3/17/2006

La señora Mernissi en la Frontera

Mi amiga Aixa Bulaich me enseñó quién era Fatema Mernissi. Yo andaba cruzando la frontera. La pasaba con un pasaporte ceutí en la mano casi todos los días. Y la pasaba también sin pasaporte, de la mano de Aixa y de otras personas que ocasionalmente me guiaban por las muchas fronteras entre su mundo y el mío.

No fue casual que fuera ella quien me descubriera a la señora Mernissi -que no hay casualidad, sino destino, o como queramos llamar a las felices coincidencias, es lo primero que aprendí en la frontera- y no lo fue porque Aixina, como su propio nombre familiar indica, era también un ser fronterizo, la persona perfecta para guiarme hacia la gran Frontera de la señora Mernissi.

Un día fuimos a Tánger, ella me guió a la librería de las Columnas y allí me hice con un tesoro: un libro llamado “Sultanas olvidadas”. Más hermoso aún, más tesoro, porque no estaba en español, sino en francés. No es un enorme trabajo para mí leer en francés, pero el hecho de extender sobre el texto el velo de una lengua que, aunque bien conocida y querida, no es la propia, añadía el sentimiento de tener un tesoro misterioso ante los ojos. Y aquí tienen ustedes a una española, leyendo en francés a una marroquí, rodeada de personas que hablaban español, árabe, hindi e inglés, e incluso berebere del Norte, en una ciudad minúscula, hermosa y dura, cuyo contorno es una pura frontera: fronteras humanas y fronteras de la naturaleza. Leyendo a una marroquí fronteriza, como mi querida Aixina. Fueron unas horas mágicas y, en este caso, no es una palabra vana: si algo tiene la escritura de la señora Mernissi, y tiene mucho, es precisamente magia. Lo que muchas mujeres marroquíes hacen con fórmulas y procedimientos de fascinación popular, lo hace ella con la palabra, en lo cual tiene nobles antecedentes; la princesa persa que salvó su vida y la de otras muchas mujeres, no usó la magia amorosa para ello, sino simplemente la palabra. Así que, buena heredera de aquella princesa, la señora Mernissi me embrujó, me fascinó con su palabra. Pasados los mágicos efectos, de los cuales hay primero que disfrutar libremente, vino la reflexión sobre aquello que me decía tras las historias de mujeres bellas y poderosas del mundo islámico. Lo que ella quería demostrar, creo haberlo entendido bien, era que en el Islam, a pesar de la prohibición de que una mujer sea califa y, por tanto, que sea mandataria o gobernanta, se había burlado la norma en múltiples ocasiones. Bien, la vida es la vida, las necesidades aprietan y las ocasiones históricas están muchas veces por encima de vetos y fronteras. La comparación con el mundo occidental de las mismas épocas históricas no estaba explícita, pero cuando quien lee es un ser a punto de pasar fronteras, la comparación siempre subyace al texto. Le iba diciendo yo en mi interior, mientras la leía, que Occidente no se distanciaba mucho de esto mismo. No había en tiempos una prohibición en nuestro mundo, pero la situación era parecida y nosotras también podíamos rescatar reinas y dignatarias de la historia occidental, que también habían accedido al poder por circunstancias o necesidades o que habían influido en política a través de los hombres que las amaban. Ciertamente, apartar a la mujer al espacio privado, al harén, no era una norma exclusiva del mundo oriental. Digamos que en Oriente fue un hecho explícito y mucho más severo y en Occidente fue algo tácito y aceptado sin darle publicidad, pero con muy parecidas consecuencias. Y aún hoy, pese a las cuotas y a la pretendida paridad, que ocasionalmente se respeta en política, existe para muchos espacios públicos lo que las analistas han denominado “el techo de cristal”.

La otra parte que, en “Sultanas olvidadas”, era objeto de reflexión para mí era la siguiente: en un mundo en el que las opiniones y las ideas, incluidos los prejuicios y las falsedades, son de las pocas cosas en las que no hay fronteras, la señora Mernissi quería lograr dos objetivos, cada uno a un lado de la gran Frontera: para este lado, deshacer la idea monolítica de un Islam oriental de puro harén y prohibición; para el otro lado, otorgar confianza y seguridad en sí mismas y en su pasado a las mujeres de países musulmanes y orientales que en este siglo y en el anterior se incorporan, por otra parte, como nosotras, a la lucha por la igualdad, la autonomía personal, la ocupación del espacio público y la educación.

No otro sentido hallé a los sucesivos libros de la señora Mernissi que fui incorporando a mi biblioteca de pequeños tesoros. Todo cuanto leía me confirmaba en los tres principios: la señora Mernissi como poseedora de la palabra fascinante, la señora Mernissi como frontera entre dos mundos –recordando que las fronteras están para franquearlas y pasarlas, y que la peor es la que se lleva impresa en la mente-, la señora Mernissi ayudando a las mujeres magrebíes –árabes en general- a reconsiderar su situación, a tomar el poder, como ya lo tuvieron en algunas ocasiones, a no aminorarse ante Occidente, porque Occidente tuvo también su harén, y aún lo tiene, aunque a su modo particular. Así leí con sumo gusto “Marruecos a través de sus mujeres”, que no hacía sino deshacer la idea de la Mujer en el Islam, idea que expreso con mayúsculas porque con mayúsculas se destaca lo falsamente mítico, como si en el mundo árabe e islámico la mujer tuviera un único modelo, un patrón fijo, primer engaño de cualquier patriarcado. A propósito del harén, de la fantasía orientalista occidental, el libro “El harén en Occidente”, incidiendo en las ideas ya expuestas, escrito desde una perspectiva de mujer, íntima, personal, es una verdadera delicia. Hay un tono en ciertos libros que nos invita a soñar con que alguna vez la voz femenina en la escritura dejará de valerse del patrón masculino. La señora Mernissi es de esas voces precursoras. Cuando Virginia Woolf escribía que la mujer debía encontrar sus frases, sus construcciones, creo que no se refería tanto a la gramática y su uso, aunque también seguramente, como al tono y a la expresión que la mujer debería encontrar en su camino hacia la creación propia, lejos de las imposiciones culturales del patriarcado. La costumbre de traspasar fronteras ha dado a Fatema Mernissi esa libertad personal para encontrar sus propios recursos. Y si se quiere saber dónde está la primera frontera vivida por la escritora, leer “Sueños en el umbral” es imprescindible. Allí, además de un encantadora novela autobiográfica, en la que entraremos en lugares prohibidos, encontraremos las razones y los orígenes de todos los pasos fronterizos: entre la niñez y la adolescencia, entre la independencia y la colonización, entre la desunión y la conciencia de pueblo, entre lo árabe y lo occidental, entre hombres y mujeres, allí y aquí, entonces y ahora. No han cambiado las cosas tanto.

A todo esto, yo no había visto nunca el rostro de Fatema Mernissi. Cuando obtuvo el premio Príncipe de Asturias tuve, como cualquier persona en este país, esa oportunidad. Es un rostro hermosísimo, lleno de vida, abierto, expansivo. Un verdadero pasaporte personal para pasar alegremente toda frontera.

No hay comentarios: