel, y de algunos músicos, como Gounod, que reconocieron su talento. Hensel recogió todas las partituras de su esposa y esto es lo que ahora permite ir recuperando la obra de una mujer oculta hasta ahora.

Mozart también tuvo una hermana que lo sobrevivió en muchos años y también fue víctima del rechazo de la sociedad por la mujer creadora.

¿Cuántas hermanas más quedan perdidas en el tiempo patriarcal? A las feministas nos queda una larga labor de recuperación de aquellas hermanas que son nuestras madres.