3/27/2006

¿Por qué le llaman sexo si es poder?

Siempre que se habla de prostitución, sin detenerse demasiado en reflexionar, cualquiera cree que estamos hablando de sexo.

Por ejemplo, a las personas que estamos por la abolición de semejante práctica patriarcal se nos tacha de “estrechas”, personas llenas de complejos ante el sexo o de miedo, pacatas y moralistas. Y si a todo eso antecede la palabra feminista, pues ya tenemos el cuadro completo de rechazo. Es una “feminista abolicionista” parece ya lo peor que se puede decir de una mujer, como si en esas dos palabras se resumiera algo muy rancio y muy neurótico, y se nos pinta entonces con el sombrerito y el paraguas, como unas sufragistas victorianas desfilando contra el vicio. Y, desde luego, no es así. No hay un rechazo al sexo en el abolicionismo. Incluso diríamos que la mayoría de las abolicionistas de hoy fueron las que hicieron la revolución sexual de ayer, cuyos beneficios de libertad y desenfado disfrutan muchas mujeres que hoy se avergonzarían de decir que son feministas y se proclaman regulacionistas en el tema de la prostitución.

No hay un rechazo al sexo, repito. Hay precisamente todo lo contrario: la celebración del sexo como una actividad libre, abierta, no mediatizada por pulsiones ni por intereses, como juego o como placer, por amor o sin amor, sólo comprometida en la afectividad permanente a una persona, porque así se desea para un desarrollo personal o para la creación de un núcleo familiar. Como un elemento de crecimiento vital que sabemos ocupa toda la vida sin comprometerla.

Mientras es así, el sexo es un valor. Como forma de poder, es una enfermedad social. Es enfermizo cuando una mujer lo usa para su ascenso social. Es enfermizo cuando un hombre no es educado para un manejo social y aceptable de sus pulsiones. Parecería por las declaraciones de ciertos hombres que todos ellos lleven una fiera dentro a la cual habría que calmar con sacrificios humanos. Yo, sencillamente, no lo creo. Creo que es una construcción de su género como la sumisión lo es del género femenino. De ese imaginario masculino viene la perversa idea de que las prostitutas nos salvan a las demás mujeres del salvajismo masculino, o sea, de la violación. Con prostitución o sin ella, las violaciones son una estrategia de dominación masculina que no se evitan porque haya prostitutas para calmar a las fieras. Las fieras son sólo fantasías masculinas. De adolescentes saben muy bien cómo calmarla. No es necesario que haya unas víctimas propiciatorias, depósito de todas las bajezas, que libren a las demás de la violación.

Por otra parte, se alega la necesidad de ciertos hombres solitarios, ancianos o enfermos. Digo lo mismo que anteriormente. De adolescentes sabían lo que tenían que hacer. Bien que lo pagaron en los confesionarios. Hoy ni siquiera tienen que ir a confesarse. Y si lo que buscan en los servicios de una prostituta es afecto, amor, cercanía, están siendo víctimas de un engaño. No lo encontrarán, porque no es eso lo que una prostituta da en ningún caso, sino un cuerpo convertido en objeto que puede ser comprado por el que puede pagarlo. Lo que vende la prostituta no es afecto, pero tampoco es sexo. Lo que vende es poder. En el servicio prestado es la pasividad, la sumisión, el poder hacer sin trabas y sin respetos, lo que el hombre paga. En ello hay una humillación inconsciente –a veces bien consciente– a la mujer que se encarna en el cuerpo objeto de la mujer comprada. Es el poder máximo lo que se compra y lo que se vende.

Me decía una amiga lesbiana que ella era regulacionista, porque también había mujeres y hombres homosexuales que compraban sexo de otros hombres o mujeres, y eso le quitaba la carga patriarcal al asunto. Yo sigo diciendo que ellos y ellas hacen lo mismo que el varón que paga a una prostituta: compran poder absoluto sobre un cuerpo objeto y ejercen la ilusión de poseerlo por completo y sin trabas, lejos del respeto al otro.

3/26/2006

BURKAS Y ABLACIONES



En portada, la presidenta del Parlamento europeo, Madame Fontaine, una mujer en edad madura, discreta, elegante, sonriente, saluda a dos bultos azulados de tela. Si no estuviéramos en antecedentes, la foto resultaría absurda. Cualquiera que la viera sin estar al tanto, creería que la gran noticia de primera plana era que la dicha mandataria europea había perdido el juicio y había invitado al foro que preside a dos fantasmas. Pues no. La noticia no era esa. Era mucho más dramática, porque aquellos dos bultos eran, en realidad, dos mujeres, según nos dicen. Otros datos de identidad no los tenemos; a decir verdad, tales datos no existen. Eran dos mujeres afganas cubiertas con el terrible burka. En su país llevarlo es una obligación cuya trasgresión mínima puede costarles la vida; en Europa es una protección cuya omisión puede costarles la vida a sus familiares en Afganistán. Habían venido a Europa después de una arriesgada huída de su país para pedir ayuda, es de suponer que ayuda internacional, para quitarse de encima aquellos pesados ropones que caen sobre su humanidad ocultándola toda; también para quitársela a todas las mujeres que allí quedan y a todo el pueblo afgano. A las muertas y a los muertos ya no los puede recuperar ninguna ayuda por internacional que sea. Estas mujeres llegan aterrorizadas por el destino de sus familias a merced de locos fanáticos nada arbitrarios, sino guiados claramente por un signo fatal. También por ellas mismas: el brazo justiciero de Alá es largo e inmisericorde. Ellas son el grito patético de socorro sofocado por el miedo. No van a conseguir la ayuda que piden. Las feministas claman por ellas, porque centran su interés en la situación de esas mujeres anuladas, violadas, machacadas. Pero ellas son un síntoma más, el más candente. Los hombres también están padeciendo el terror, porque no hay nada que afecte a la mujer que no sufra también el hombre de diferentes modos. También ellos son anulados, violados y machacados en el gran mortero de Alá inmisericorde. Los talibanes, sin embargo, separan cuidadosamente, la pulpa sanguinolenta masculina de la femenina para evitar el pecado en su ofrenda. Y no recibirán la ayuda que piden ni unos ni otras. No hay intereses en la zona, o los hay de un cariz diferente a los que movieron otras intervenciones militares del llamado “mundo civilizado”. Lo más a que pueden aspirar es a un poco de ayuda humanitaria, migajas limosneras, dificultada o incluso robada por sus propios verdugos.

Pues también en la prensa nos encontramos otra estela de humillaciones y agresiones. Los africanos que vienen a España no dejan en el Continente misterioso sus prácticas ancestrales con las mujeres. Médicos aragoneses han dado la voz de alarma: en España se practican ablaciones de clítoris, infibulaciones y otras mutilaciones genitales a niñas de corta edad. Han tenido la valentía de denunciarlo y de intervenir judicialmente para evitarlo. Se han encontrado con hechos consumados en muchos casos. Algunos de ellos se han producido en viajes de vacaciones al país de origen; otros sin mediar viaje, lo que demuestra que se han llevado a cabo aquí mismo. Nos podemos imaginar el estado de ánimo de estos pediatras, su sentimiento ante un cuerpo infantil mutilado salvajemente. Los padres alegan que es costumbre cultural. ¿Cultural? Cultural es la música, vamos. Esto es simplemente salvajismo. Y aún más, cualquier costumbre, por “cultural” que sea, que atente contra los derechos fundamentales de la humanidad debe ser atajada con la mayor energía. Sin consideraciones. Nuestros profesionales de la sanidad, de la educación y de la política deben entrar sin miedo en este terreno de defensa de los derechos primeros de todo ser humano. Se nos están planteando los primeros problemas de la multiculturalidad; otros países ya los han tenido y han pasado el análisis de las soluciones, hasta dónde se puede ceder y qué es inadmisible.

Nosotros acabamos de empezar. Las personas inmigrantes vienen a nuestra tierra buscando una vida más digna; nuestros políticos les imponen unas duras condiciones, lo que hace su vida más indigna aún aunque ganen el salario de la ilegalidad. Siguen en la clandestinidad con sus prácticas ancestrales: es nuestro deber impedirlo, desde luego, pero su integración y el abandono de prácticas contra los derechos humanos pasan necesariamente por concederles a nuestra vez sus derechos fundamentales. En los casos concretos, cuando se descubra el hecho o la intención de mutilar a una niña, debe procederse con la mayor contundencia, pero está claro que a largo plazo lo que lo evitaría por completo sería que estas personas tuvieran en nuestro país una vida verdaderamente digna, condiciones de vida humanas, educación, sanidad y atención a su integración dentro del respeto a lo que de verdad constituye su cultura.

Tampoco en este caso recibirán ayuda. Los intereses de este llamado “mundo civilizado” van por otros derroteros. A lo más a que pueden aspirar actualmente las niñas africanas es a la mirada indignada del pediatra, con un poco de suerte a que se consiga evitar en su caso que se lleve a cabo la mutilación. O sea, un poco de ayuda humanitaria puntual. Que en este caso y por el momento, no es poco.

Este artículo apareció en Escuela Hoy, revista sindical del STERM, en mayo de 2001, a propósito de los sucesos que se desarrollaban en Afganistán en aquellos días y de los primeros casos de mutilaciones genitales de niñas africanas descubiertas en nuestro país. Desde entonces, nada ha mejorado ni para las mujeres afganas ni para las niñas africanas.

3/17/2006

La señora Mernissi en la Frontera

Mi amiga Aixa Bulaich me enseñó quién era Fatema Mernissi. Yo andaba cruzando la frontera. La pasaba con un pasaporte ceutí en la mano casi todos los días. Y la pasaba también sin pasaporte, de la mano de Aixa y de otras personas que ocasionalmente me guiaban por las muchas fronteras entre su mundo y el mío.

No fue casual que fuera ella quien me descubriera a la señora Mernissi -que no hay casualidad, sino destino, o como queramos llamar a las felices coincidencias, es lo primero que aprendí en la frontera- y no lo fue porque Aixina, como su propio nombre familiar indica, era también un ser fronterizo, la persona perfecta para guiarme hacia la gran Frontera de la señora Mernissi.

