12/17/2007

Margarita y las joyas 3

Nunca me ha parecido el Fausto una obra dramática en sí, sino un poema filosófico que adopta la forma dialogada del teatro, porque a su grandeza y riqueza otra forma no puede corresponder. Muchas tradiciones fáusticas anteriores, de carácter culto o popular, desde el milagro medieval de Teófilo, han sido poemas narrativos de carácter teológico o filosófico. El inglés Marlowe fue el primero que lo vio de un modo dramático en tanto que desarrolla un conflicto no sólo entre el bien y el mal, sino entre la divinidad y el ser humano. Pero fue Goethe el primero que comprendió la dimensión lírica del tema y la hizo brillar en el personajes de su Gretchen primera, el primero que introdujo en el conflicto una mujer real, una ingenua campesina, que cerrara el trío dramático y fuera el verdadero contrapunto de las dos fuerzas masculinas, Mefistófeles y Fausto. Que, pese a su crimen horrendo, representara la inocencia y el bien, y que fuera salvada por su propia decisión. Recordemos que el propio Fausto, como en un milagro medieval, es salvado finalmente por intercesión de mujeres santas, entre ellas la que fue la penitente Margarita.
Pero una de las cosas que más me han impresionado siempre del Fausto es precisamente la oposición entre dos líneas de pensamiento y creación que corren siempre paralelas en la obra: la tradición popular y la tradición culta. Es la culminación, por tanto, de esas dos líneas recorridas por Goethe como poeta, cuando une, como hemos dicho antes, las rosas cultivadas con las flores silvestres. Muchas de su poesías tienen un inconfundible aroma popular. Muchas escenas del Fausto son protagonizadas por gente del pueblo que como pueblo hablan y cantan. No era ajeno al pueblo ni despreciativo con él, romántico al fin, lo quisiera o no, y sobre todo con sus creaciones espontáneas o criadas -digo criadas y no creadas intencionadamente, por semejanza de estas obras populares con el largo y costoso camino de una crianza- a lo largo de generaciones en un perfeccionamiento colectivo. El romance del “Rey de Thule” que Margarita canta mientras da vueltas a su rueca es una muestra de ello. Procedente de una verdadera canción popular, Goethe supo ver la maravilla lírica que suponía. De fondo de estas postales de fin de siglo, lo que da una idea de la inmensa popularidad de su obra a lo largo del tiempo, podemos oír la versión cantada de la ópera de Gounod y leer el poema que la inspiró.

EL REY DE THULE

Hubo en Thule un rey amante,
que a su amada fue constante
hasta el día en que murió;
ella, en el último instante,
su copa de oro le dio.
El buen rey, desde aquel día,
sólo en la copa bebía,
fiel al recuerdo tenaz,
y al beber humedecía
una lágrima su faz.
Llegó el momento postrero
y al hijo su reino entero
cedióle, como era ley:
Sólo negó al heredero
la copa el constante rey.
En la torre que el mar besa,
Por orden del rey expresa
(tan próximo ve su fin),
la corte, en la regia mesa,
gozó el último festín.
En postrer soplo el anciano
moribundo soberano
apuró sin vacilar.
Y con enérgica mano
arrojó la copa al mar.
Con mirada de agonía,
la copa que al mar caía,
fijo y ávido siguió,
vio como el mar la sorbía,
y los párpados cerró.

Cuando leo este poema popular, por derivación cuando escucho este fragmento de la ópera de Gounod, no puedo dejar de pensar en los romances novelescos castellanos, sobre todo aquellos incompletos o fragmentarios, que dejan una huella de misterio en la imaginación, y a los que en ocasiones, se llama romances líricos. Recuerdo, por ejemplo, el Romance del Prisionero o el del Conde Arnaldos, aunque evidentemente el sentido no es el mismo. Sólo me refiero a ese aroma misterioso, a esas actuaciones individuales plenas de sentimiento. ¿Por qué canta precisamente ese romance del Rey de Thule Margarita? Porque habla de un amor constante hasta la muerte, algo que se convierte también en presagio, puesto que su amante la abandonará, y ella será la constante, el Rey de Thule que muere amando.

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