1/28/2007

La religiosidad del relato

Después de todo lo dicho, ¿dónde está la religiosidad que nuestro voraz lector moderno veía en todo Tolstoi, y concretamente en este relato? No hay en todo el texto ni una sola alusión religiosa; la iglesia no aparece por ninguna parte. Pero el relato está encabezado por una cita evangélica, Mateo, 5, 28–30, que dice así: “Mas yo os digo que todo el que mira a una mujer para codiciarla, ya en su corazón cometió adulterio con ella. Que si tu ojo derecho te es ocasión de tropiezo, arráncalo y échalo lejos de ti, porque más te conviene que perezca uno solo de tus miembros y que no sea echado todo tu cuerpo en la gehena. Y si tu mano derecha te sirve de tropiezo, córtala y échala lejos de ti, porque más te conviene que perezca uno solo de tus miembros y que se vaya todo tu cuerpo a la gehena.” Si un autor pone ante un relato una cita tan dramática no puede ser un capricho, sino que de algún modo tendrá relación con lo que pretende contar. En primer lugar, la conclusión aplicada al texto es que Yevgueni, desde el punto de vista religioso, es un adúltero, tenga o no ocasión de cumplir sus deseos una vez casado con Liza. Verdaderamente no tiene ocasión, pero a efectos del relato es un adúltero y tanto da que se consume el pecado o no. La concepción no puede ser más cristiana: se equivocó al elegir la mujer conveniente para el matrimonio o confundió los términos en el significado de lo que es un matrimonio, pero una vez hecho no tiene ningún remedio. Yevgueni, según ese principio, se tiene que acomodar a las consecuencias de su decisión. Porque el error está en esa decisión que toma en la cual no considera dónde va a vivir, entregado a qué labor, en qué ambiente y de qué modo. Poco antes de suicidarse, en un inútil esfuerzo por enmendar el pasado, algo que cualquier persona hace mirando los errores de su vida, piensa que lo que tuvo que hacer en el principio fue vivir con Stepanida; pero ya hemos visto que la separación de las dos categorías de mujeres no se lo permite, ni la clase social ni la presión del que vive entre dos mundos, como es su caso. Tolstoi abona aquí la idea de la perversión de las elecciones que los seres humanos hacemos sin mirar nuestra conveniencia verdadera, llevados por fantasías y por condicionamientos que no nacen de nosotros mismos. Yevgueni sigue el camino trillado de la tradición: se casa con quien considera que le conviene, pero no con quien realmente le conviene a él mismo, como ser real. La presión social que sufre se advierte en la opinión de su madre respecto a su matrimonio con Liza, el cual no considera ella a la altura de las posibilidades de su hijo. Si eso es así tratándose de una señorita educada, qué no hubiera sido tratándose de una campesina, una sierva. Y más aún que Stepanida ya era la mujer de otro, con lo cual el adulterio hubiera sido el mismo; sin embargo, Yevgueni, en su locura se plantea esa posibilidad inicial como la menos dañina, la más honrada, aquella en la que él, que no es capaz de mentir ni engañar, habría sido más franco, más honrado y veraz. En pecado de adulterio, pero de cara y frente a frente.

Una vez consumado el error, la religión le dice que ampute su deseo, sencillamente. Yevgueni tiene una enorme conciencia acusadora, una culpabilización fuera de lo normal. Es parte de su carácter trabajador y ordenado que le permite levantar una finca en ruinas: construir y mejorar siempre es parte de su carácter. Es evidente que esa conciencia no se ha formado de manera espontánea, sino que, sobre un terreno propicio, ha crecido desde principios religiosos. No pueden tener otro origen. Y hablando de origen, esa misma cita puesta al frente del relato, llevó a un padre de la iglesia primitiva a la amputación de su miembro viril, por tomar literalmente las palabras del Evangelio.[1] Yevgueni también toma literalmente las palabras evangélicas cuando decide, no amputarse, no castrarse, sino llevar a cabo la mayor renuncia, la renuncia a la vida. En cierto modo es un Orígenes radical, del mismo modo en que fue un Fausto menor. En el otro final que Tolstoi nos ofrece como alternativa, no es tan digno en su interpretación de lo que debe ser eliminado, pues es a Stepanida a quien mata, pero esa acción la veremos más adelante. Lo importante aquí es que Yevgueni, en esa segunda versión final, interpreta el mandato evangélico considerando que Stepanida es un miembro suyo, un apéndice que le impide ganar la salvación y, por lo tanto, debe ser arrancado y arrojado de sí. Muy elocuente decisión.