Un día fuimos a Tánger, ella me guió a la librería de las Columnas y allí me hice con un tesoro: un libro llamado “Sultanas olvidadas”. Más hermoso aún, más tesoro, porque no estaba en español, sino en francés. No es un enorme trabajo para mí leer en francés, pero el hecho de extender sobre el texto el velo de una lengua que, aunque bien conocida y querida, no es la propia, añadía el sentimiento de tener un tesoro misterioso ante los ojos. Y aquí tienen ustedes a una española, leyendo en francés a una marroquí, rodeada de personas que hablaban español, árabe, hindi e inglés, e incluso berebere del Norte, en una ciudad minúscula, hermosa y dura, cuyo contorno es una pura frontera: fronteras humanas y fronteras de la naturaleza. Leyendo a una marroquí fronteriza, como mi querida Aixina. Fueron unas horas mágicas y, en este caso, no es una palabra vana: si algo tiene la escritura de la señora Mernissi, y tiene mucho, es precisamente magia. Lo que muchas mujeres marroquíes hacen con fórmulas y procedimientos de fascinación popular, lo hace ella con la palabra, en lo cual tiene nobles antecedentes; la princesa persa que salvó su vida y la de otras muchas mujeres, no usó la magia amorosa para ello, sino simplemente la palabra. Así que, buena heredera de aquella princesa, la señora Mernissi me embrujó, me fascinó con su palabra. Pasados los mágicos efectos, de los cuales hay primero que disfrutar libremente, vino la reflexión sobre aquello que me decía tras las historias de mujeres bellas y poderosas del mundo islámico. Lo que ella quería demostrar, creo haberlo entendido bien, era que en el Islam, a pesar de la prohibición de que una mujer sea califa y, por tanto, que sea mandataria o gobernanta, se había burlado la norma en múltiples ocasiones. Bien, la vida es la vida, las necesidades aprietan y las ocasiones históricas están muchas veces por encima de vetos y fronteras. La comparación con el mundo occidental de las mismas épocas históricas no estaba explícita, pero cuando quien lee es un ser a punto de pasar fronteras, la comparación siempre subyace al texto. Le iba diciendo yo en mi interior, mientras la leía, que Occidente no se distanciaba mucho de esto mismo. No había en tiempos una prohibición en nuestro mundo, pero la situación era parecida y nosotras también podíamos rescatar reinas y dignatarias de la historia occidental, que también habían accedido al poder por circunstancias o necesidades o que habían influido en política a través de los hombres que las amaban. Ciertamente, apartar a la mujer al espacio privado, al harén, no era una norma exclusiva del mundo oriental. Digamos que en Oriente fue un hecho explícito y mucho más severo y en Occidente fue algo tácito y aceptado sin darle publicidad, pero con muy parecidas consecuencias. Y aún hoy, pese a las cuotas y a la pretendida paridad, que ocasionalmente se respeta en política, existe para muchos espacios públicos lo que las analistas han denominado “el techo de cristal”.

La otra parte que, en “Sultanas olvidadas”, era objeto de reflexión para mí era la siguiente: en un mundo en el que las opiniones y las ideas, incluidos los prejuicios y las falsedades, son de las pocas cosas en las que no hay fronteras, la señora Mernissi quería lograr dos objetivos, cada uno a un lado de la gran Frontera: para este lado, deshacer la idea monolítica de un Islam oriental de puro harén y prohibición; para el otro lado, otorgar confianza y seguridad en sí mismas y en su pasado a las mujeres de países musulmanes y orientales que en este siglo y en el anterior se incorporan, por otra parte, como nosotras, a la lucha por la igualdad, la autonomía personal, la ocupación del espacio público y la educación.

No otro sentido hallé a los sucesivos libros de la señora Mernissi que fui incorporando a mi biblioteca de pequeños tesoros. Todo cuanto leía me confirmaba en los tres principios: la señora Mernissi como poseedora de la palabra fascinante, la señora Mernissi como frontera entre dos mundos –recordando que las fronteras están para franquearlas y pasarlas, y que la peor es la que se lleva impresa en la mente-, la señora Mernissi ayudando a las mujeres magrebíes –árabes en general- a reconsiderar su situación, a tomar el poder, como ya lo tuvieron en algunas ocasiones, a no aminorarse ante Occidente, porque Occidente tuvo también su harén, y aún lo tiene, aunque a su modo particular. Así leí con sumo gusto “Marruecos a través de sus mujeres”, que no hacía sino deshacer la idea de la Mujer en el Islam, idea que expreso con mayúsculas porque con mayúsculas se destaca lo falsamente mítico, como si en el mundo árabe e islámico la mujer tuviera un único modelo, un patrón fijo, primer engaño de cualquier patriarcado. A propósito del harén, de la fantasía orientalista occidental, el libro “El harén en Occidente”, incidiendo en las ideas ya expuestas, escrito desde una perspectiva de mujer, íntima, personal, es una verdadera delicia. Hay un tono en ciertos libros que nos invita a soñar con que alguna vez la voz femenina en la escritura dejará de valerse del patrón masculino. La señora Mernissi es de esas voces precursoras. Cuando Virginia Woolf escribía que la mujer debía encontrar sus frases, sus construcciones, creo que no se refería tanto a la gramática y su uso, aunque también seguramente, como al tono y a la expresión que la mujer debería encontrar en su camino hacia la creación propia, lejos de las imposiciones culturales del patriarcado. La costumbre de traspasar fronteras ha dado a Fatema Mernissi esa libertad personal para encontrar sus propios recursos. Y si se quiere saber dónde está la primera frontera vivida por la escritora, leer “Sueños en el umbral” es imprescindible. Allí, además de un encantadora novela autobiográfica, en la que entraremos en lugares prohibidos, encontraremos las razones y los orígenes de todos los pasos fronterizos: entre la niñez y la adolescencia, entre la independencia y la colonización, entre la desunión y la conciencia de pueblo, entre lo árabe y lo occidental, entre hombres y mujeres, allí y aquí, entonces y ahora. No han cambiado las cosas tanto.

A todo esto, yo no había visto nunca el rostro de Fatema Mernissi. Cuando obtuvo el premio Príncipe de Asturias tuve, como cualquier persona en este país, esa oportunidad. Es un rostro hermosísimo, lleno de vida, abierto, expansivo. Un verdadero pasaporte personal para pasar alegremente toda frontera.

3/15/2006

Por las mismas fechas que escribí el artículo "Lisístrata y los empresarios", escribí este otro sobre las fundaciones, círculos y conventículos generadores de ideas de la derecha ultraconservadora. Se puede encontrar en la red en el mismo enlace que el anterior.


Los Think y los Tank

Fuensanta Muñoz Clares

De pronto, no se sabe por qué conjunción astral o tal vez debido a misteriosas fuerzas o intereses, empieza la gente a encontrarse en los medios de comunicación una expresión, una locución, muy repetida, traída y llevada. Su significado se intuye vagamente. En esa vaguedad intuitiva queda flotando la expresión, a no ser que la semilla caiga en una mente obsesiva. Un cierto grado de obsesión debe formar parte del análisis crítico. Asegura que esas expresiones, a veces islotes emergentes de tierras sumergidas, no se vayan a perder en la nada etérea, sino que pasen a ser indagadas y situadas en su verdadero contexto.

Así, algunos ciudadanos y ciudadanas de este país hemos leído últimamente varias veces una expresión anglosajona que antes no conocíamos: THINK-TANK. Leemos también que el gobierno formado por Bush en EEUU cuenta con miembros de prestigiosos "think-tank". Aquí empiezan nuestras suspicacias. Como sabemos de qué color se le pone la mano a Bush de tanto firmar ejecuciones, y qué idea tiene de la política exterior, y también de las políticas interiores, ya vamos pensando que esto del "think-tank", aunque suene a juego infantil, a campanillas o a juego de palabras de la Alicia de Carrol, no puede ser nada bueno.

Luego nos enteramos de que el Círculo de Empresarios, tan celebrado últimamente en los medios por sus ideas acerca de la natalidad y las contribuciones económicas de las trabajadoras, además de por otras perlas negras que casi han pasado desapercibidas, dado lo llamativo de esa declaración que acaparó la atención general, es también un "think-tank".

Quien tenga unas nociones de inglés y sea algo obsesivo, en vez de quedarse en la vaguedad de una definición primera (depósito de ideas o algo parecido), busca más información en un buen diccionario, en el cual encuentra dos acepciones de la palabra TANK:

1. "A large container for holding liquid or gas"

2. "A military vehicle covered with armour and equipped whith wheapons which moves along an metal tracks fitted over the wheels"

Esto va bien, o sea, mal. Bien para unos pocos, mal para el inmenso resto. Aparece en la primera acepción la palabras "liquid" o "gas". Aparece la milicia en la segunda acepción. Según ella, un "tank" es un tanque en nuestra lengua. Todos sabemos lo que son los tanques y para qué sirven: los vimos en Checoslovaquia, en la plaza china de Tiannamen, en nuestras calles en el 23-F, y recordamos que cierto político, hoy respetable presidente de una comunidad autónoma, amenazaba frecuentemente con sacarlos a la calle. Sabemos a quién y para qué sirven: arrollan, chafan, destruyen, aterrorizan. Respecto a los líquidos o los gases, pueden ser cosas buenas o malas, según de qué estén hechos y según para qué se usen. Para calentar nuestros alimentos o para gasear gentes inocentes. Para beber o para contaminar. Pero mucho nos tememos que en este caso, unido a "think" y viniendo de quien viene, tengamos que inclinarnos por las opciones menos tranquilizadoras.

Unida esta palabra, bien como gas o líquido, bien como arma destructora, a "think", arroja un resultado inquietante. El pensamiento, la más alta cualidad humana, se une a la destrucción. "Tanque de pensamiento", un tanque formado por ideas para arrollar, chafar, destruir, aterrorizar. O bien, un montón de ideas pestilentes y letales, en forma líquida o gaseosa, contenidas y comprimidas en un enorme tanque. De esto último puede resultar o bien una terrible explosión (sería el totalitarismo mercantilista ultraliberal, con sus antecedentes y secuelas de miseria humana), o una insidiosa espita que va dejando escapar el "gas de las ideas" poco a poco, con mesura, sin anuncios ni declaraciones previas, sin alarmar a las víctimas, aunque el resultado final sería el mismo: el totalitarismo mercantilista ultraliberal. Ellos le llaman globalización. Parece más exacto llamarle totalitarismo. Eso es, a eso tiende.

