5/22/2006

La violencia más antigua del mundo


Cuando se dice que el oficio más antiguo del mundo es la prostitución hay una verdad en ello; es muy antiguo, en efecto, pero no es un oficio[1]. Es tan antiguo como el sistema patriarcal, por lo tanto milenario. No es un oficio por razones obvias, pues a nadie se le ocurriría igualarlo con la alfarería o cualquier otro oficio ancestral o moderno. Para considerar el fenómeno en toda su dimensión, tendremos que buscar en sus orígenes, descubrir a qué se debe su presencia en este mundo. Ya hemos dicho que se trata de una situación en un sistema, el patriarcal. Este sistema de dominio del varón sobre la mujer divide a las mujeres en dos grupos. El grupo más numeroso de mujeres se destina a la reproducción, tanto la reproducción biológica como la perpetuación del propio sistema, mediante las tareas básicas de mantenimiento y la transmisión de sus principios, a cuyos efectos se mantiene a la mujer recluida, vigilada, alejada del espacio público y, sobre todo, ignorante y cerrada a todo pensamiento crítico. En todos los casos juega un papel sumamente importante la represión sexual de las mujeres, la medicalización y demonización de su cuerpo y de sus instintos (la mujer es una enferma crónica o es débil y su cuerpo es el origen de todo el mal), lo que da lugar a una serie de estrategias femeninas que constituyen el alimento fundamental de la misoginia. Así se acusa a las mujeres de una serie de defectos, desde el punto de vista masculino, que no son sino estrategias de supervivencia y consecuencia de la ignorancia en la que se trata de mantenerlas.

Un grupo más reducido de mujeres se destinan a la libre disposición de la comunidad masculina, por lo que se les llama “mujeres públicas”, o sea, de libre disposición. Si bien la violación y la esclavitud es el primer movimiento hacia ellas, se da un pacto sexual posterior por el cual el varón paga su placer mediante un estipendio acordado.

Como en el sistema patriarcal la mujer es una posesión del varón, que pasa del padre o equivalente al marido, las mujeres dedicadas a la prostitución no son propiedad de nadie. Son las hijas de nadie, mujeres no filiadas, aquellas sobre cuya propiedad ningún varón puede reclamar. Naturalmente, estas mujeres tienen que proceder de situaciones de desamparo masculino: esclavas, extranjeras, prisioneras de guerra y raptadas, huérfanas, extremadamente pobres y marginales, y aquellas cuyo comportamiento social no corresponda a su rol femenino reproductor, o sea, las que se rebelan, han sido violadas o han cometido cualquier acto de carácter sexual no legítimo. En cualquier caso, su situación es de humillación. Como objetos, su cuerpo es comprado y vendido, traficado. Los varones que les ofrecen protección se convierten en sus explotadores. Ellas son entes pasivos con los cuales se puede usar la violencia extrema. Aunque la violencia contra las mujeres en la sociedad patriarcal es estructural, en los cuerpos objetualizados de las prostitutas se concentra toda, por parte de los clientes prostituidores y por parte de los proxenetas que las explotan.

Pues bien, parecería que estamos hablando de tiempos antiguos, ancestrales, porque hemos buscado en los orígenes. Pero no es así, porque, con las variantes que correspondan, estos rasgos son aplicables a la situación del siglo XXI, con agravantes propios de nuestro mundo actual, como la mercantilización de toda actividad humana y la globalización, que desarraiga a las personas para una mejor explotación.

La prostitución, forma extrema de la violencia machista patriarcal, se ha convertido en los países ricos en un próspero negocio. Y no sólo para los proxenetas; también para los medios de comunicación, para ciertos industriales y para algunos sectores de la hostelería. Por otra parte, la aportación de mujeres, como siempre, se produce entre los grupos de mujeres no filiadas, las hijas, las hermanas, las esposas, de nadie.