Sin embargo no se limita a la cita del Evangelio la religiosidad que aparece en el texto. Toda su estructura es teológica, y además en el sentido más ortodoxo del término, con lo que no me estoy refiriendo a la iglesia ortodoxa rusa, sino al fundamento más profundo del cristianismo. Un alma vive en su interior la lucha entre el bien y el mal. El diablo no es una presencia real, una creencia ingenua en un personaje caracterizado como el viejo dios Pan vencido, sino que se plantea como el mal en la vida. Tolstoi tiene fe, es creyente. En realidad todo verdadero artista en el fondo lo es. Y si se tiene fe, tanto hay que creer en fuerzas benéficas como maléficas. Su personaje es juguete de las fuerzas maléficas que inevitablemente están en el mundo; pero realmente no se trata de un misterio teológico, sino de una cuestión de honradez con la propia conciencia. Con esto no me refiero a que Yevgueni haga bien en suicidarse o en asesinar a Stepanida, sino a que ese final terrible, cualquiera de ellos dos, podría haberse evitado si Yevgueni hubiera unido a su honradez, a esa incapacidad suya para mentir y engañar, la valentía de conocer sus deseos y sus necesidades, y atenderlas debidamente, desafiando al mundo entero si hiciera falta. Entonces habría sido tachado de loco, evidentemente, pero no habría seguido las fuerzas del mal, que no son otras que las del error y la confusión. Personajes de este tipo en otros relatos de Tolstoi no faltan. Véase, por ejemplo, “El padre Sergio”. La solución es siempre creativa, original, individual: seguir el propio camino al margen de las conveniencias sociales. Tal es la propuesta del anarquista creyente que es Tolstoi; quizás es lo que él estuvo deseando hacer toda su vida y trasladó a sus personajes. Le damos el calificativo de anarquista creyente por darle alguno que se pueda entender, porque su propuesta moral es honda y difícilmente clasificable, a la vez que no se deja encajar en fórmulas concretas de actuación moral ni religiosa. Pero Yevgueni no es creativo. Ya se nos anuncia al principio, con una breve digresión acerca del conservadurismo de los jóvenes: “A menudo se supone que los ancianos son conservadores y los jóvenes innovadores. No es del todo cierto. La mayoría de las veces los conservadores son los jóvenes, que tienen muchas ganas de vivir, pero carecen de tiempo para pensar en el mejor modo de hacerlo; en consecuencia, eligen como modelo el régimen de vida de sus predecesores”. Yevgueni sólo es innovador en la racionalización del trabajo agrícola, en la administración de una gran finca rural, pero no piensa en el mejor modo de vivir por sí mismo, para sí, según aquellos principios que le son convenientes, y se adapta a las formas de vida de sus predecesores, sin adoptar decisiones morales atrevidas. Ese es su diablo, su mal, y eso es lo que permite la instalación de la lucha entre el bien y el mal en su vida. Con el resultado ya sabido. Gana el mal en cualquier caso.

Si todo el relato, en su reflejo de lo cotidiano, normal y nada misterioso, produce inquietud e invita a considerarlo una y otra vez, como aquello que nos produce miedo y sólo cuando lo hemos desmontado deja de causar tal efecto, el final bifurcado, algo poco frecuente en cualquier relato y menos aún en los de Tolstoi, vuelve a inquietarnos. Dos posibles soluciones trágicas a un mismo problema moral. Una explicación psíquica, psicoanalítica de andar por casa, diría, y posiblemente no andaría muy descaminada, que la opción entre una u otra solución distingue al neurótico del paranoico. En la primera opción, la del suicidio, el yo superior fracasado en la lucha contra sí mismo y sus deseos, culmina su proceso de culpabilización infligiéndose a sí mismo el castigo que considera oportuno: si fuera un miembro, lo arrancaría y lo arrojaría de sí, pero es él en su totalidad el que está envuelto en el torbellino del deseo, así que es él en su totalidad el que debe ser destruido. En la segunda opción, todo el mal que él lleva en sí mismo es proyectado hacia un objeto al que se considera diabólico, causa de ese mal, y es ese objeto el que debe ser destruido. Lo cual tampoco soluciona el problema, como bien sabemos, ya que un Yevgueni perdonado por la justicia regresa a su hogar destruido para siempre. En cierto modo, con el cuerpo de Stepanida ha matado también una buena parte de su ser, la noble, la perfeccionista, la que no le permitía mentir ni hacer nada contra su conciencia.