Pero todo esto son elucubraciones. Quizás la obsesión, saludable para la crítica, se convierte sin advertirlo en paranoia. Lo mejor sería dejar a un lado este agorero discurso y seguir con la investigación.

El mismo diccionario de inglés, como buen diccionario, también contempla en sus entradas las palabras compuestas y las locuciones. Aparece, por tanto, la expresión completa "think-tank" con su sentido nuevo y figurado: "A group of experts who are gathered together by a organization, especially by a governement, in order to consider various problems and try and work out to solve them". Con esto se deshace la ingenuidad primera que podría tener alguien en que parecería que un "think-tank" es algo así como un club privado de golf intelectual sin demasiado peso, que los asociados pensaban para entretenerse, como en una divertida lluvia de ideas a ver qué pasa y qué sale. Ahora, sin embargo, empezamos a hilar. Aquí los paisanos y paisanas creíamos que las maravillosas ideas políticas y sociales de nuestro gobierno eran propias, que emanaban y pasaban a la práctica desde esos cráneos privilegiados a los que tantísimos españoles votaron en su momento. Pues no es así. Los cráneos privilegiados, la materia gris, está en ese club de golfistas intelectuales. Los señores del gobierno son los simples ejecutores de las jugadas que planean los del Círculo de Empresarios, el "think-tank" español. Esta última expresión, "think-tank" español, parece un oxymoron fatal: la alianza de las tendencias ultraliberales y globalizadoras con la casposidad y espesura carpetovetónica. Los resultados, a medio y largo plazo, siniestros. Dicen algunos eruditos que Calderón de la Barca perteneció a un grupo de teólogos e intelectuales que apoyaban y proporcionaban ideas a la política de Felipe IV. También los resultados fueron siniestros, y dicha siniestralidad está reflejada claramente en los dramas y autos sacramentales del tantas veces ideológicamente perdonado autor.

Aparte el inciso literario último, todo esto viene a confirmarlo un esclarecedor artículo, publicado en un periódico nacional, por uno de los socios fundadores del dicho Círculo, un señor con un nombre tan largo -lujos genealógicos de la aristocracia mercantil- que se puede caer en el error de pensar que son dos los firmantes. Además, cualquiera de cierta edad o preocupado por la historia de este país nuestro, cuando lea uno de los apellidos le encontrará resonancias franquistas. López de Letona. ¿Les suena?

Con la intención de defenderse y excusarse de aquel gas o líquido maloliente que se les escapó sin querer y antes de tiempo (demasiado modernos para este país anticuado), según ellos, y que afectaba a la política de natalidad y a los derechos de las mujeres trabajadoras, dando explicaciones lo pone aún peor. Como ya dijo don Quijote, estas cosas escatológicas mejor no menearlas. En el artículo, seguramente con cinismo, no con la inocencia del cínico, y desde luego, sin ninguna inocencia a secas, declara responsable - algunos diríamos culpable- al Círculo de Empresarios de los siguientes bienes y mejoras sociales para nuestro pueblo: el desmantelamiento al baratillo del sector público, las privatizaciones del patrimonio industrial, quizás también cultural y educativo, de todos los españoles, el desastre del mercado laboral, rozando ya en la empresa privada los límites de la esclavitud, la neutralización de los Sindicatos, y, finalmente, la voladura programada del Estado del Bienestar.

Todo esto tiene mucho de "think" convertido en "tank". Es decir, sacando conclusiones, que el Círculo diseña los planos y el Gobierno construye la máquina destructiva. El Círculo de Empresarios almacena y el Gobierno de la Nación va soltando la espita. "Ustedes planifiquen y piensen, que nosotros, previo globo sonda o a la chita callando, haremos realidad sus magníficas ideas". Y cada día somos más pobres, cada días somos más precarios, incluso intelectualmente. Nos atropellan, nos arrollan, nos chafan, y no nos aterrorizan porque lo hacen con mesura, poco a poco, sin alarmar a las víctimas. Los tanques, sin embargo, están en reserva, por si acaso.

Mientras tanto, Javier Tussell, eminente historiador y politólogo, denuncia públicamente esta generación continua de "buenas ideas", perlas insuperables cuyo conocimiento tenemos que agradecerle, pero no relaciona una cosa con la otra. Es decir, no relaciona los "think" con los "tank", los que generan las ideas con los que las llevan a la práctica cotidiana, y valora positivamente a miembros de ese gobierno que parecen obtener su mejor plan político de los cachorros del viejo régimen.

Los ciudadanos y ciudadanas ignoran lo que se les viene encima, aunque noten los efectos como una pequeña enfermedad molesta, sin verdadera conciencia del mal que se desarrolla a sus espaldas. No lo notarán en toda su crudeza hasta que todo esté hecho, todo consumado. ¿Tenía mistress Thatcher un tink-tank detrás de sus actuaciones políticas? Posiblemente sí. Los ingleses aún se están reconstruyendo después de aquel período político y posiblemente no lo conseguirán del todo, ni tal vez aproximadamente.

Así puede ser que en las próximas elecciones los ciudadanos y ciudadanas de este país, si todavía para entonces pueden ser llamados así, vuelvan a votar a los think y a los tanks, porque la espita está bien regulada, y si lo creen oportuno están en su derecho. Y cuando algún deslenguado se vaya de entusiasmo y proponga lo ya insoportable, hasta queden bien con sus declaraciones contradiciendo lo dicho, tanto unos como otros.

No faltará, sin embargo, gente obsesiva que se ponga al análisis de todo, deteniéndose quizás en el peligroso borde de la paranoia. Amargos y doloridos, mirando las víctimas ya caídas en torno, recordamos que nunca hubo quien escuchara los augurios de los obsesivos. Siguen siendo los mismos los que analizan. Siguen siendo los mismos los que no escuchan. Siguen siendo los mismos los que pagan los desaguisados. Y ellos, los "think-tank", también siguen siendo los mismos.


3/11/2006

El verdadero enlace donde se puede encontrar este artículo, Lisístrata y los empresarios, en la Red es

http://www.filosofia.net/materiales/ensa/ensa34.htm
Este artículo lo escribí en el 2001, con motivo de que el Círculo de Empresarios propuso que las mujeres trabajadoras se pagaran el permiso de maternidad. Se publicó en la revista impresa Escuela Hoy del sindicato STERM, en Cuadernos de Materiales ( www.letra.org ) y en la revista electrónica de AMYDEP (defensa de la enseñanza pública), además de ser utilizado ypublicado por otras asociaciones y colectivos. Creo que sigue teniendo interés por su contenido.



Lisístrata y los empresarios

Fuensanta Muñoz Clares

En "Lisístrata" de Aristófanes, cuando los hombres quieren entrar en guerra, las mujeres, conducidas por la protagonista de la comedia, se retiran de la ciudad, a un templo inaccesible para sus compañeros en la que parece ser la primera y última huelga doméstica de la Historia, que, bien mirado, ni siquiera se sitúa en la Historia, sino en el mundo de la ficción cómica. No obstante su carácter ficticio, podemos seguir su argumento como si no lo fuera; a saber de las historias de la Historia cuántas serán ficticias, y de las historias de ficción cuántas no contendrán más realidad que las que tenemos por reales.

Así que volvamos a lo que íbamos con la decidida líder de las mujeres de Aristófanes. Bien, las mujeres se retiran y los hombres, sencillamente, no se lo creen del todo. Luego lo toman a risa. Intentan la persuasión, el chantaje afectivo, la amenaza, todos los recursos del que ve perderse su poder y no desea ceder en absoluto. No consiguen que sus mujeres vuelvan, porque esta vez ellas se han pertrechado de firmeza y de argumentos. Tienen con ellas la razón. Finalmente, los varones tienen que dialogar y ceder a lo razonable de las exigencias femeninas. Como desarrollo de un conflicto entre varones y mujeres, de un enfrentamiento entre lo masculino y lo femenino, es ejemplar. Ya sabemos quiénes eran los griegos, aparte ciertas prácticas y leyes sociales y políticas que habrá que disculpar pensando en la mentalidad de la época y en que difícilmente podríamos juzgarlos con nuestros presupuestos.

No quiero centrarme, sin embargo, en ese diálogo final en el que todo se resuelve, sino en la causa principal por la que los hombres deciden dialogar con las mujeres, que no es otra sino que las necesitan. Comprenden que ellos no son nada ni nadie sin ellas.

Esta necesidad no es de tipo sentimental. Aristófanes tampoco la funda en el abandono de lo doméstico, como la limpieza, el fuego, el agua, la elaboración de alimentos... No. Aristófanes, por vía de la comicidad de unos hombres inflamados sin posibilidad de satisfacción, señala, entre cínico y divertido, que es el sexo la falta que acucia a los varones y les empuja a negociar con las mujeres. El autor griego indica un arma, ampliamente utilizada por las mujeres en tiempos, pero que hoy en día ninguna mujer con sentido ético utilizaría para una negociación de poderes y decisiones; antes bien, tal arma es apartada con repugnancia de la vida pública y privada. La negociación no cae en territorios de la necesidad inmediata, sino que debe encontrar y encuentra su ámbito en otros escenarios y es forzada, cuando no hay voluntad por la otra parte, por otro tipo de presiones.

Pero en el mundo antiguo, sexualidad era equivalente a reproducción. Así que lo que Lisístrata y sus compañeras estaban negando a sus hombres no era sólo la satisfacción del deseo sexual inmediato, sino la posibilidad de reproducirse. Y más aún, el cuidado de la prole, pues las mujeres no se habían retirado con sus criaturas en brazos, sino que, muy astutamente, aunque a su pesar, las habían dejado a los hombres. Sin ellas, comprenden los hombres, no hay reemplazo. Ellos solos se acaban en sí mismos. Ellas también, pero deciden jugársela esta vez. Por eso, después de utilizar todas las armas pacíficas y violentas, siempre limitadas a lo verbal, pues se trata de una comedia, los varones negocian y ceden.

