3/26/2006

BURKAS Y ABLACIONES



En portada, la presidenta del Parlamento europeo, Madame Fontaine, una mujer en edad madura, discreta, elegante, sonriente, saluda a dos bultos azulados de tela. Si no estuviéramos en antecedentes, la foto resultaría absurda. Cualquiera que la viera sin estar al tanto, creería que la gran noticia de primera plana era que la dicha mandataria europea había perdido el juicio y había invitado al foro que preside a dos fantasmas. Pues no. La noticia no era esa. Era mucho más dramática, porque aquellos dos bultos eran, en realidad, dos mujeres, según nos dicen. Otros datos de identidad no los tenemos; a decir verdad, tales datos no existen. Eran dos mujeres afganas cubiertas con el terrible burka. En su país llevarlo es una obligación cuya trasgresión mínima puede costarles la vida; en Europa es una protección cuya omisión puede costarles la vida a sus familiares en Afganistán. Habían venido a Europa después de una arriesgada huída de su país para pedir ayuda, es de suponer que ayuda internacional, para quitarse de encima aquellos pesados ropones que caen sobre su humanidad ocultándola toda; también para quitársela a todas las mujeres que allí quedan y a todo el pueblo afgano. A las muertas y a los muertos ya no los puede recuperar ninguna ayuda por internacional que sea. Estas mujeres llegan aterrorizadas por el destino de sus familias a merced de locos fanáticos nada arbitrarios, sino guiados claramente por un signo fatal. También por ellas mismas: el brazo justiciero de Alá es largo e inmisericorde. Ellas son el grito patético de socorro sofocado por el miedo. No van a conseguir la ayuda que piden. Las feministas claman por ellas, porque centran su interés en la situación de esas mujeres anuladas, violadas, machacadas. Pero ellas son un síntoma más, el más candente. Los hombres también están padeciendo el terror, porque no hay nada que afecte a la mujer que no sufra también el hombre de diferentes modos. También ellos son anulados, violados y machacados en el gran mortero de Alá inmisericorde. Los talibanes, sin embargo, separan cuidadosamente, la pulpa sanguinolenta masculina de la femenina para evitar el pecado en su ofrenda. Y no recibirán la ayuda que piden ni unos ni otras. No hay intereses en la zona, o los hay de un cariz diferente a los que movieron otras intervenciones militares del llamado “mundo civilizado”. Lo más a que pueden aspirar es a un poco de ayuda humanitaria, migajas limosneras, dificultada o incluso robada por sus propios verdugos.

Pues también en la prensa nos encontramos otra estela de humillaciones y agresiones. Los africanos que vienen a España no dejan en el Continente misterioso sus prácticas ancestrales con las mujeres. Médicos aragoneses han dado la voz de alarma: en España se practican ablaciones de clítoris, infibulaciones y otras mutilaciones genitales a niñas de corta edad. Han tenido la valentía de denunciarlo y de intervenir judicialmente para evitarlo. Se han encontrado con hechos consumados en muchos casos. Algunos de ellos se han producido en viajes de vacaciones al país de origen; otros sin mediar viaje, lo que demuestra que se han llevado a cabo aquí mismo. Nos podemos imaginar el estado de ánimo de estos pediatras, su sentimiento ante un cuerpo infantil mutilado salvajemente. Los padres alegan que es costumbre cultural. ¿Cultural? Cultural es la música, vamos. Esto es simplemente salvajismo. Y aún más, cualquier costumbre, por “cultural” que sea, que atente contra los derechos fundamentales de la humanidad debe ser atajada con la mayor energía. Sin consideraciones. Nuestros profesionales de la sanidad, de la educación y de la política deben entrar sin miedo en este terreno de defensa de los derechos primeros de todo ser humano. Se nos están planteando los primeros problemas de la multiculturalidad; otros países ya los han tenido y han pasado el análisis de las soluciones, hasta dónde se puede ceder y qué es inadmisible.

Nosotros acabamos de empezar. Las personas inmigrantes vienen a nuestra tierra buscando una vida más digna; nuestros políticos les imponen unas duras condiciones, lo que hace su vida más indigna aún aunque ganen el salario de la ilegalidad. Siguen en la clandestinidad con sus prácticas ancestrales: es nuestro deber impedirlo, desde luego, pero su integración y el abandono de prácticas contra los derechos humanos pasan necesariamente por concederles a nuestra vez sus derechos fundamentales. En los casos concretos, cuando se descubra el hecho o la intención de mutilar a una niña, debe procederse con la mayor contundencia, pero está claro que a largo plazo lo que lo evitaría por completo sería que estas personas tuvieran en nuestro país una vida verdaderamente digna, condiciones de vida humanas, educación, sanidad y atención a su integración dentro del respeto a lo que de verdad constituye su cultura.

Tampoco en este caso recibirán ayuda. Los intereses de este llamado “mundo civilizado” van por otros derroteros. A lo más a que pueden aspirar actualmente las niñas africanas es a la mirada indignada del pediatra, con un poco de suerte a que se consiga evitar en su caso que se lleve a cabo la mutilación. O sea, un poco de ayuda humanitaria puntual. Que en este caso y por el momento, no es poco.

Este artículo apareció en Escuela Hoy, revista sindical del STERM, en mayo de 2001, a propósito de los sucesos que se desarrollaban en Afganistán en aquellos días y de los primeros casos de mutilaciones genitales de niñas africanas descubiertas en nuestro país. Desde entonces, nada ha mejorado ni para las mujeres afganas ni para las niñas africanas.

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