Desde la consideración de la situación de las mujeres en una sociedad patriarcal, volvemos a lo mismo. Ambas soluciones resultan igualmente trágicas y desastrosas, pero la segunda, aquella en la que acaba con la vida de la campesina, añade un componente de género que repugna, porque, ya lo hemos visto, la muchacha no es sino una persona inocente, cercana a la naturaleza, en cuyo cuerpo se encarna el diablo sólo como una proyección varonil. Yevgueni sigue en ese asesinato el mismo recorrido psíquico de los inquisidores respecto a los que ellos llamaban brujas. Son meros chivos expiatorios, sobre los cuales se carga toda la miseria de una situación social y a los que a continuación se destruye por llevar esa carga.

Sin embargo, aún queda algo interesante en el final. Una simple apreciación acerca de la locura de Yevgueni, pero que puede intrigar a los lectores. Se plantea el debate de si Yevgueni estaba loco o no, hiciera lo que hiciera. El tribunal que lo juzga considera que ha sufrido un ataque de locura transitoria, en el final del asesinato. En el final del suicidio, la familia, los amigos, nadie de su entorno encuentra explicación a ese acto autodestructivo, porque en verdad que no tiene sentido, excepto para él mismo. Para Tolstoi, para el narrador de la historia, el veredicto es claro: si él estaba loco, entonces todos los hombres lo están también, “sobre todo quienes descubren síntomas de locura en los demás que no ven en sí mismos”. Curiosa afirmación. Para empezar, sería bueno saber si Tolstoi se refiere a los hombres como varones o es, como se pretende tantas veces, un genérico que abarca a todos los seres humanos, varones y mujeres. El paciente lector me perdonará que saque aquí mis manías personales, pero en el siglo XIX, por lo menos, cuando se dice hombre, se dice hombre, y esa palabra abarca exclusivamente a los seres humanos masculinos, que eran los que constituían la verdadera sociedad. Si hubiera querido abarcar a todo el género humano hubiera hablado de hombres y mujeres seguramente, como lo hace en otras ocasiones, o tratado el mismo problema desde el punto de vista de los dos sexos. Está claro que habla sólo de los varones. Curiosamente, su esposa y su madre no lo creen loco, al contrario, lo consideran “más cuerdo que centenares de personas que ellas conocían”. Cuando dicen esto, suponen las mujeres que habrá una explicación que ellas desconocen y que Yevgueni se ha llevado a su tumba o a su degradación, pero saben con toda seguridad que hay coherencia en ese arrebato destructivo. Ellas lo aman y en el fondo saben que hay una explicación, por muy escondida que esté. Pero habría que saber a qué locura común entre los hombres se refiere Tolstoi en su apreciación. La locura común sería la imposibilidad de ser auténticamente uno mismo, de prescindir de las construcciones sociales y sexuales para regir la vida propia desde una postura moral en la que o se renuncie a las pasiones o se asuman. Más difícil sería pedirle al autor, ya que parece imposible en los varones, tanto de tiempos anteriores como en la actualidad, que su propuesta fuera la consideración de la mujer como un ser humano, sujeto de sus decisiones, y no un mero objeto pasional en el que con toda facilidad se puede proyectar la figura del diablo.



[1] Se trata de Orígenes, que no fue beatificado por esa interpretación literal del texto, ya que no se trata de cortarse ningún miembro real, sino de amputar el deseo, de domeñarlo. Ser casto siendo eunuco es fácil. Así se las gasta la iglesia en sus sutilezas. Un desesperado se castra y eso le impide ser santo. Más mérito tiene semejante gesto para la santidad.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

¡No me digas! ¿Todo artista es creyente? Permíteme que lo dude. Debe haber unos cuantos millones de pruebas vivas o muertas (enterrad@s en cementerios civiles),de que lo que dices no es cierto en ese punto. Por lo demás, interesante e instructivo artículo. Lo recomendaré.

Sarashina dijo...

Pues sí. Los que están enterrados en cementerios civiles, como yo lo estaré, más por militancia laicista y por cierto rechazo a las instituciones religiosas que por falta de consideración hacia los cementerios religiosos, eran creyentes, si eran artistas, porque ¿he dicho yo que fueran creyentes de esta o esta otra religión, o incluso, que fueran creyentes en un dios tal y como se suele representar? He dicho que eran creyentes en el sentido de que tenían fe. Nadie puede crear sin tener fe, es imposible de todo punto. Sentido de la trascendencia. Si no lo tienes, no puedes crear. Y el sentido de la trascendencia va mucho más allá que las diversas religiones. ¿leíste el otro día el artículo de Pániker en El País? Para mí era uno de los pensamientos más modernos en cuanto a la fe, a la religiosidad y al laicismo. Pero esto, naturalmente, podemos seguir hablándolo. Para eso estamos.