Dirá quien esto lea que a qué cuento viene Lisístrata a estas alturas de Humanidad, en el mundo occidental, con el feminismo, la liberación de la mujer, la disociación de sexualidad y reproducción, la incorporación de las mujeres al mercado laboral y a la vida pública, y tantas otras joyas sociales y políticas que las mujeres hemos conquistados unas veces, y otras se nos ha regalado obsequiosamente con una sonrisa de galantería y sin saber muy bien a quién convenía. Para ser bien pensadas, consideraremos que esas segundas ocasiones eran pactos tácitos y nada más. Pues sí viene a cuento, viene muy a cuento precisamente en el día, señoras y señores, treinta del penúltimo mes del año dos mil, en que un Círculo de Empresarios se retrata en su verdadero ser, aunque tal vez envalentonados por un gobierno que se podría poner algo más allá de una derecha europea a medio civilizar, por más que se enmascare de centro y pretenda mantener un discurso sibilino que contiene rasgos de modernidad y consentimiento con las cuestiones sociales, entre ellas el feminismo. Bien sabemos que el discurso no es, precisamente, progresista, pero al menos lo maquillan o intentan hacerlo. Lo malo es que todos sus seguidores y beneficiarios o no tienen la misma competencia lingüística o no han entendido la consigna, y de vez en cuando se retratan sin arreglar o les explota en la boca lo que llevan dentro sin poder remediarlo. Según ellos, no ha sido para tanto, o era un globo sonda, que ya somos mayores para que nos entretengan con globitos, o no se quiso decir lo que se dijo, sino que, ahora sí, se intercala el discurso maquillado.

Así hoy a este Círculo de Empresarios les ha salido del alma que las trabajadoras se paguen ellas mismas con el sudor de su frente sus embarazos, partos y bajas maternales. Pensarán ellos que esto de que la masa trabajadora se reproduzca es un asunto feo, costoso y, en cualquier caso, privado, por lo que, si no tienen por qué pagarle a sus trabajadores unas entradas para el cine, tampoco tienen por qué pagarles a sus trabajadoras el para ellos dudoso placer de traer niños y niñas como ellas y sus hombres a este mundo, el cual sería un edén si sólo hubiera empresarios, mujeres de empresarios y niños y niñas de empresarios.

Las alternativas que este Círculo empresarial deja a las mujeres de este país, las cuales en gran mayoría no son mujeres de empresarios, sino trabajadoras de empresarios, son pocas. La primera, la que ellos proponen, o sea, que cualquier mujer con el atrevimiento de lanzarse al mundo laboral vaya con un seguro de embarazo a todo riesgo, como si fuera un peligro público, para no producir daños a terceros, es decir, a los terceros que son los pobres empresarios, que ya tienen bastante con sobrellevar los contratos basura, los despidos de saldo, los irrisorios gastos sociales, sus especulaciones y sus inocentes trampas legales, basadas siempre en el fantasma del paro y del despido.

La segunda alternativa, que posiblemente tampoco estaría mal para ellos, sería que todas las mujeres en edad fértil se retiraran del mercado laboral. Si alguna vez volvieran, una vez salvaguardados los sacrosantos bolsillos empresariales, y habiendo cumplido con su obligación "natural", constituirían una clase trabajadora de segunda, sin pretensiones, sin experiencia y sin costosas jubilaciones.

La tercera alternativa es Lisístrata. En parte, las mujeres jóvenes de este país son cada vez más parecidas a Lisístrata y a sus compañeras de reivindicación, sólo que esta vez, estando disociada sexualidad y reproducción, no tienen por qué privarse ni privar a sus compañeros en las penas laborales, de la satisfacción del deseo sexual, lo cual es también un alivio para los empresarios, porque esto quita mucha tensión en los lugares de trabajo. Pero de hijos, poco o casi nada: medio para cada una. Más justos que Salomón. Lo que aquel rey no consiguió lo está consiguiendo la clase empresarial de este país. Y más difícil todavía, antes de poner en práctica lo del seguro de embarazo para trabajadoras. Es fruto de una sabia combinación entre economía moderna y protección social subdesarrollada. El de nuestro país es un modelo fascinante que no ha sido todavía bien valorado en el extranjero.

Ahora bien, ¿servirá esto de Lisístrata para forzar a una nueva negociación con los varones? Mucho podemos temernos que no, porque la negociación no sería con nuestros iguales a los que amenazaríamos con no reproducirse, sino con el Círculo de Empresarios, los cuales se pueden reproducir cuanto quieran por razones obvias. Para las masas que necesitan en sus fábricas y en sus oficinas, posiblemente estén pensando en gente de fuera, mucho más dócil, más barata, sin pretensiones, sin derechos o con muchos menos derechos, con mujeres llenas de ignorancia y virtudes domésticas que no necesiten baja por maternidad.

Y volvemos a empezar. Pero ya no tendremos, posiblemente, a Lisístrata.


3/09/2006

Las hermanas

Este es el texto básico de una charla para jóvenes de Secundaria con motivo de la conmemoración del 8 de marzo. Se impartirá el día 9 de marzo en el IES Ingeniero de la Cierva de Murcia. Si es posible irá ilustrado con imágenes y ejemplos musicales.

LAS HERMANAS

Quisiera ser amable, no dar la idea de un resentimiento secular que se encarna en mí y puede amargarme la vida y la de los demás. Quiero ser amable y no pensar en el pasado, simplemente para que no tenga nadie una mala impresión de mi persona y, también, para que el pasado no sea un lastre en mi labor creativa. Vuelvo a insistir, quiero ser suave, tierna, conciliadora, como me han enseñado que deben ser las mujeres.

Pero, sinceramente, no puedo serlo cuando pienso en la cantidad de mujeres apartadas, condenadas, sometidas a toda clase de violencia, tratadas como esa especie diferente que sólo sirvió a los hombres para su reproducción. Así que no me voy a cortar nada y voy a ser tremendamente antipática. Para ello contaré algo muy desagradable.

La sociedad patriarcal, que todavía domina nuestra sociedad occidental, y, por supuesto, todas las no occidentales con mayor y más cruel virulencia, ha considerado a las mujeres meros vehículos reproductivos, de los varones y del propio sistema. Las mujeres, como es sabido, se dividían –se dividen aún– en reproductivas y recreativas. Las reproductivas eran encerradas y vigiladas para la transmisión de los genes del varón; las recreativas eran estigmatizadas y apartadas. En ambos casos había algo que se negaba a ambos grupos: la educación y la cultura. Excepciones, claro que las hubo: las hetairas griegas, grandes damas de la política, mujeres antiguas y modernas que escaparon a la imposición masculina por circunstancias diversas. La mujer tenía claramente su papel marcado y la que osaba salir de él era duramente castigada. Los hombres se arrogaban el principio de la creación y la cultura; ellos eran la cultura, simplemente. Las mujeres eran la naturaleza y como naturaleza su creación era inconsciente, limitada al mantenimiento de la vida. Los hombres ocupaban el espacio público, las mujeres el privado. Sin fisuras, sin quiebras. Ambos mundos, absolutamente separados en sus intereses y ocupaciones. En esa construcción social una mujer no podía, no debía, no podía querer dedicarse a una labor creativa, fuera del tipo que fuera. Le estaba prohibido, parecía un absoluto absurdo que tan siquiera lo intentara, se las denigraba y ridiculizaba, y eran motivo de escándalo o befa porque contravenían todo el orden creado por el varón. No obstante, hubo mujeres creadoras en todos los tiempos, con más o menos fortuna, con más o menos sufrimiento y lucha. Podemos recordar a Safo de Lesbos en la Antigüedad o a Christine de Pizan en la Edad Media, ellas entre otras muchas que fueron ocultadas y convertidas en leyenda más o menos deformada por la cultura masculina.

Pero ocurría algo extraordinario: todas aquellas mujeres eran hijas, madres, esposas, hermanas, de hombres de valor. Muchos de estos hombres quisieron para ellas una educación diferente a la común de su época. Tener una cultura va bien para una buena madre y esposa, pero sólo hasta ahí, ni un paso más. Nunca la mujer ha sido una verdadera hermana para el hombre; nunca ningún hombre ha reconocido su mismo talento en una hermana suya. Ni en una hija, ni en una madre. Ni hablar de las esposas.

A propósito de esto, puedo leer un poema, cercano a la prosa, en el que reflejo este asunto del que nos ocupamos:

TULIA

Él era un hombre muy ocupado. Dictaba a la vez a varios secretarios,

e incluso uno, griego e ingenioso, había inventado una extraña escritura

para tomar veloz, sin detenerlo, los brillantes discursos de su amo.

Era un hombre importante y admirado.

Él, a veces, emprendía largos viajes a provincias remotas, por razones de estado o de sabiduría.

Era un hombre poderoso y sensible.

Él había sufrido el exilio y había dejado atrás su casa y su amplia familia. Por poco tiempo, desde luego. Ante el poder hablaba claro y fuerte, sin olvidar jamás aquello en que creía. Siempre fue un republicano convencido. Su amor a la verdad y a la justicia eran ya parte de las frases hechas.

Era un hombre honrado y coherente.

También era un buen padre de familia. En su única hija, la inteligente, la prudente Tulia, empleó su saber, su poder, su coherencia. La educó como a tal padre tocaba.

A veces la miraba con tristeza,

a esa muchacha alta, silenciosa,

de ojos claros y grandes,

que todo lo entendía sin esfuerzo.

A veces la miraba y pensaba

cuánta mala fortuna, nacer

con esa mente y ser mujer.

Sólo le consolaba que sería

una excelente madre para la República.

Madre de hombres, ocupados, importantes,

poderosos, sensibles, coherentes.

Cuando estaba de viaje por remotas provincias, por poder, sensibilidad o coherencia, siempre escribía a Tulia, su hijita bienamada, largas y tiernas cartas. Cartas familiares.
Tulia las recibía, las leía mil veces, las besaba, las guardaba cuidadosamente, y siempre contestaba a su padre lejano y bienamado.

Conservamos todas las cartas que Marco escribió a Tulia.

Ni una sola de aquellas que Tulia escribió a Marco.

Marco Tulio Cicerón fue un importante jurista, político, orador y filósofo romano. Tuvo una única hija, Tulia, con la que mantuvo toda su vida una fluida correspondencia cuando estaba lejos de Roma. Se sabe que la educó muy bien y por encima de lo habitual para las mujeres en su época. Pero de todas las cartas que se intercambiaron, sólo conservamos las de él, porque ella las guardó. ¿Qué hizo Marco con las cartas de su hija, de la que se decía que escribía tan bien como su padre?