Actualmente los datos son inciertos, pero de un modo aproximado, del casi medio millón de prostitutas que puede haber en España, un ochenta y siete por ciento serían extranjeras, africanas, sudamericanas y procedentes de países del Este. Muchas han sido engañadas por supuestas “agencias” de empleo, muchas han sido raptadas, todas sometidas a violencia y extorsión, muchas de ellas convertidas en esclavas sexuales, amenazadas por las mafias. Muchas, muchísimas, son indocumentadas, sin permiso de residencia y trabajo en España. En este turbio negocio posiblemente se está explotando también a menores de edad. El comercio sexual se ha potenciado y se supone que diariamente un millón de varones solicitan los servicios de una prostituta. Los ingresos ocultos generados son exorbitantes. Y en medio de estos intereses económicos y de toda esta miseria femenina, se abre en la sociedad el debate sobre la prostitución: la propuesta es la regulación de una actividad mercantil, como si se tratara de un sector económico cualquiera. No es casualidad. Los grandes proxenetas, asociados convenientemente, e hipócritamente cubiertos por unas cuantas expresiones falsamente normalizadoras (alterne, club, trabajadoras del sexo, control sanitario, etc.), han montado una campaña mediática en la que prometen dignidad y seguridad para las prostitutas, tranquilidad para el cliente prostituidor, impuestos para el Estado, alejamiento de los centros urbanos de la actividad, grandes beneficios en publicidad, entre otras cosas. Todo es cierto, excepto la dignidad y la seguridad para las mujeres prostituidas. Pero que sean ciertas algunas cosas no justifica la violación permanente de los derechos humanos que se produce en el comercio de la prostitución.

A esta regulación se opone un número reducido de personas que ven claramente, que en nombre de la libertad sexual –la del prostituidor, varón, con poder adquisitivo, nunca la de la mujer, aunque se diga que ellas están ahí voluntariamente– se va a perpetuar una injusticia milenaria. En España no es ilegal la actividad en sí, sino el proxenetismo. Esta parte es la que se quiere regular y consagrar socialmente. Lo que se quiere regular es el beneficio y la explotación de mujeres por los dominadores de siempre. Las mujeres son simplemente el ganado, que se puede conseguir de muchas maneras, no todas lícitas. Ellas serán las controladas, nunca el prostituidor. La seguridad no será para ellas, será para el prostituidor y el proxeneta. No se acabará con las mafias, sino que crecerán al cobijo de la ley. No terminará la violencia, se perpetuará.

Las personas abolicionistas no están en contra de la libertad sexual; están en contra de que esa libertad sea sólo privativa de los varones que pueden, a su antojo y fantasía, comprar el cuerpo de una mujer a la que convierten en objeto, aprovechando la necesidad extrema o la violencia que se ha ejercido sobre ellas. Hay una prueba contundente: ningún hombre, ningún proxeneta, querría que sus hijas, hermanas, esposas, ejercieran la prostitución. A nadie se le ocurre que la regulación suponga la consideración de oficio digno para la prostitución: no se establecen ciclos formativos ni carreras institucionales para ejercerla. Sencillamente, porque eso no tiene formación ninguna. A nadie se le puede enseñar a ser objeto.

La cuestión está en qué modelo de sociedad queremos para el futuro. ¿Queremos decirles a nuestros hijos, a los jóvenes, que la mujer es objeto de compraventa? ¿Queremos decirles a nuestras hijas que pueden venderse en la calle o en un club si tienen un apuro económico? ¿Queremos enviarles el mensaje de insolidaridad de que las hijas de otros son mercancía, pero nunca las nuestras? ¿Queremos consolidar la violencia contra las mujeres, contra las más pobres, las más precarias, las extranjeras, para que sean el chivo expiatorio de una sociedad que no ha sabido resolver el problema de la igualdad entre hombres y mujeres y la violencia consecuente?

No se trata de un problema de libertad sexual, ni de moral sexual. Se trata, simplemente de un problema de justicia, libertad y moral social.



[1] Ver artículos “¿Un trabajo cualquiera?” y “¿Por qué le llaman sexo si es poder?”, así como “Violencia contra las mujeres”, de la autora de este artículo, en http://kaolinarticulos.blogspot.com