3/05/2006

¿Un trabajo cualquiera?

No voy a entrar en la discusión de los diferentes feminismos ni en la visualización del sexo en el imaginario colectivo femenino ni masculino. Quiero en este sentido ser muy contundente. Sencillamente, no estoy en absoluto de acuerdo en que se regularice ni legalice la prostitución. Creo que muchas mujeres estarían de acuerdo con esta idea.

Tengo que decir que la sexualidad, femenina o masculina, no es nunca condenable, ni rechazable. Es un hecho, es una realidad, es una necesidad humana. Pero es una necesidad en cuya satisfacción se implica toda la persona completa y, por tanto, debe ser ejercida en absoluta libertad. Con afectividad o sin ella, con amor o sin él, se debe tratar siempre de una acción libre y Si nos limitamos a la descarga física, hay otros medios que no implican la intromisión física con otra persona. Y esto lo digo respondiendo a los que alegan la “necesidad” de los hombres solos, ancianos, discapacitados, etc., otorgando así a la prostitución una muy dudosa función social.

La prostitución nace de todo un sistema, al que hemos dado en llamar “patriarcal” y hunde sus raíces en tiempos muy remotos. Este sistema divide a las mujeres en “hembras reproductoras” y “hembras objeto de placer”, lo que se llamó, en términos políticamente correctos ya en la Antigüedad, el amor sacro y el amor profano. La mujer madre o reproductora era encerrada y vigilada para una “leal” transmisión de los genes del varón: de ahí la institución de la honra, de los celos y de otros desmanes. La otra, la prostituta, hetaira o cortesana, era convertida en objeto pasivo, exclusivo para el placer y desahogo varonil; en el mejor de los casos era la mujer culta, educada, bailarina, música o recitadora; en el peor, ya sabemos lo que era. En cualquier caso, era el sueño dorado de cualquier varón: un objeto sobre el que se tendría un absoluto poder, se ejerciera o no se ejerciera. La prostitución era y es la máxima expresión de la violencia de género, puesto que una parte de la relación carece de libertad dentro de ella.

Este hecho, con variaciones y matices propios de cada época, se ha perpetuado hasta nuestros días, y en nuestros días el gran matiz está en la mercantilización: todo puede ser comprado y vendido, obedeciendo a las leyes salvajes del mercado, pero siempre bajo legislación hipócrita que pretende proteger a los trabajadores y lo que hace en realidad es proteger a los depredadores. Nadie más interesado hoy en día en la regulación legal de la prostitución que los proxenetas de siempre, instituidos en “empresarios del sexo”. Si una mujer, en relativa libertad, quiere ejercer la prostitución, tiene modos de declararse autónoma y no depender de uno de estos depredadores, que, estuvieran bajo la legislación que estuvieran, siempre tendrían resquicios para la explotación y hasta para el delito. Las mafias no acabarían en absoluto con esto, sino que se encontrarían con la cobertura legal necesaria para explotar más y mejor. Si alguien ha creído que la regulación hará de las prostitutas unas trabajadoras autónomas y libres que tendrán garantizados sus derechos laborales, habrá que nombrarlo cabeza de la absoluta ingenuidad.

La afirmación de que se trata de un trabajo como otro cualquiera es otra falacia. Es muy fácil decirlo para las mujeres a las que no conocemos y a las que no queremos, pero muy difícil de asumir si se trata de una hermana, una hija, una esposa, una amiga. Si es un trabajo como otro, exigiremos que se pongan ciclos medios y superiores de formación profesional. Así mismo, que se hagan listas en el INEM. A cualquier muchacha –o muchacho– en paro se le ofrecerá un puesto de prostitución en un club y si lo rechaza, dejará de cobrar el paro. Si una hija –o hijo– tiene vocación, no la disuadiremos, sino que le procuraremos la mejor formación para que ejerza su trabajo. Pero…¿verdad que no? Pues eso.

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