Esto lo pongo de ejemplo para ilustrar lo que venimos diciendo respecto al valor atribuido a las creaciones de las mujeres. Ninguno.

Con el tiempo, las mujeres, las más atrevidas, se pusieron a escribir. Al fin y al cabo, para ello sólo es necesario tener un poco de papel, una pluma y un poco de tiempo. Publicar, darlo a conocer, naturalmente, era otra cosa. Para eso hacía, y hace, falta una estructura social y económica que sostuviera la creación. Y además, tiempo libre de cargas familiares. Para ello, utilizaron una institución que se distinguía por su misoginia: la Iglesia. Muchas mujeres escritoras se refugiaron en conventos para su creación. Se exponían a una dura persecución si sobrepasaban los límites y aprendieron a caminar sobre la cuerda floja. Tenemos el ejemplo de Juana Inés de la Cruz, cuyas décimas de reproche a los hombres son de una sensatez, sentimiento y belleza increíbles. Tuvo que jurar en su momento que no escribiría más; a ello la obligaron sus superiores. Tenemos a Teresa de Ávila, cuya santidad no le impidió ser una magnífica escritora, y que también anduvo en los papeles inquisitoriales. En la vida secular, ya en el siglo XVII, tenemos a María de Zayas, seguidora de Lope y escritora, si no brillante, sí muy digna y divertida. Seguramente olvido a muchas, a otras no las conozco, se me han ocultado, pero a mayor olvido las ha sometido la historia. Iremos recuperándolas una a una las mujeres que ahora queremos saber quiénes fueron nuestras madres, de quienes somos las herederas.

En el siglo XIX empiezan a aparecer escritoras con más frecuencia. Recordemos a Jane Austen, que escribía en el salón familiar repleto de gente y ruido, y a partir de cuyo ejemplo Virginia Wolf reclama una habitación propia para las mujeres escritoras. Algunas tuvieron a bien, para librarse de los prejuicios de la época, tomar seudónimo masculino, como Aurora Dupin–Georges Sand o Cecila Bölh de Faber–Fernán Caballero. Otras, sin tanta precaución de nombres y seudónimos, como Emilia Pardo Bazán.

En el siglo XX nace la que todas las mujeres escritoras que se precien y luchen por su tarea reconocemos como la madre, la progenitora literaria por excelencia: Virginia Wolf. En el libro “Una habitación propia”, entre otras muchas cosas interesantes que habrían de cambiar la postura femenina ante la creación literaria y daría seguridad en sí mismas a las futuras escritoras, trae un asunto que enlazamos con el principio de este artículo: la hermana de Shakespeare, una hipotética hermana del genio que quizás podría haber tenido el mismo talento, mayor o menor incluso, pero talento al fin, y que por el hecho de ser mujer no hubiera podido desarrollarlo, incluso con la posibilidad de que su talento la hubiera llevado a la irremediable desdicha.

No dejo de pensar en las mujeres afganas, cuando leo estas cosas: dentro de su sociedad trabajaban y eran personas hasta que dejaron de serlo. Incluso Meena, una poetisa de la asociación de mujeres Rawa, asesinada por los talibanes; le prohibieron escribir, cantar, trabajar, salir de su casa, ir a cara descubierta y, en definitiva, ser persona. Tenemos que recordar que nosotros también hemos tenido talibanes. Este es un poema de Meena que leo como homenaje a todas las mujeres sacrificadas por su lucha:

NUNCA VOLVERÉ


Soy la mujer que ha despertado.

Me he levantado y convertido en tempestad entre las cenizas de mis criaturas abrasadas.

Mis ruinosas y quemadas aldeas me llenan de rabia hacia el enemigo

Oh compatriota, no me veas más como débil e incapaz,

Mi voz se entremezcla con miles de mujeres en pie

Para romper todas juntas todos esos sufrimientos, todos esos grilletes.

Soy la mujer que ha despertado, He encontrado mi camino y nunca jamás retrocederé.

Esto es lo que no debemos olvidar. Que somos las mujeres que hemos despertado y que no podemos dejar que nos hagan retroceder.

Y hasta ahora hemos hablado de literatura y hemos recordado algunas mujeres que escribieron o trataron de hacerlo, que fueron ocultadas y, a veces sacrificadas, algunas en la misma hoguera, otras como Meena, no tan lejos ni en el tiempo ni en el espacio, que se tuvieron que retirar, renunciar a todo, para seguir su impulso creativo natural. Pero no hemos hablado de pintura o escultura, por ejemplo, donde la dificultad es mayor, porque los materiales y los espacios no son tan cotidianos, ni tan baratos, ni se puede crear alegremente, hay que vender lo que se hace, hay que entrar en círculos destinados sólo a hombres. Mujeres en las artes plásticas ha habido, claro que sí, pero yo sólo quiero recordar a una en este día: a Mary Cassatt, de la que pocos han oído hablar siquiera. Amiga de Renoir y de los impresionistas franceses, su obra pasa a un segundo plano por ser mujer; la calidad artística no le faltó, más bien anduvo sobrada de ella. Tenemos que hablar de Camille Claudel, la joven escultora a la que vampirizó y ocultó el gran escultor Rodin, que murió loca en un asilo después de la muerte de su amigo y amante. En fin, son anécdotas personales muy significativas de la forma en que la mujer ha sido ocultada en el mundo de la cultura antes de nuestros días, en los que parece, pero sólo parece por el momento, que la mujer empieza a ser visible.

Pero hay un mundo cerrado y fuertemente masculinizado en el que la mujer ha tardado mucho más en entrar como creadora. Me refiero a la música. He pensado a menudo en esto: ¿por qué la mujer que intentó crear en otros ámbitos no lo consiguió en el de la música? Hay representaciones de mujeres como intérpretes de instrumentos y como cantantes desde muy lejanos tiempos, pero nunca nos ha llegado la memoria de mujeres compositoras. Dejando aparte la Antigüedad, de la que tampoco nos llegan nombres de varones compositores, por el estatus particular de la música en esos tiempos, la música estuvo durante toda la Edad Media y en adelante, hasta el siglo XIX dominada por la Iglesia, y sabemos que los focos misóginos más importantes parten de esta institución que ejerce su influencia sobre cortes y universidades. Del mismo modo que se aparta a la mujer de los oficios religiosos y del culto, se le aparta de la música sacra y como derivación de toda la música, excepto en los palacios como intérprete y en el mundo popular como transmisora oral de las músicas propias de cada colectividad. Entonces, verdaderamente sentí curiosidad por el asunto y me puse a buscar a las músicas por todas partes. Efectivamente, eran invisibilizadas, estaban sin investigar, nadie conocía sus nombres, pero existían, en todas las épocas, en toda Europa. Y a las primeras que descubrí fue a tres mujeres del siglo XIX, quizás porque son las primeras investigadas y recuperadas. Volví a recordar a la hermana de Shakespeare, de la que no sabemos nada, pero existió. Ellas eran dos esposas y una hermana: Clara Wieck (Schumann), Alma Mahler y Fanny Mendelssohn. Las dos primeras fueron mujeres muy dotadas para la creación musical; Clara tuvo ocho hijos, un marido genial y enfermo mental. A pesar de eso, dejó obra musical que se va recuperando poco a poco. Alma antes de casarse recibió una carta de su pretendiente Gustav Mahler: en ella le decía claramente “el rol de compositor, el mundo del trabajo” le correspondía a él, mientras que a ella le tocaba hacer el “papel de compañera amante y pareja comprensiva”. Alma eligió y dejó de componer. El caso más dramático, sin embargo, es el de Fanny Mendelssohn, pues es la hermana a la que se refiere Virginia Wolf por excelencia. Con idéntico talento que su hermano, educada en la música desde niña, nunca su vocación fue aceptada. Su hermano, que la adoraba, y que la siguió en la muerte sólo unos meses después de morir ella, mantuvo toda su vida una actitud ambigua respecto a la creación de su hermana. Algunas de las canciones que publicó bajo su nombre se sabe ahora que eran en realidad de Fanny. Ella sólo tuvo en este aspecto el apoyo de su marido, el pintor Hensel, y de algunos músicos, como Gounod, que reconocieron su talento. Hensel recogió todas las partituras de su esposa y esto es lo que ahora permite ir recuperando la obra de una mujer oculta hasta ahora.

Mozart también tuvo una hermana que lo sobrevivió en muchos años y también fue víctima del rechazo de la sociedad por la mujer creadora.

¿Cuántas hermanas más quedan perdidas en el tiempo patriarcal? A las feministas nos queda una larga labor de recuperación de aquellas hermanas que son nuestras madres.

3/08/2006

El espíritu de Casandra

Este artículo lo escribí en el año 2001, durante la invasión de Afganistán por la coalición internacional, antes de la invasión de Irak. El tiempo ha dado la razón a los que nos oponíamos tanto a una invasión como a otra. Los pronósticos de Casandra se han cumplido. ¿Habrá alguna vez una conciencia clara de que la guerra es una psicopatía política?

Diciembre 2001

Escuela Hoy nº 65
Revsita de STERM-La Intersindical

EL ESPÍRITU DE CASANDRA

Leyendo, muy oportunamente, un opúsculo de León Tolstoy, “Objeciones contra la guerra y el militarismo”, no he podido sino relacionar todo lo que el escritor dice, respecto a las guerras de su tiempo, con las guerras del nuestro. A veces, parece que está hablando de los comienzos del siglo XXI y a veces parece que nos está avisando de las consecuencias de lo acaecido en su tiempo realizadas en el nuestro. A esto último yo le llamo el “espíritu de Casandra”. Casandra era la hija del rey Príamo de Troya. Tenía poderes adivinatorios, pero yo creo que lo que tenía era mucha cabeza y mucho sentido común. Avisó una y otra vez de lo que se les venía encima; nadie le hizo caso, como suele acontecer , porque la mucha cabeza y el sentido común suele ser garantía de que nadie te hará caso y porque la gente en general prefiere creer lo que desea y no saber la verdad. Las consecuencias de aquel desoír las predicciones de Casandra ya las conocemos. De las predicciones de Tolstoy aún no lo sabemos todo, pero ya empezamos a verlas asomar. Esto que está pasando ahora mismo, el arrasamiento de Afganistán, el ataque desaforado de Israel sobre Palestina, los avisos de arrasamiento de otros países, no es más que el principio. Quisiera ser optimista, pensar, con mirada de satélite -de águila se decía antes- que en el largo camino de la Humanidad esto no es sino una insignificancia, algo incluso necesario para el surgir de una conciencia superior que elimine de la tierra esta sangría y que nos convierta a todos en Casandra; pero yo no confundo mi deseo con la realidad y lo que deduzco de todo esto es que acabaremos como los troyanos.