Anónimo dijo...

Sabía que me ibas a salir por ahí. Pero tú, (que yo creo que estás en una reconversión espiritual), juegas a doble baraja. ¿Cómo se puede afirmar, por ejemplo, que "El diablo" no menciona la religión para nada, cuando empieza con Mateo 5? Me lo explique, pol favol.

Y, ¿Cómo se puede afirmar que Tolstoi era un anarquista creyente, si las bases del anarquismo no consideran la propiedad privada, ni las clases sociales, y Tolstoi fue uno de los mayores terratenientes, y conde, (eso sí, bien intencionado) de Rusia? ¿Por qué no renunció a tu título de Conde?

Anónimo dijo...

el comentario anterior, donde pone anónimo, quiere decir, "el lector voraz". Aunque no sé si cambiarme el nombre y ponerme Carlos Aviraneta Raskólnicov.Me lo voy a pensar.

Anónimo dijo...

Nada,que no paro de darle vueltas...

Sarashina dijo...

Bueno, por eso lo escribí, porque yo tampoco paro de darle vueltas a esta cuestión.
Sin embargo, lo que yo digo es que a lo largo del relato no aparece la religiosidad explícita, sino implícita, -y apunto lo de la cita al principio y la comento también-, en dos sentidos: por una parte, tenemos que el relato es teológico en sí mismo, planteado como la aparición del mal en el mundo, sin referencia explícita al diablo, como no sea en el título, y por supuesto, plantea la lucha del bien y del mal en el interior de un ser humano. Que, por otra parte, como yo intento hacer, tiene explicación siempre en la psicología del personaje y en las circunstancias, con lo cual queda desmontada la idea del diablo como causa de los males. Pero si vamos un poco más allá, podemos empezar a preguntarnos si toda esa confabulación de rasgos psicológicos y circunstanciales no tiene algo de diabólico, que es en el sentido en el que yo digo que Tolstoi siempre nos aboca al misterio final. Es religioso en otro sentido más humano; considero religioso todo aquel discurso, con intención o sin ella, que pone al ser humano en relación consigo mismo y con las fuerzas desconocidas de la naturaleza, del destino, del dolor, del mal, del bien, etc. Considero religioso todo aquel arte que consigue un movimiento interior de conocimiento. Naturalmente no me refiero nunca con esto a las iglesias ni a las organizaciones.

Sarashina dijo...

Y respecto al anarquismo creyente de Tolstoi, yo misma digo que es por llamarle de algún modo inteligible. Habría mucho que hablar aquí, por ejemplo, de su carácter inspirador para la revolución, de los movimientos espirituales rusos del momento, y de otras muchos elementos que habría que estudiar a fondo. y sí, se puede ser anarquista y creyente, nadie ha dicho que sea incompatible, ya que para que lo fuera tendría que creerse uno que el poder y la jerarquía emana de la autoridad suprema de dios, lo cual nos haría bastante medievales y tomistas. Tolstoi no ha pasado a la historia como anarquista, desde luego, pero sí imbuido de rechazo a los poderes establecidos, pensador de la justicia social y, sobre todo, de la no-violencia y el pacifismo. Que era creyente, pues sí. También otros muchos seres valiosos. Lo que pasa es que aquí tenemos una bonita empanada entre laicismo, ateísmo, pertenencia a un culto, deísmo y demás. La iglesia católica en este país ha hecho mucho daño, por todas partes, en toda época y en la mayoría de las cabezas, tanto si se adscriben a ella como si sienten el rechazo que la institución se ha ganado a pulso.

Anónimo dijo...

Ahora está mucho más claro. En cuanto a tu referencia "Que era creyente, pues sí. También otros muchos seres valiosos." Estoy de acuerdo porque, yo, en contra de Tolstoi, desde el profundo respeto y admiración que siento por él, como escritor y como persona, no otorgo potestad de buenas personas a un colectivo exclusivo de seres humanos, como hace Tolstoi al repetir hasta la saciedad en sus relatos que, solamente los que se ponen en manos de Dios, y siguen estrictamente la doctrina cristiana pueden obrar correctamente.

Sarashina dijo...

Puede ser que Tolstoi, en el final de su vida, dijera estas cosas en sus relatos, pero sobre todo, en sus artículos y ensayos. Lo que pasa es que hay que distinguir muy cuidadosamente entre el hombre que fue Tolstoi, con todas sus contradicciones, creencias, pasiones, etc., y el escritor que fue conscientemente, o el genio que fue insconcientemente. Nos dice muchas más cosas que no se planteó decir que las que dijo con intención. Hay algo que lo supera a él mismo como ser histórico.