Palabras de Tolstoy: “Corremos hacia el abismo, no podemos detenernos y caemos en él. Cada hombre razonable que reflexiona respecto a la situación actual en que se encuentra hoy la humanidad, y respecto a aquella hacia la cual va inevitablemente, ha de ver que esta situación no tiene salida, que no se puede inventar ninguna situación, ningún establecimiento que nos salve de la pérdida, hacia la cual corremos de un modo inevitable.” Tolstoy fundamenta toda guerra, mediante citas de autores antimilitaristas, en los intereses económicos y de poder , siendo estos últimos, como ya sabemos, también una cuestión económica. Al igual que se decía a propósito de cualquier crimen “cherchez la femme”,-perdonad que recuerde esta repugnante frase- ante cualquier guerra habría que decir “buscad los intereses”. Y sin duda en esta absurda y cruel guerra que pone los cimientos del nuevo siglo los hay y muy poderosos, hasta el punto de que los más suspicaces empiezan a sospechar que todo esto tiene un desagradable tufo a escenografía. Que las vidas humanas, sean de donde sean, no les importan a las grandes mafias del poder es algo que sabemos. Por lo tanto pondrán esas vidas inocentes al tablero, sin ningún remordimiento, si eso conduce los acontecimientos y la historia por donde a esas mafias les convenga.

Diálogo entre diplomáticos que transcribe Tolstoy: “Preveo entonces que, desgraciadamente, habrá guerra, que se derramará mucha sangre y serán muchos los que mueran”. Y el otro le responde: “No lo crea usted; a lo sumo diez mil hombres de cada parte, y nada más”. O sea, veinte mil seres humanos, nada más.

¿Cuántos resultarán de estos conflictos actuales, contando también con los de NY? No importa, unos cuantos desgraciados nada más, según las mafias del poder.

Y repito una pregunta que en otra parte hice pública y que me sigo haciendo todos los días. Imaginemos que en un futuro se sabe toda la verdad, porque ya ha ocurrido otras veces en la historia, y que entonces se exija el juicio de toda esta locura. ¿Tribunales internacionales? ¿Habrá instituciones en verdad eficaces para dirimir conflictos entre naciones? Tal como vamos desde luego no.

¿Quién juzgará a los que escriben la historia con sangre? Dice Tolstoy: “Instituir un tribunal internacional para resolver las diferencias internacionales! ¿Y quién hará someterse a las decisiones de ese tribunal a un demandante que tenga sobre las armas millones de soldados!”. Y ahora añadimos millones de dólares, y poder absoluto, y dominio absoluto de la comunicación. Parece que Tolstoy se está refiriendo a Bush, a Sharon, a la ONU.

El espíritu de Casandra está presente todavía en este mundo. Al menos eso. Pero consuela poco, la verdad.

3/05/2006

Violencia contra las mujeres

Lo primero para entender la violencia contra las mujeres es entender, aunque sea someramente, lo que es la violencia simplemente.

Nacemos agresivos. No nos asustemos de la palabra, porque la agresividad es un instinto natural en los animales. Como nosotros tenemos una importante base biológica animal, tenemos por tanto agresividad. Al igual que la fiebre es una defensa de nuestro organismo contra la agresión externa de otros organismos más pequeños, la agresividad es la defensa que la naturaleza ha puesto en los seres vivos para defenderse tanto con carácter individual como de especie frente a las agresiones de otros. Es, sin embargo, una estrategia más entre otras: la defensa por simulación, por astucia o por huida son otras estrategias animales o humanas para escapar a una agresión. Entre los animales y entre los humanos son agresivos los machos y las hembras, que, según la especie, defenderán solos, en pareja o en grupo, determinados intereses biológicos: la camada, el territorio, los recursos. Hasta aquí no hay nada bueno ni malo, nada reprobable ni moral ni socialmente.

Hemos dicho que nacemos agresivos por naturaleza. La agresividad es una energía que puede emplearse humanamente fuera del fin primero para el que se destina, igual que la energía sexual guía un instinto biológico, pero destinamos muy buena parte de esa energía potentísima a otros fines. Agresividad y sexualidad en un mundo socializado ponen su fuerza enérgica al servicio del trabajo, de la creación de estructuras, del arte, del deporte, etc. Destinamos esas energías excedentes en nuestro organizado mundo social y simbólico a cosas positivas, a la construcción y al bien. Pero también las podemos emplear en cosas menos nobles. Ahora lo vemos.

Entonces, ¿qué es la violencia? Es la energía humana agresiva pervertida. Es decir, aplicada innecesariamente y a fines destructivos. Entre iguales de verdad, puede haber agresividad, cuando esos iguales se disputan un bien que ambos creen que les pertenece. Dos hermanos que pelean por un juguete no son violentos, pero pueden ser muy agresivos. Cuando uno de los dos ha conseguido el juguete, por ejemplo, y sigue pegándole al hermano acaba de descubrir la violencia, porque ha descubierto una desigualdad, o sea, que él es más fuerte y, al sentirse superior en algún sentido, aunque sea en algo tan simple como el tamaño físico y la fuerza, se complace en la dominación del otro. (El asunto, desde luego, se hubiera solucionado antes de este descubrimiento si hubiera intervenido una ley superior que hubiera tomado decisiones, como la intervención de un adulto).

La violencia sólo se puede ejercer en la desigualdad. La violencia es un ejercicio de poder. Mediante la agresividad podemos defendernos de las intrusiones y de los ataques de otros contra lo que es legítimamente nuestro; mediante la violencia nos apropiamos de lo que no es nuestro y nos complacemos en el sometimiento del otro, porque es inferior o al menos no igual a nosotros. Saber estas diferencias es importante, porque conociéndolas, como seres humanos que somos, podemos controlar esta energía que tenemos y que se puede volver negativa en cualquier momento. Visto esto y si lo han comprendido, podemos pasar a la violencia específica contra las mujeres.

El sistema social más antiguo que se conoce es el patriarcado. Este sistema se basa en unos principios no escritos –al menos en la Prehistoria y en la Historia Antigua, excluyendo al Génesis– unos principios muy simples que son de fácil comprensión.

  1. La especie humana está representada por un elemento activo que es el varón.
  2. La mujer en la especie humana no es propiamente humana, sino que es un medio reproductivo para el varón.
  3. El varón produce la civilización y la cultura, separando cuidadosamente sus funciones biológicas reproductivas de sus labores culturales, políticas, laborales, artísticas, etc.
  4. La mujer pertenece a la Naturaleza de la que nunca se ha despegado, por lo cual se la llama a veces con el mismo nombre que a sus congéneres animales: hembra. Su mundo es el de la naturaleza.
  5. La mujer es la hembra reproductiva, pero, en un momento más avanzado culturalmente, se convierte en objeto de placer, lo que divide a las mujeres en dos grupos bien claros: mujeres buenas y mujeres malas, el amor sagrado (familiar) y el amor profano (la prostituta, la hetaira, la bailarina, la geisha, etc.)
  6. Tanto unas como otras están al servicio del varón y son propiedad de él.
  7. El hombre ocupa el espacio público, que es su medio propio, y utiliza el espacio privado como zona de descanso; la mujer ocupa el espacio privado exclusivamente. Los mundos de ambos quedan absolutamente separados, así como las tareas que se le asignan.
  8. La transmisión de los genes de cada varón debe ser asegurada por el encierro y sujeción de las mujeres a las que tiene acceso y por el pacto de la fratría, es decir, entre los varones iguales, que acuerda la prohibición de acceso a las mujeres o mujer propiedad de otro. Las transgresiones son duramente castigadas. Se arbitran toda una serie de medidas represivas, más o menos violentas según el grupo, para enseñar a la mujer su papel social y para impedir transgresiones. Ejemplos: mutilación genital, castigos infamantes, humillantes o terriblemente dolorosos, incluida la muerte, deformaciones inducidas, vestiduras aparatosas e incómodas, medicalización del cuerpo femenino, etc.
  9. En caso de conflicto entre varones, las mujeres del enemigo son bienes a destruir, mediante la muerte o mediante la violación (esto último las inutiliza como reproductoras transmisoras de genes masculinos).

Bien, estos son los principios más antiguos, los antropológicos, en que se basa la situación de la mujer según un sistema social que subyace y antecede a cualquier otro, que es el patriarcado. Les voy a ahorrar la historia de cómo ese patriarcado ha ido evolucionando, adaptándose unas veces a nuevas condiciones sociales, luchando abiertamente contra cualquier cambio o imponiéndose con firmeza en algunos casos. Ustedes sabrán de sobra los restos, que son más de los que imaginamos, que quedan en nuestra sociedad, y sabrán también que es el sistema establecido firmemente en ciertas capas sociales poco educadas o del mundo rural, y, desde luego, en ciertos países de nuestro mundo actual. Ustedes saben que persisten las violaciones masivas en caso de guerra (antigua Yugoslavia, Ruanda, Sudán, etc.), las mutilaciones genitales femeninas (parte de África), las lapidaciones y los latigazos para las adúlteras (Arabia Saudí, Yemen, Nigeria).

No podemos negar que nuestro mundo occidental es otra cosa y ustedes se preguntarán a qué se debe que nuestro sistema esté cambiando tan rápidamente. La historia comienza hace dos siglos, aunque ya había habido mujeres heroicas que anteriormente se rebelaron contra el patriarcado y por desgracia acabaron encerradas de por vida en monasterios o mazmorras o quemadas públicamente en la hoguera. En el mejor de los casos, marginadas, ridiculizadas y despreciadas. Pues bien, hace dos siglos, unos ciudadanos europeos, concretamente franceses, se dedicaron a limpiar la hojarasca cultural, política y social que ocultaba un hecho básico no visto hasta entonces: todos los hombres nacen iguales, son hijos de este mundo y en lo básico no hay diferencias entre ellos. Proclamaron la igualdad, la fraternidad y la libertad y cortaron muchas cabezas en nombre de estas tres damas. Lo principal es que hicieron una buena tarea de clarificación. Sin embargo, se les olvidó algo, creemos todavía que intencionadamente. Cuando proclamaron los Derechos del Ciudadano, las mujeres se pusieron muy contentas, porque siempre les habían dicho que el masculino era inclusivo, o sea, que cuando se decía el Hombre, eso incluía también a la mujer, y así y así con todo. Fueron las mujeres francesas y reclamaron sus derechos como “ciudadanos”, pero entonces les dijeron que no, que aquello era sólo para los varones, porque ellas pertenecían a la Naturaleza y no a la Cultura y, por lo tanto, siendo los derechos humanos cosa de cultura, ellas no los tenían. Y con eso y dos cosillas más empezó lo que se llama el Feminismo. O sea, una rebelión pacífica, una revolución silenciosa y a veces silenciada, que no ha derramado ni una gota de sangre en su lucha, pero que sí ha dado unas cuantas mártires, para empezar las cien mujeres asesinadas a sangre fría por su patrón en un almacén textil por pedir reducción de su jornada laboral y en memoria de las cuales se celebra el 8 de marzo cada año. De esa revolución y rebelión femenina, en varias oleadas de mujeres feministas, vienen los derechos, muchos o pocos, que ahora tenemos; de ahí viene la igualdad, mucha o poca, de la que disfrutamos.

Esta emancipación de la mujer, que anula muchos, si no todos, los principios patriarcales, ha provocado reacciones muy diferentes entre los hombres como grupo y como individuos. El desconcierto es una de ellas, porque ahora no saben ser iguales o no saben qué papel les toca. Pasar del dominio a la igualdad no es fácil; sí lo es el proceso contrario. La ironía y la ridiculización, el desprecio, es otra reacción normal, pero mientras miran para otro lado y dejan las cosas correr. Otro grupo se ha puesto manos a la obra a cambiar su mentalidad, a colaborar, con sus limitaciones, como nosotras también las tenemos, pero conscientes de que reparan así una injusticia histórica. Lo peor es que las mujeres ponemos cada año cerca de cien vidas en esta evolución, sin hablar de los miles de vidas de mujeres estropeadas y frustradas sin llegar a la muerte, pero que malviven acosadas por una relación que las hunde y las machaca y no les permite ser libres y a veces ni siquiera humanas en el amplio sentido de la palabra. ¿Qué está pasando? Miren ustedes, estas vidas perdidas definitivamente o en un lento declinar, se las llevan por delante algunos hombres. Les llaman maltratadores. Lo son, sin duda. No crean que son drogadictos, alcohólicos o enfermos mentales. Si les diera la lista de profesiones y de clase social de los asesinos de mujeres en el último año, verían que no va por ahí la cosa, sino que de todo hay en ese grupo y no son mayoría precisamente los marginales. Yo, sencillamente, les llamo terroristas del patriarcado. Porque estos días está muy en candelero una definición de terrorista, por la cumbre de Madrid, sin ponerse de acuerdo, pero el DRAE lo dice bien claro en dos acepciones:

1. Dominación por el terror.

2. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror.

Miren ustedes si esto no responde al estado de la cuestión en violencia de género. Les voy a explicar brevemente el mecanismo. Vivimos todavía en una sociedad patriarcal, lo crean o no. Las leyes al menos no son patriarcales: defienden la igualdad y la legislan. Lo malo es que nada ocurre porque una ley lo mande. Sólo se nota claramente que existe esa ley cuando se infringe, y no en todos los casos (piensen en los salarios diferentes para hombres y mujeres en la empresa privada, lo que está estrictamente prohibido por ley y en otros muchos casos). La sociedad, el mundo laboral y otras estructuras se van renovando y la mujer ha pasado de ocupar exclusivamente el espacio privado a entrar también en el público. La educación, negada a las mujeres durante milenios, llega a todas las niñas y jóvenes, igual que para sus compañeros varones. Todo esto va por un lado, pero la mentalidad social va por otro. Ellos se resisten al cambio de mentalidad y muchas de nosotras también estamos ancladas en formas, actitudes e ideas del pasado. Cambiar las leyes cuesta unos meses, cambiar las mentalidades cuesta siglos. Se calcula que, siguiendo al ritmo de avance que llevamos en el mundo occidental, en unos cuatrocientos años se habrá logrado la igualdad real entre mujeres y hombres. Mientras tanto, ya lo sabemos, ellos se resisten y algunos con verdadera violencia. ¿Por qué? Veamos las razones: consideran a la mujer aún con los viejos esquemas del patriarcado, un medio reproductivo propio, una propiedad privada de un solo hombre, alguien que no es igual a uno mismo, alguien sobre quien se ejerce dominio, y en los casos más montaraces, alguien que es débil por naturaleza. Naturalmente uno no le consentiría nunca a un ser así, inferior y a nuestro servicio, que tomara iniciativas. Si quiere trabajar, que trabaje, un servicio más que presta. Pero nada más. Para eso están los celos, que muchos hombres y mujeres consideran prueba de amor y no es más que el viejo rastro del pacto de la fratría y la transmisión de genes. Para eso, a estas alturas de civilización, está el chantaje del amor en sus diferentes variedades: te mato porque te amo, no te dejo libertad porque te amo, estás conmigo porque te amo, si me dejas moriré, si me dejas morirás, etc. Los sentimientos del otro ser humano, sus iniciativas, su libertad y autonomía no son consideradas. Esto no es sino una cosificación de la mujer y en muchos casos, en los peores, una animalización de la mujer, que es tratada como un animal doméstico. El extremo máximo es el asesinato; los malos tratos físicos, frecuentes u ocasionales, es el siguiente grado; el insulto, el desprecio, la humillación es el grado siguiente, y en todos los casos todo esto revierte en una autoestima de la mujer bajo mínimos que la conduce al sometimiento, síndrome que está estudiado en prisioneros de guerra y en torturados, y del que cuesta muchísimo librarse, siempre con tratamiento psicológico y a veces psiquiátrico. ¿Qué pretenden conseguir con esto, incluso sin ser conscientes de ello? Sencillamente lo que dice el DRAE: dominación. Nada en esta vida destruye más a las personas y las hace más sumisas que el miedo. Naturalmente, no basta con un solo acto de terror, sino que para que surta su efecto tiene que ser “una sucesión continuada de actos para infundir terror”. Ustedes saben cómo actúan los grupos terroristas por desgracia. Y dirán ustedes que estos hombres no son un grupo organizado. No lo son ahora, pero históricamente lo han sido, y estos individuos, que son algunos miles en nuestro país, son los remanentes de un sistema que estuvo en vigor durante milenios. Pertenecen al pasado, son restos del pasado, pero mantienen intacto el principio patriarcal más primitivo. Han transformado su agresividad natural en violencia, siempre injustificada, fuera en la época que fuera, pero ahora ya sin base social alguna, si prescindimos de la conservación por inercia de las mentalidades que parecen superadas.

¿Cómo se soluciona esto? Logrando la igualdad real. Diferentes soluciones se nos plantean:

  1. A largo plazo, educación, educación y, sobre todo, coeducación, que no es criar a los niños y niñas juntos solamente, sino educarlos en la igualdad, en la corresponsabilidad en las tareas, en la eliminación de privilegios, valoraciones, premios y castigos en función del sexo, ofreciendo modelos masculinos y femeninos igualitarios y respetuosos, educando en una sexualidad sana y sensata, y dándoles una buena educación sentimental, lejos de ñoñerías y exhibiciones, y un largo etcétera de trabajo educativo que se puede hacer con las personas jóvenes. En esto, deberíamos estar implicados el profesorado y la familia, pero yo me atrevería a decir que la familia debería tener un peso decisivo.
  2. A medio plazo, medidas sociales de igualdad: legislación avanzada, servicios sociales, reducción del paro femenino, discriminación positiva, paridad política, política de paternidad y maternidad protegida, etc.
  3. A corto plazo, la protección inmediata de las víctimas mediante medidas severas de alejamiento, casas de acogida, y demás medios que se puedan poner, y el castigo legal más severo para los delincuentes, violentos, maltratadores y terroristas de género.

De todos modos, según lo que hablábamos al principio, la verdadera erradicación de la violencia contra las mujeres sólo vendrá con la verdadera igualdad. Nadie se atreve con un igual.

Los relojes de Mulay Ismail

Por una pequeña y venial corruptela pudimos ver, fuera de su horario de visitas turísticas, la mezquita de Mulay Ismail en la ciudad de Meknés. El guía nos aseguró que aquella excepción sólo había sido hecha con ciertos legendarios artistas de Hollywood. Con toda seguridad, sería mentira, pero el propio hecho de que te mientan por halagarte ya es en sí mismo un halago. Como fuera la cosa en realidad, reconozcamos lo excepcional: entramos en el silencio de una mezquita pequeña, recoleta, pulcra, a la hora sagrada del atardecer. La mezquita era de una belleza sobria y elegante, hecha más de vacíos que de objetos bellos. Ningún sentido se veía allí privilegiado sobre otro, como no fuera un sexto sentido oculto hasta entonces y que allí se descubría, una mezcla de espiritualidad y sensualismo.

La mezquita de Mulay Ismail, ese edificio modesto y sobrio en la magnificencia de la ciudad imperial, es una de las pocas abiertas a los infieles, es decir, a los más infieles de los infieles, los turistas. Es así porque no está destinada a la oración, sino que es un mausoleo y no precisamente de un hombre santo, a pesar del título que precede al nombre. Mulay Ismail fue un califa marcado como uno de los más crueles y tiránicos en la historia del Magreb. Su tumba, en la penumbra, abierta al patio de tejadillos verdes, no se distingue por nada especial de las tumbas de otros califas, si no fuera porque las paredes que la rodean muestran algo insólito en semejantes lugares: una colección de relojes de péndulo, todos en funcionamiento desde hace dos siglos. Incansables. Acompasados. Mulay Ismail descansa, no sabemos si en paz, marcando su sueño eterno al compás de una veintena de relojes de pared del siglo dieciocho de la era cristiana, los ingenios más avanzados de su época, realizados por sabias manos europeas, todos ellos regalo de otro déspota, éste ilustrado, Luis XIV, rey de Francia. Nadie puede dudar de que el hecho da para muchas reflexiones, entre otras, de cariz filosófico, como considerar la paradoja caprichosa del tirano de acompasar la eternidad de la muerte con el ir y venir incansable de los péndulos. El Tiempo. Pero no es lo filosófico, ni lo elegíaco, ni lo simbólico, ni siquiera lo indudablemente poético del caso, sino lo que de histórico y lo que se puede decir del pasado y del futuro, lo que nos hace ahora pensar.

Mulay Ismail, ya lo sabemos, fue un tiránico y cruel califa, pero ilustrado, aunque algo menos que su contemporáneo y amigo rey francés, el cual lo tuvo diplomáticamente contento con meterse poco en sus asuntos y con hacerle estupendos regalos. El califa magrebí se perecía por los inventos europeos de su siglo, pero no precisamente por aquellos que afectaban a la producción agrícola, artesanal e industrial, que ya empezaban a asomar la cabeza en Occidente, sino por los autómatas, tan propios de la época, por los juguetes mecánicos y por los relojes. A Luis XIV también le gustaban. Y ambos monarcas entretenían sus escasos ratos de ocio entre cabezas cortadas, intrigas políticas y diplomáticas, torturas y demás cosas del gusto de los tiranos, con este tipo de fruslerías. Para Mulay Ismail todo aquello era la maravilla, la fascinación. Como ya sabemos, para el monarca francés también, sólo que en su caso autómatas, relojes y otras lúdicas maquinarias eran los antecedentes de una lenta revolución que vendría más tarde. Primero una revolución intelectual, ética y cultural: la Ilustración. Luego, otra de carácter económico y social: la Revolución Industrial. Luis XIV no vio ninguna de las dos revoluciones, naturalmente, pero el mantenimiento de las estructuras feudales, con un dominio exclusivo de la aristocracia y de la Iglesia, ambas corruptas y decadentes, más esa revolución ética y cultural que fue la Ilustración, llevaron a su nieto Luis XVI a la guillotina para que una pujante clase social, la burguesía, lo que hoy llamamos clases medias, alcanzara sus derechos. Y de esta revolución, que fue, ésta sí, sangrienta, la Revolución Francesa, partió todo un concepto de la vida social y política que marcan el desarrollo del mundo occidental, la mayoría de las veces por desgracia más como una constante aspiración, más como un ideal a conseguir que como una realidad. La base sobre la que se asentó aquel nuevo concepto vital y político era, por decirlo simplemente, un acuerdo de mínimos por el cual todos los seres humanos tenían que ser considerados iguales ante la ley y en derechos, sin consideración de origen ni nacimiento. Incluidas, naturalmente, las mujeres, aunque en principio los padres de la Ilustración no contaran con ellas; para su sorpresa patriarcal, la liberación femenina era una consecuencia lógica e indeseada de ese acuerdo de mínimos concebido por un grupo de hombres. Ni para el pueblo en general, ni para las clases medias, ni para las mujeres, ni en realidad para nadie, ha sido ni es un camino fácil la defensa de ese convenio que se concretó en la Declaración de Derechos Humanos casi un siglo después de la Ilustración. A cada momento y en todos los lugares, y especialmente en estos momentos actuales, los derechos humanos son violados o están en peligro de serlo, porque la solidaridad y la democracia son construcciones culturales muy recientes en la historia de la Humanidad, un fruto del intelecto y de la sensibilidad, de la consideración del otro como un igual, de la razón en definitiva, mientras que el abuso, la dominación, el deseo de usar la fuerza bruta, son sentimientos ancestrales, no sometidos a reflexión, a los que muy fácilmente se apela por gobiernos y colectivos para fines económicos y de poder. La barbarie se defiende ella sola. La democracia, la igualdad, los derechos humanos, hijos todos de la razón, son frágiles, hay que defenderlos palmo a palmo, día a día, y sin el recurso de la fuerza ni de la violencia, sino sólo acudiendo a la fuente de la que nacieron: el diálogo, la reflexión, la razón.

El estado feudal de Mulay Ismail se mantuvo mucho después de que guillotinaran al nieto de Luis XIV. Pervivió soterrado bajo las capas lúdicas de Ilustración, bajo el colonialismo y la independencia. Se mantiene aún, nos guste o no admitirlo, en las políticas corruptas del Magreb, en una extraña alianza entre la teocracia, la intriga palaciega y las leyes, modos y tecnologías occidentales. La Ilustración nunca llegó a este pueblo noble, trabajador, familiar, espiritual y sensual como sus mezquitas. Tampoco apenas les llegó la Revolución Industrial, sino en forma de colonialismo y explotación abusiva.

Hoy en día los descendientes de aquellos súbditos de Mulay Ismail vienen al mundo occidental llenos de esperanza de futuro para ellos y para sus hijos e hijas. Traen sus buenas cosas y también lastres de un pasado que nunca puso la igualdad y la democracia como horizonte. De pronto tienen que entender y asimilar el acuerdo de mínimos para desarrollar su vida aquí, para el trato de sus mujeres y de sus hijas, para la adquisición de una cultura diferente, para la educación y para la sanidad. Aquí se lo exigimos como previo, como si para nosotros fuera carta de naturaleza y no adquisición lenta e histórica. Consideramos importante que lo hagan. Y lo es, tendremos que reconocerlo. Pero a la vez cómo podremos explicarles que el acuerdo que tienen que asimilar y practicar los excluye en la mayoría de los casos, que la barbarie ancestral y el afán de dominación y abuso están por encima de los derechos que para nuestro orden social hemos instituido.

Por el momento los poderes públicos actúan con ellos como Mulay Ismail y Luis XIV. A los poderes públicos magrebíes les regalamos autómatas, juguetes y relojes, tecnología barata, en definitiva nada serio. A sus hijos los dejamos morir en el mar, los explotamos como ilegales -¿alguna persona es ilegal?-, los detenemos sin pruebas ni fundamento alguno, los tenemos bajo sospecha y, en general, los apartamos y marginamos bajo la propagación insidiosa de ideas xenófobas desde el mismo centro del poder, bajo la promulgación de leyes absolutamente injustas e insolidarias. ¿Quién se atreve ahora a decir que nuestro sistema y modo de vida es un espléndido hijo de la Ilustración?

¿Un trabajo cualquiera?

No voy a entrar en la discusión de los diferentes feminismos ni en la visualización del sexo en el imaginario colectivo femenino ni masculino. Quiero en este sentido ser muy contundente. Sencillamente, no estoy en absoluto de acuerdo en que se regularice ni legalice la prostitución. Creo que muchas mujeres estarían de acuerdo con esta idea.

Tengo que decir que la sexualidad, femenina o masculina, no es nunca condenable, ni rechazable. Es un hecho, es una realidad, es una necesidad humana. Pero es una necesidad en cuya satisfacción se implica toda la persona completa y, por tanto, debe ser ejercida en absoluta libertad. Con afectividad o sin ella, con amor o sin él, se debe tratar siempre de una acción libre y Si nos limitamos a la descarga física, hay otros medios que no implican la intromisión física con otra persona. Y esto lo digo respondiendo a los que alegan la “necesidad” de los hombres solos, ancianos, discapacitados, etc., otorgando así a la prostitución una muy dudosa función social.

La prostitución nace de todo un sistema, al que hemos dado en llamar “patriarcal” y hunde sus raíces en tiempos muy remotos. Este sistema divide a las mujeres en “hembras reproductoras” y “hembras objeto de placer”, lo que se llamó, en términos políticamente correctos ya en la Antigüedad, el amor sacro y el amor profano. La mujer madre o reproductora era encerrada y vigilada para una “leal” transmisión de los genes del varón: de ahí la institución de la honra, de los celos y de otros desmanes. La otra, la prostituta, hetaira o cortesana, era convertida en objeto pasivo, exclusivo para el placer y desahogo varonil; en el mejor de los casos era la mujer culta, educada, bailarina, música o recitadora; en el peor, ya sabemos lo que era. En cualquier caso, era el sueño dorado de cualquier varón: un objeto sobre el que se tendría un absoluto poder, se ejerciera o no se ejerciera. La prostitución era y es la máxima expresión de la violencia de género, puesto que una parte de la relación carece de libertad dentro de ella.

Este hecho, con variaciones y matices propios de cada época, se ha perpetuado hasta nuestros días, y en nuestros días el gran matiz está en la mercantilización: todo puede ser comprado y vendido, obedeciendo a las leyes salvajes del mercado, pero siempre bajo legislación hipócrita que pretende proteger a los trabajadores y lo que hace en realidad es proteger a los depredadores. Nadie más interesado hoy en día en la regulación legal de la prostitución que los proxenetas de siempre, instituidos en “empresarios del sexo”. Si una mujer, en relativa libertad, quiere ejercer la prostitución, tiene modos de declararse autónoma y no depender de uno de estos depredadores, que, estuvieran bajo la legislación que estuvieran, siempre tendrían resquicios para la explotación y hasta para el delito. Las mafias no acabarían en absoluto con esto, sino que se encontrarían con la cobertura legal necesaria para explotar más y mejor. Si alguien ha creído que la regulación hará de las prostitutas unas trabajadoras autónomas y libres que tendrán garantizados sus derechos laborales, habrá que nombrarlo cabeza de la absoluta ingenuidad.

La afirmación de que se trata de un trabajo como otro cualquiera es otra falacia. Es muy fácil decirlo para las mujeres a las que no conocemos y a las que no queremos, pero muy difícil de asumir si se trata de una hermana, una hija, una esposa, una amiga. Si es un trabajo como otro, exigiremos que se pongan ciclos medios y superiores de formación profesional. Así mismo, que se hagan listas en el INEM. A cualquier muchacha –o muchacho– en paro se le ofrecerá un puesto de prostitución en un club y si lo rechaza, dejará de cobrar el paro. Si una hija –o hijo– tiene vocación, no la disuadiremos, sino que le procuraremos la mejor formación para que ejerza su trabajo. Pero…¿verdad que no? Pues eso.